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E D I T O R I A L
 

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México D.F. Martes 23 de noviembre de 2004

 

Guerra preventiva y proliferación

En su afán por mostrar al mundo las directrices de su segundo periodo en la Casa Blanca -que comenzará formalmente en enero del año próximo-, el presidente estadunidense, George W. Bush, no vaciló en desvirtuar la agenda y el sentido de la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, que se realizó el pasado fin de semana en Santiago de Chile, para centrar la atención en amenazas a Corea del Norte e Irán por los programas de desarrollo nuclear que éstos llevan a cabo.

En forma equivocada y con manifiesta mala fe, Washington colocó a Pyongyang y a Teherán en el mismo saco, por más que sólo el primero tiene el propósito manifiesto de fabricar armas atómicas, mientras el segundo intenta aprovechar la energía nuclear con fines pacíficos, como señaló ayer el jefe de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), Mohammed El Baradei. A pesar de la información oficial sobre el sentido no bélico de los programas nucleares iraníes, el secretario de Estado dimitente, Colin Powell, sigue empeñado en afirmar lo contrario y en atribuir a la república islámica planes para colocar artefactos nucleares en vectores balísticos como los que poseen varios países de la región.

De entrada, tales alegatos recuerdan de manera inevitable las mentiras y las falsificaciones elaboradas hace dos años por Estados Unidos respecto a las imaginarias "armas de destrucción masiva" en poder del depuesto régimen de Saddam Hussein. Con ese dato en mente, la andanada de amenazas de los gobernantes estadunidenses evoca la fabricación de preparativos para una agresión militar como la sufrida por Irak en contra de Corea del Norte o de Irán, e introducen, por tanto, fundados motivos de alarma en la opinión pública internacional.

Sin embargo, si se analizan con detenimiento las actuales coyunturas iraquí y afgana y el empantanamiento en ellas de las fuerzas estadunidenses, parece por demás improbable que Washington fuera capaz de aventurarse en paralelo en una nueva guerra de agresión contra un tercer país; según lo que puede verse, el aparato militar de Estados Unidos está operando, sobre todo en Irak, en el límite de sus posibilidades, mermadas por los malos cálculos de los políticos, el desconocimiento de la sociedad iraquí, la ilegalidad de origen de la invasión y la ocupación, y la exasperación de la mayor parte del mundo ante los crímenes de lesa humanidad que perpetran los invasores, recuérdense el asedio a Fallujah y el millar de "bajas colaterales".

A lo anterior debe sumarse la creciente impopularidad interna de una guerra que ha causado ya muchas más bajas estadunidenses que las inicialmente estimadas y la inocultable corrupción de la empresa bélica, cuyos únicos beneficiarios reales han sido, hasta ahora, los corporativos próximos a la Casa Blanca, los cuales se han llevado la tajada del león y muchos millones de dólares de utilidades por los contratos obtenidos para la "reconstrucción" de la nación agredida.

Desde esta perspectiva, los tonos amenazadores de Bush y Powell contra Irán y Corea del Norte serían, en este momento, meras formulaciones de propósitos futuros y globos sondas para determinar el grado de disciplina y la disposición a seguir a Washington de aliados de suyo dudosos, como Rusia, China y la Unión Europea.

Por otra parte, no debe desconocerse que la doctrina de la "guerra preventiva", engendro ideológico fundamentalista y totalitario impulsado por Condoleezza Rice, inminente sucesora de Colin Powell, tiene como consecuencia natural un fortalecimiento de los aparatos defensivos de las naciones que pueden sentirse, con motivo, amenazadas por el empleo discrecional e ilegal de la fuerza militar por Estados Unidos. A la luz de lo sucedido a Irak, sería lamentable, pero lógico, que Corea del Norte, Irán y otras naciones que se encuentran en la mira de los afanes agresivos del gobierno de Bush intensificaran sus esfuerzos para dotarse de los únicos medios de disuasión capaces de detener una incursión en su contra de la máxima potencia bélica del planeta: armas nucleares.

Para colmo, los preceptos de la comunidad internacional en contra de la proliferación de esa clase de armamento podrían ser correctos, en abstracto y en principio, pero en los términos geopolíticos actuales resultan completamente inverosímiles, hipócritas e insustanciales. Israel -país gobernado por un criminal de guerra- no acepta las inspecciones de la OIEA, pero los integrantes del Consejo de Seguridad se han abstenido de emprender cualquier acción orientada a eliminar las bombas atómicas en poder de Tel Aviv; el gobierno de Pakistán, que encabeza un militar golpista, corrupto y totalitario, fabricó sus armas nucleares sin que nadie se tomara la molestia de impedirlo, y otro tanto pudo hacer India, con la que Islamabad ha mantenido varias guerras en la segunda mitad del siglo pasado y con la que se encuentra en un peligroso y precario impasse armado.

Hay razones de sobra, pues, para dar la razón al ex presidente Bill Clinton por sus declaraciones de la semana pasada de que Bush y su aventura bélica "alienaron al mundo". Más aún, lo han desestabilizado y vuelto un sitio mucho más peligroso de lo que era al inicio del presente siglo.
 

 
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