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México D.F. Sábado 13 de noviembre de 2004
Presenta hoy su disco Bellas Artes, ¡por
fin! en el Museo de Culturas Populares, en Coyoacán
Soy jaranero, me atrapó el son y la rumba es
mi debilidad: El Negro Ojeda
El material es una pieza de colección ''donde
se pudo rescatar el espíritu'' del concierto
Yo nunca canté panfleto porque se gasta inmediatamente,
aunque tenga una función que cumplir, dice
ARTURO CANO
La noche nos da sorpresas, siempre. Sucede, por ejemplo,
cuando, en la velada a cargo de Rafael Mendoza, la luz ilumina a un hombre
flaquillo de apariencia fantasmal que, con una voz que el oído zafio
cree chisguete, pide que se lo lleve la chingada. Privilegio si los hay.
Tres canciones en un espacio íntimo, ocasión de enterarse,
de paso, de qué se trae entre manos el de la voz. Tal misterio ha
de revelarse apenas termine la marcialejandrina Que me lleve la tristeza.
Entonces aparece cara a cara Salvador El Negro
Ojeda, músico conocido y respetado, diría el cronista, por
generaciones enteras. Por eso llenó el Palacio de Bellas Artes el
condenado. Y por la mismita razón pudo salvar un disco de aquel
concierto, pues el ingeniero de sonido David Baksht no se aguantó
las ganas de llevar su propia grabadora, sin informar a nadie. Por eso,
y por su necedad inveterada, El Negro presenta hoy su nuevo disco,
con su selección personal de aquella tarde de abril de 2003, cuando
Bellas Artes le celebró sus 60 años de música.
Esta vez no habrá sorpresa, sino una cita puntual:
hoy a las cinco de la tarde, en el Museo de Culturas Populares, a un ladito
de la plaza principal de Coyoacán, el respetable público
podrá acompañar al paisano de Agustín Lara, con apodo
que viene "orgullosamente" de un abuelo mulato y con apellido de estirpe
alvaradeña.
El
disco de marras viene a confirmar el segundo apodo de Ojeda, El Necio,
como dice que le dicen sus amigos. Porque, ya entrado en confidencias,
El Negro cuenta que la grabación oficial de Bellas Artes,
por así llamarla, valía "para pura chingada". Los camiones
que llevaron el equipo de sonido no pudieron dejar su cargamento hasta
el mismo sábado del concierto y, por esa razón, él
y los músicos apenas tuvieron un ensayo general a medias ("obviamente
yo no me quería desgastar la voz"). A pesar de "todas esas adversidades",
el concierto finalmente "fue agarrando fuerza, logré cantar 22 números...
y nadie me los sopló". (Por algo el disco lleva por apellido Bellas
Artes, ¡al fin!).
De entre los temas interpretados en vivo, El Negro
Ojeda eligió los que forman esta nueva entrega discográfica,
una pieza de colección, según define, pues a pesar de los
pesares "se pudo rescatar el espíritu que privó ahí".
En el nuevo disco están, vaya, las "que mejor nos salieron de las
que pudieron ser rescatadas".
Una de ellas fue -es en el cidí- el orgullo
del nepotismo de El Negro. Se llama Llueve: "La compone mi
papá, la arregla mi hijo y me hace segunda mi esposa", dice, coronada
la cabeza por sus jaranas, en su casa donde testifican la entrevista y
comparten el café tres de los músicos que lo han acompañado
en muchos momentos de su larguísima carrera.
El Chez Negro
No acaba nunca El Negro de recitar nombres y fechas,
siempre entre bromas, las suyas y las otras, que él celebra por
igual, con las mismas juguetonas ganas que pone en su música. No
acaba nunca de agradecer, tampoco, a los músicos que han batallado
con él los "61 años que llevo en esta guerrilla".
"Sin ustedes no soy nada", dice al hombre a su lado, Alejandro
Jano Portillo, con quien inauguró el Chez Negro en 1962. El lugar,
en la colonia Del Valle, fue una especie de madre de las peñas y
por ahí desfilaron los consagrados y los desconocidos.
Las muchas veces que Ojeda ha paladeado esa historia,
sientan en el Chez a Lola Beltrán, Nacho Méndez, Chamín
Correa, sin contar toda una constelación de compositores e intérpretes
de Latinoamérica entera.
Jano agrega a Chabuca Granda y Pablo Milanés, pero
se detiene porque la enumeración sería infinita. "Pasó
por ahí una barbaridad de gente", resume y cuenta el resultado:
"Ahí se comenzó a dar la fusión de música romántica,
bolero, con rumba, con música jarocha, era para divertirnos y el
lugar se llenaba".
"Pero no sabíamos cobrar", acota El Negro,
quien siempre ha correteado parte de los frijoles con clases de música.
Fue en el Chez Negro donde nacieron Los Folkloristas,
el grupo del que a la postre se separaría Ojeda, sin broncas, sino
simplemente porque "con René Villanueva a la cabeza, ellos se dedicaron
más al rescate del folclor. Y como músico yo me sentía
muy limitado, porque a mí me gustaba toda la música".
Pese a que le tocó la etapa dura de la llamada
"canción de protesta", y a que muchos de sus amigos músicos
fueron de sus principales exponentes, El Negro dice: "En general,
yo nunca canté panfleto, me fijaba en que fueran piezas cuando menos
de mayor duración, porque el panfleto se gasta inmediatamente. El
panfleto tiene una función que cumplir y lo hace bien, como en el
caso de Carlos Puebla, por ejemplo".
Enamorado de toda la música al fin, El Negro,
sin embargo, no puede evitar tararear algunas canciones de Puebla cuando
en colectivo se recuerdan los títulos. Y así, interrumpe
su conversación siempre sencilla y cálida para soltar trocitos
de Hasta siempre y hasta de Se acabó la diversión.
El Negro, con todo, se queda con otros ecos de
la isla. "En el andar rumbero, que fue una de mis debilidades en la vida,
la música cubana me capturó, sea guajira, son, guaguancó,
todo lo que viene de allá, aunque inicialmente yo soy jaranero".
Son ya 73 años de este chilango-jarocho
y 61 del jaranero que también le ha pegado a la guitarra, el piano,
el contrabajo y las percusiones. Siempre haciendo sones, corridos, huapangos,
boleros, fusiones rumberas y hasta los Andaluces de Jáen, que platicaba
más que cantar, ya en la prehistoria, Paco Ibáñez.
Hay nuevo disco que celebrar, con El pájaro
carpintero, Qué me pasa, El huapanguito, La bodega de Ñato,
Ariles de campanario, Ta' bueno ya y Drume Negrita, entre otras.
A canciones no tan viejas, como su favorita El Necio, Ojeda les
pone su sello inconfundible. Otros se quedan con su música porque,
cómo olvidarlo, El Negro vuelve nuevas nuestras viejas canciones.
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