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Nuestra industria musical
Muchos lo saben pero pocos lo comentan públicamente: el sello discográfico trasnacional emi Music de México acaba de despedir a buena parte de sus empleados. Sucumbiendo como todos a la depresión en las ventas de su catálogo, ni proyectos como rbd han podido salvar al otrora gigante de enfrentar la realidad de nuestra industria. Así, mientras uno de sus altos directivos se vanagloria escribiendo textos a propósito de lo que se siente ser "estrella de rock" en su "tiempo libre", develando un cínico conflicto de intereses (cosa de familia, ya se sabe), las preguntas que aparecen son las mismas de siempre: ¿están las disqueras en posición de salvarse todavía?, ¿alguien pondrá freno a la piratería y a las conjuras de bribones de cuello blanco?, ¿entienden las radiodifusoras esta debacle largamente anunciada?, ¿qué tanto han cambiado las exigencias de los artistas?
Hay que decir, sin tratar de resolver tales abismos y en justa defensa de dichas compañías, que no son ellas las únicas ni las peores culpables de lo que sucede pues, si bien explotaron por años el control de formatos de difícil reproducción casera y holgazanearon de lo lindo aprovechando complicidades y cotos de poder monopólico en los medios de difusión, hoy son víctimas de quienes no están dispuestos a transformarse. (Digamos que desde hace tiempo les sale más caro el caldo que las albóndigas.) Nos referimos sobre todo a maquiladoras, distribuidores, tiendas de discos, medios de comunicación y, claro, a los mismos artistas, quienes pocas veces están dispuestos a sacrificar sus lujosas condiciones de producción y promoción en aras de mayor salud financiera general. O sea que los pocos nombres "prioritarios" en quienes descansan los número negros prefieren seguir presumiendo de sus grabaciones con tal o cual productor, en tal o cual país exótico, viajando en primera clase y hospedándose en hoteles de estrellas incontables, en lugar de asumir un rol como el que tantos otros tienen, precisamente, en latitudes ejemplares.
Desde luego que esto no exime a los piratas, maestros de la inconciencia y la cotidiana "supervivencia", a quienes debemos agradecer (sí, agradecer) una acelerada evolución en la que, siguiendo la tesis darwiniana, muchos de los antiguos involucrados en el trabajo en torno al disco han de desaparecer so pena de no cambiar. Porque la verdad es que hoy, con todo y lo que puedan presumir muchos de estos personajes, las grandes manufactureras de discos –como Sonopress– se llenan de silencio con la pasividad de sus enormes máquinas, elefantes blancos traídos del oriente en épocas de jauja; la verdad es que los programadores de radio siguen exigiendo payolas y favores (de puteros a viajes al mundial pasando por efectivo) con la empolvada costumbre de que a la salida de álbumes clave (Luis Miguel, Yuridia, Miguel Bosé) podrán clavar mejor los dientes; la verdad es que no se están firmando nuevos artistas y mucho menos de géneros distanciados al llamado Top 40; la verdad es que espacios públicos como el imer (Instituto Mexicano de la Radio), en donde se halla uno de los pocos bastiones del rock en el cuadrante, han adquirido cualidades de ostra en las que se cumple cabalmente la ley de Herodes para quienes no se alíen a los zurdos intereses de unos cuantos (cuyo sueldo es pagado con nuestros impuestos, por cierto); la verdad es que las publicaciones especializadas poco a poco han tenido que ceder terreno a contenidos más superfluos por presiones de sus anunciantes; la verdad es que siguen siendo pocos los productores de conciertos que se arriesgan al impulso de músicas alternativas
En fin.
Mientras en países como Colombia y Chile los discos de oro se entregan a quienes superan la ridícula marca de los cinco mil discos vendidos, y mientras los titanes de la música pop hispana sudan sangre para superar los 200 mil en nuestro territorio, queda la esperanza de que los sellos independientes se fortalezcan diariamente con el apoyo de la autopromoción generada en internet gracias a proyectos como MySpace.com y Youtube.com, verdaderos escaparates en los que la libertad y la búsqueda de nueva música alcanza dimensiones inmensurables. A dichos sellos se suma, poco a poco, la disposición de bandas que ya no buscan ganarse atajos ni la lotería que suponía un contrato con Universal o Warner, por ejemplo, sino que intentan subsistir asumiendo con mayor entereza la necesidad de una doble vida que les permita trabajar de día y rockear de noche, para luego, si las cosas salen bien, multiplicar conciertos –que no discos vendidos– y acceder a una vida digna como recompensa.
Finalmente, al tiempo que los empleados de emi vacían sus escritorios y el ambulante instalado frente a la Suprema Corte de Justicia grita "de a diez varos la compilación con las más chingonas del rock nacional", y mientras los responsables de radio y disqueras se deciden a atender los teléfonos suplicantes entre gira y gira "artística", quede el lector con esta breve radiografía firmada por uno de tantos testigos.
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