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México D.F. Sábado 13 de noviembre de 2004
Juan Arturo Brennan
ƑCuernos?
Suelo quejarme de la apatía generalizada del público, cuyo resultado es una buena cantidad de conciertos y recitales en los que la asistencia es menos que raquítica. De vez en cuando, ocurren a este respecto cosas raras. El domingo pasado, por ejemplo, la Sala Ollin Yoliztli estuvo prácticamente llena para un concierto Mendelssohn-Mahler de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM). ƑLa razón? La presencia como director huésped del israelí Elli Jaffe, quien esa tarde convocó a muchos ''melómanos" que jamás habían pisado la Ollin y que muy probablemente no la vuelvan a pisar.
El resultado neto fue (y eso es lo que cuenta) que la OFCM dio un muy buen concierto a sala llena. Esa misma tarde, unas horas después, el reverso de la moneda. La Sala Nezahualcóyotl registró una magra asistencia para el concierto del ensamble suizo La Partita. Esta vez, me temo, los que tuvieron la razón fueron aquellos que se quedaron en sus casas a ver los resúmenes deportivos vespertinos. ƑQué me llevó esa tarde hasta los terrenos del Centro Cultural Universitario? Simplemente, una añeja curiosidad organológica que, en ocasiones, se acerca peligrosamente a la manía.
Con todo el respeto que me merecen el violín y el piano, hay pocas cosas que me atraen más que escuchar la música escrita para los demás instrumentos, mientras menos conocidos (o más olvidados) mejor. ƑCómo resistirme, entonces, al anuncio de que esa tarde se interpretaría música para flugelhorn y para cuernos de los Alpes?
La parte convencional del concierto de La Partita estuvo cubierta por sendas obras de Vivaldi, Pergolesi, Albinoni y Mozart, de cuyas ejecuciones hay muy poco que decir. La Partita es un ensamble básico de cuerdas y clavecín que, a juzgar por lo escuchado esa tarde, todavía no decide cabalmente si su estilo de ejecución debe apegarse a los parámetros antiguos o a las costumbres decimonónicas. Ello se debe, entre otras cosas, a que el grupo suele interpretar música de varios períodos, con todos los pros y los contras que ello entraña.
Así, en lo que se refiere a Vivaldi no pude menos que comparar el trabajo de La Partita con el desplegado unos días antes por el grupo inglés La Serenissima; en este caso, el marcador fue un claro 3-0 a favor de Inglaterra sobre Suiza. En tanto, de Albinoni y Pergolesi sólo se me ocurrió pensar que son compositores que ciertamente merecen más atención que la que prestamos al apócrifo Adagio del primero y a los igualmente apócrifos Concerti armonici del segundo. Desdichadamente, la oferta instrumental novedosa de La Partita tampoco fue muy satisfactoria.
Martin Albrecht interpretó un fragmento de la Sonata Op. 148 de Joseph Rheinberger como solista en el flugelhorn, instrumento de cálido sonido en el que el ejecutante se sintió evidentemente incómodo. Además de ello (y a reserva de conocer la obra de Rheinberger en su totalidad), esta Cantilena es música de calidad muy inferior, por ejemplo, al sabroso repertorio de los cornetistas-compositores franceses de la tradición de J.B. Arban y similares.
Después, el propio Albrecht colaboró con Christian Scheifele (clavecinista del conjunto) en la ejecución de tres piezas del propio Scheifele para dos cuernos de los Alpes (por allá le llaman Alphorn a este extraño y llamativo instrumento) y cuerdas, que poco tuvieron que ofrecer en lo musical. Sin duda, la presencia y sonoridad de estos enormes instrumentos (parientes en diverso grado del didjeridoo aborigen australiano y de las trompetas rituales del Tíbet) es atractiva en sí misma, pero ni la música ni la ejecución estuvieron a la altura de la novedad.
Un problema básico es que el cuerno de los Alpes, como instrumento natural sin agujeros, válvulas, llaves o pistones, produce una limitada escala de armónicos naturales y debido a su tamaño y construcción no tiene la posibilidad de lograr el cuasi-cromatismo que se obtenía, por ejemplo, en el agudo registro clarino de las trompetas barrocas.
El mayor obstáculo sonoro, sin embargo está en el hecho de que por su diseño y construcción, el cuerno de los Alpes produce una escala de temperamento desigual, lo que produce evidentes choques armónicos con el ensamble de cuerdas. Si a ello se añade que Christian Scheifele es mejor clavecinista y organista que compositor, resulta que lo que en el papel se antojaba como una velada musical atractiva no pasó de ser un concierto desangelado y frío, en el que la novedad de la presencia del flugelhorn y los cuernos alpinos se disipó muy pronto.
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