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Dave Douglas, demiurgo de la trompeta
“Encontrar palabras como éstas, para dar una explicación sobre qué es la música, es como desayunar en Tiffany's buscando encontrar una buena receta de omelette. El sólo intento me hace sentir como un pobre guía turístico en la cima de un autobús de dos pisos, en medio de Times Square, durante la caída de pelotas del Año Nuevo. La música va tan rápido y está moldeada por tantas otras fuerzas: relaciones con la poesía, con las artes visuales, con la danza y la arquitectura y el cine. Porque la música es crucial en la medida en que se relaciona con la vida y la cultura. El jazz definitivamente vive, vibra y es vital. Algunas veces nos hace sentido, algunas veces parece sin sentido, pero en su búsqueda de verdad siempre produce nuevos frutos.”
Perdonará el lector la cita inaugural y prolongada. Se trata de las líneas con que Dave Douglas cierra el pequeño discurso explicativo en las páginas de su más reciente disco, Meaning and Mystery. Transcribirlas nos parece interesante por dos razones: una, que por primera vez este trompetista estadunidense está en nuestro país al frente de una banda extraordinaria (si no hubo cambios o cancelaciones tras la entrega de esta nota a la redacción, Douglas se presentó ayer en el Teatro de la Ciudad del DF y mañana lo hará en el Degollado de Guadalajara). La segunda razón para tomar su cita es la de que pocos –contados– son los artistas de este nivel que se atreven a parafrasear verbalmente la poética de su hacer. La mayoría prefiere el hacer sobre el decir .
Foto: cortesía de blog.libero.it |
Entonces, con la misma claridad que ofrece en más de sesenta grabaciones (veinte de ellas como solista), Douglas comparte los nueve temas de dicho disco más un texto en el que revela su admiración por Miles Davis, así como la singular evolución de su quinteto acústico, un grupo de ensueño al lado del contrabajista James Genus, del baterista Clarence Penn, del saxofonista Donny McCaslin y del inigualable tecladista (Fender Rhodes) Uri Caine. (Sólo como dato alterno, recordamos que Uri Caine visitó recientemente la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario del df con motivo del natalicio 250 de Mozart, liderando un proyecto que dio la vuelta al repertorio de este clásico universal utilizando sabiamente diversos elementos electroacústicos. Su éxito fue rotundo.)
Regresando a Douglas, diremos que ha pasado por una diversidad de estilos tan amplia que su apuesta por la formación típica del quinteto no significa una renuncia al juego, una “madurez” mal entendida o una apuesta pasajera por la nostalgia. Al contrario y como casi ninguno de sus contemporáneos (acaso Nicholas Payton), en este conjunto –con todo y las limitaciones que su dotación plantea– cuaja, comprime, sintetiza su paso anterior por el territorio de la vanguardia, del free , del rock y de las influencias geográficas distantes, pero con una disciplina de corte sinfónico.
Ejemplo de ese otro Douglas, el más locuaz e intrépido, se halla a la vuelta de la esquina, en 2003, cuando lanzara el formidable Freak In. En él sumaba las fuerzas del mejor downtown neoyorquino en pos de un frenetismo con tendencias mucho más electrificadas y cimbreantes. Nos referimos a Marc Ribot, Joey Baron, Chris Speed, Seamus Blake, entre otros seres peculiares. Esto fue un paso previo a su alianza –ojalá que duradera– con ese monstruo de la avanzada europea, el clarinetista Louis Sclavis, para el disco Bow River Falls . (Por cierto, otra digresión: Sclavis acaba de editar un trabajo monumental para el sello ecm , inspirado en el “lenguaje enunciado”, pretexto que lo lleva a situaciones de belleza y divertimento inauditos con su propio y aún más extraño quinteto. Se llama L'imparfait des langues. )
Ahora bien, el origen del Douglas que hoy escuchamos se explica en los años noventa con su entrada al proyecto Masada del saxofonista John Zorn (lo que no le impidió, además, grabar en discos de pop-alternativo con Cibo Mato y Sean Lennon, verbigracia). Lo más interesante de sus decisiones, empero, fue que no se conformó –como Zorn– con ser uno de los elegidos de la “ruidosa” –sin ánimos de ser peyorativos– escena experimental de clubes como el recién desaparecido Tonic, en el Lower East Side de Manhatan; por el contrario, Douglas recuperó la formalidad arreglística y compositiva para, de a poco y mejor dosificado, continuar alimentando su ansia de rareza sónica.
Hoy elogiado en el mundo entero, solicitado en los más importantes festivales, aplaudido por extremistas fanáticos de la ruptura lo mismo que por puristas amantes de Wynton Marsalis, Dave Douglas encarna un momento de sutileza especial, tal como pasa con esas cosechas que para un determinado tipo de vino quedan marcadas como memorables. Ir a escucharlo, en consecuencia, es un acto hedonista y necesario.
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