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Sabiduría tonta
Ya era de temer que los avances cibernéticos y la rapidez comunicativa de internet hicieran surgir sucedáneos “virtuales” de esas antiguas cadenas que antes llegaban sigilosa y misteriosamente a los buzones de las casas: cartas dentro de sobres en blanco, sin remitente ni destinatario, a veces con una moneda de ínfimo valor pegada con durex al papel; el mensaje, diverso, prometía y ejemplificaba lo relacionado con benéficos dineros, amores y saludes para quienes prosiguieran la cadena, reenviándola a ocho o nueve personas más, con sendas moneditas e igual procedimiento para hacer llegar a cada nuevo destinatario el sobre misterioso; quienes rompieran la cadena sufrirían el reverso de las promesas: la mano que sostuvo la carta se secaría, la ruina sería inminente para la familia del desobediente y el amor se trastornaría en odio. Ya sin moneditas pegadas a la carta, ahora pululan los textos (siempre, mal escritos) en los que se repite la misma receta, sólo que hoy esas cadenas aterrizan en los buzones de las computadoras, (re)enviadas no se sabe si por amigos o por quienes, de manera oscura e ilegal, obtienen nuestros números telefónicos para promover tarjetas de crédito, viajes y fraudulentos tiempos compartidos.
Las susodichas cadenas poseen una condición inofensiva, pues su eficacia sólo depende del tamaño de la superstición de quien la recibe. Basta con identificar al emisor, leer el tema del texto y clic, adiós para siempre. Lo más dañino llegó después, cuando manos igualmente anónimas se dedicaron a generar videos y “presentaciones” –bajo el esquema del programa cibernético llamado Power Point– con la finalidad de divulgar chistes babosos, mensajes políticos, sermones religiosos, exámenes “psicológicos”, ilusiones ópticas, imágenes, advertencias, noticias y “reflexiones” de toda índole, todo lo cual deja ver tres cosas alarmantes: la perversidad de quien diseña casi todos esos asuntos; la ociosidad de quien recibe el tumulto de esta clase de cartas, lo revisa y luego lo reenvía a diversos amigos a quienes supone interesados en la basura cibernética; y la descortesía de no preguntar, previamente, si el destinatario desea ver saturado su buzón con tanta chatarra que permite constatar que uno está “en la mente de otros”.
Siempre hay algo más: la consternación de verificar que mucha de esa basura se hace pasar como cultura digerida, cápsula cultural buena onda, trivialidad enriquecedora, conjunto de afirmaciones y citas cuya neta vociferación no debería dejar lugar a dudas respecto a la veracidad de lo dicho en ellas. El procedimiento, simple, fue defendido por Hitler y empleado por Felipe Calderón, el pan y la derecha mexicana durante las elecciones de 2006: “Mientras más grande sea una mentira, más fácilmente será creída.” Todo es cuestión de repetirla: retomar la idea hollywoodense de que el gruñón de Beethoven se dulcificó por gracia de una vecina inverosímil que se volvió su amanuense y, en el estreno de la Novena , dirigió lo que el compositor sordo ya no pudo dirigir ( horresco referens! ); reenviar el falso texto de García Márquez, titulado “El titiritero”, por el que se despide del mundo no sin contradecir las ideas rectoras de su vida en lo biográfico, lo político y lo literario…
Cada “presentación” se acompaña con música e imágenes cursis, síntomas de una buenaondez que solicita la emotiva aprobación del receptor (fotos de bebés, flores, cachorros, paisajes trucados, mariposas y abejitas; música suave, comercial(izada), repetitiva y superflua; frases con apariencia de discurso profético, simplicidad vecinal y piquete de ombligo: “ya basta, ¿no crees?”, o “si esto te gustó, divúlgalo”). ¿Con qué finalidad? Con la de volver idiotas a los receptores de tonterías, por saturación y cansancio. Al fin, nadie verificará si la anécdota beethoveniana es cierta, si el escrito de Gabo es auténtico, si/
Si en política se ha demostrado la eficacia de la cooptación mediante artimañas mediáticas, ¿por qué no fabricar ahora una cultura light , a la medida de la gente? Algo como lo dicho por uno de los personajes contrarios a Mozart en Amadeus : plain music for plain people : “música sencilla para personas sencillas”, es decir, música de elevador y centros comerciales para todos, nada de Piazzola, Pollock, Borges, Bergman, Kieslovski, ni rollos “de cenáculos”, sino algo masificado, masticable y digerible, el lado “bonito” de esa cosa complicada llamada cultura: más vale un mal taco al pastor en mano que un buen pato laqueado volando.
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