Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de diciembre de 2007 Num: 666

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Gardel: que 117 años
no es nada

MARCO ANTONIO CAMPOS

Doris Lessing: la crisis
de la identidad

CECILIA URBINA

Entrevista con
Francisco Brines

MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Blindaje

Dos viejos clientes tiene la televisión en acepción mexicana de guarura, de guardaespaldas, de tapadera que oculta, dora, enaltece, justifica, omite o disculpa trapacerías, corruptelas, verdades crudas y crímenes de ocasión. El principal de sus parroquianos (el otro, claro, es la Iglesia) es el gobierno en turno, sabido que desde tiempos de Miguel Alemán y salvo por el episodio surrealista en términos de tesitura ideológica que padecimos con Luis Echeverría, tales gobiernos han sido de derechas, y habría de verse la actitud de las televisoras mexicanas ante un gobierno de izquierdas. Vaya, si ya lo vimos durante el proceso electoral reciente que todavía supura porquería.

No es inusual que la televisión arrope al Tlatoani (ésa es precisamente su función en la vida desde su nacimiento). No ha sido raro tampoco ver que algunos medios impresos, usualmente infiltrados o descaradamente magreados por el poder político, se alinean con los electrónicos en una estrategia de cerco que el otro periodismo genuino –allí este diario, allí otras publicaciones ya de circulación nacional como Proceso o de circulación regional como Sur en Veracruz, El Tiempo de San Cristóbal, Zeta en Tijuana o Noticias de Oaxaca– rompe fácilmente por su lógica fragilidad en un país donde en teoría la libertad de expresión tiene a su mayor garante en la letra constitucional, ésa que a menudo es letra muerta. El mismo Carlos Salinas de Gortari, de suyo refractario a la libre circulación de las ideas y a las críticas que pudiesen mermar sus campañas de enamoramiento colectivo neoliberal, hubo de legitimar en la práctica –él, que llegó al poder con trapacerías inmundas, con un escandaloso fraude comicial– el ejercicio más o menos libre del periodismo. La televisión, siempre zalamera, se abstuvo durante su mandato de ofrecer a la audiencia algo más que loas y menciones positivas para comérselo crudo cuando lo sustituyó Zedillo; y es que la televisión es una vieja sabia, sobreviviente de políticas tempestades y, como dice la canción, no baila con Juana, no baila con Juana porque Juana tiene juanetes. Por eso prefiere, y más en estos días de mal soterradas revueltas en el imaginario colectivo, días también en que la hegemonía política y social de la televisión ha perdido algo de su punch ancestral, acudir cual amorosa madre culeca en socorro de su polluelo presidencial, y suele omitir que éste, prácticamente en cada rincón del país que visita, se encuentra con alguien, una señora, un par de ancianos, un grupo a veces nutrido y a veces no tanto de gente que no deja de gritarle en su sonriente cara que es un presidente espurio, que no se haga, que se robaron él y sus alecuijes empresarios y sus correveidiles marca doring para los que Leonardo Da Jandra con tino acuña el poco gentil gentilicio de neofenicios, nada menos que la voluntad verdaderamente popular expresada con todo candor en las urnas.

Por eso, quizá, fue que casi no se vio lo que ha un par de semanas hubo de padecer el chaparrito de lentes cuando de un día para otro decidió que mejor sí acudiría a inaugurar la fil en Guadalajara y se encontró con que, a pesar de haber desquiciado la logística de la feria con el Estado Mayor Presidencial tomando por asalto tapatías calles e instalaciones, hubo gente dentro y fuera del recinto ferial que le gritó en su cara lo mal que pensaba de él. Pocos medios dieron cobertura a la escena en que fornidos guerreros vestidos de traje y con audífono de rigor en la oreja arrastraban fuera de cuadro a una brava señora, de la que este columnista piensa puras cosas buenas y espera que conserve salud, ánimo y libertad.

Por eso, quizá, por el blindaje mediático, poco se habla de la cantidad de guaruras que trae consigo el hijo desobediente a cualquier lado que va, y que ese aparato –costosísimo por cierto– es el más extenso, el más multitudinario y ridículamente paranoico que ningún papanatas sexenal se ha mangado en décadas, ni siquiera el megalomaniaco Salinas. Ello, además, platicado a este gordo y asoleado escribidor acodado no sobre la barra de una cantina –qué más hubiéramos querido– sino sobre una valla metálica, de ésas que cancelan los preceptos constitucionales de libre tránsito, por uno de esos mismos elementos del Estado Mayor Presidencial que decidió sincerarse un poco.

Nada nuevo que la televisión calle cuestiones que tienen que ver con el sempervirente disgusto popular. Muy preocupante, sin embargo, que al otro día apenas un par de medios lo consideraran noticia.