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Hugo Gutiérrez Vega
RODILLERO REVISITADO (JOSÉ, DE PALACIO VALDÉZ) (I DE II)
Dice Armando Palacio Valdés: “Las lanchas asturianas llevan cinco velas que son, por orden de magnitud: la mayor, la cebadera, la trinquete, el borriquete y la unción. La unción, que es la más pequeña, lleva este nombre terrible porque se iza sólo cuando están a punto de perecer.” Por eso, cuando José, en la última parte de la novela que lleva su nombre, grita: “Traed el borriquete al medio y la unción a proa”, los lectores tememos por los marineros cercanos ya a esa extrema unción con que la Iglesia prepara a sus fieles para el viaje final.
Amigo lector, tienes en tus manos una de las mejores novelas marítimas de la literatura universal. Esta declaración no es demasiado enfática aunque lo parezca, pues te aseguro que su construcción directa, sincera, exenta de cualquier tipo de trampa o de truco; su bondadoso dibujo de la mayor parte de los personajes, y los trazos vigorosos pero nunca maniqueos que configuran a las criaturas de ficción dañadas por la vida y víctimas de sus pasiones oscuras y de sus compulsiones, hacen de José un momento literario emocionante, un testimonio dramático de la relación del hombre con el mar. José es hermana de las narraciones de Melville, Conrad, Cooper, Poe, London, Pereda, Baroja... Su escenario primordial es el mar. A su alrededor se mueven los hombres y las mujeres que viven de él y que, con frecuencia, en él mueren y son sepultados en ese profundo cementerio visitado desde el promontorio lleno de tumbas del poema de Valéry. La novela se hermana, también, con el aliento de otros poetas del mar: Homero, Virgilio, Góngora, Camoens, Pessoa, Alberti, Coleridge...
El pueblo de José se llama Rodillero y en él se mezclan las realidades de dos pueblos marineros de la costa asturiana, Candás y Cudillero, para formar un lugar inventado cuyos rasgos se corresponden fielmente con los de la vida diaria. Este procedimiento novelístico es parecido al que utilizan otros escritores de la escuela realista o del llamado realismo mágico: la Marineda , de Emilia Pardo Bazán; la Vetusta , de Clarín; la Pilares , de Pérez de Ayala; el Condado mítico y real, de Faulkner; la Serosca , de Miró; la Comala , de Rulfo; el Macondo, de García Márquez... Rodillero es todos los pueblos marítimos de la costa asturiana. Al pensarlo, recuerdo mis estancias en Candás, el recorrido por las calles estrechas, pasando por las antes activísimas fábricas de escabeche, la procesión del Cristo, determinante en el desenlace de la novela (el año de mi estancia en Candás, la procesión fue impresionante. Entre quienes cargaban la imagen milagrosa se encontraba el bondadoso alcalde, Pepe, un comunista bueno y sincero, respetuoso de las creencias y costumbres de su pueblo), y ese espíritu marítimo que encabeza Agustín Santarúa, “marinero en tierra” como Alberti, y hombre enamorado del mar y sus emblemas. En ese mismo viaje visité Cudillero y me enfrenté a su dramática belleza: el puerto pequeño y estrecho, sólo para verdaderos marinos, las rocas cargando siglos, los gritos de las pescaderas, la noche acercándose con todas sus sombras y la cena generosa presidida por un pixin con prestigio de langosta, aromático y sápido.
Amigo lector, si vas a esos pueblos, te encontrarás con los escenarios de nuestra novela. El paisaje humano ha cambiado en la forma, pero en el fondo sigue siendo el mismo. Ya lo decía el poeta: “No hay nada nuevo bajo el sol.” Por eso, José conserva toda su vigencia y tiene la frescura que le dan la peripecia formal y el talante bondadoso de Palacio Valdés.
(Continuará)
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