México D.F. Sábado 13 de noviembre de 2004
Multitudinario y caótico funeral del
líder palestino en la Mukata, en Ramallah
Adiós, presidente Yasser Arafat
"Continuaremos la lucha; nuestra sangre correrá
como agua por Jerusalén", promete el imán Kiraish
DONALD MCINTYRE THE INDEPENDENT
Ramallah, 12 de noviembre. Cuando aparecieron en
el cielo dos helicópteros militares egipcios de verde pá-lido,
ante de concluir su melancólico trayecto desde El Cairo, ya estaba
perdida la lucha por evitar que el pueblo tomara las calles en el entierro
de Yasser Arafat.
Con el complejo de la Mukata repleto con decenas
de miles de personas que coreaban, señalaban las naves y ondeaban
banderas, era absurdo suponer que la multitud se mostraría paciente.
Los asustados pilotos, quienes consideraron abortar el aterrizaje, lograron
descender y tocar tierra sin lastimar a nadie, esquivando los disparos
lanzados al cielo por algunos dolientes.
Tras las plegarias del mediodía quedó claro
qué tan equivocados estaban quienes predijeron un en-tierro lleno
de apatía. Antes, inclusive, de que se arrojaran insensatamente
hacia los helicópteros, cuyas enormes y amenazadoras hélices
arrojaban polvo a los rostros, las ma-sas se habían apostado dentro
y alrededor del complejo, a la espera de un Arafat muerto, al igual que
lo hicieron cuando regreso, muy vivo y triunfal, a Gaza después
de su exi-lio en Túnez, en 1994.
Las mezquitas de Ramallah se vaciaron y las multitudes
comenzaron su mesurada pero determinada marcha hacia la Mukata.
Cuando alcanzaron a verla, los más jó-venes apretaron el
paso y treparon en cualquier punto elevado que pu-dieron encontrar. Escalaron
el mu-ro de concreto de dos metros y me-dio de alto, en el costado sur
del complejo, y arrancaron el alambre de púas que lo cubría.
Llenaron
la colina cubierta de grava que está en el lado norte y algunos
treparon a redes de tubería de tres pisos para evadir a guardias
de seguridad que trataban de impedir que la gente llegara a las azo-teas
de los edificios, que fueron rentados a precios muy elevados a las cadenas
televisivas.
Se constató como invencible la voluntad de la mayoría
de las al menos 40 mil personas que fueron a hacer los últimos honores,
los que estaban en las primeras filas, en su mayoría hombres furiosos
que llevaban la kefia a cuadros blanco y negro, golpeaban las puertas
de ace-ro a un lado del complejo exigiendo que los dejaran entrar.
Los que estaban atrás coreaban: "Queremos ver a
Abu Ammar (nom-bre de guerra de Arafat)". También, en ominosa
referencia a los insistentes rumores sobre las causas de la muerte: "De
Ramallah a París, ¿quién envenenó al presidente?"
Los temores de que el entierro fuera una versión
más pálida de las exequias ultraoficiales que se celebraron
horas antes en El Cairo se incrementaron cuando se vio el có-mico
ingreso al complejo del mufti de Jerusalén, Ekrima Sabri.
La policía tenía tanto miedo de abrir las
puertas que el clérigo, y colaborador de Arafat, tuvo que su-birse
a los hombros de un guardia uniformado, para luego ser levantado en vilo
con todo y su larga túnica, por encima de la barda.
Los dolientes ahogaron con sus gritos las órdenes
de un alto funcionario policial que apeló a la cal-ma, pero callaron
brevemente sólo cuando apareció del otro lado del muro la
cabeza de Tayeb Abdul Ra-him, jefe de protocolo de la Au-toridad Nacional
Palestina.
"El mundo los está viendo por las cámaras
de televisión", les dijo Rahim. "Sé que todos quieren ver
al presidente, pero les digo francamente que no van a entrar antes de que
el helicóptero aterrice en la Mukata". Sin embargo, la policía
se plegó ante lo inevitable y abrió las puertas cerca de
las 13:30. Los helicópteros llegaron a las 14:25.
Hubo caos durante el aterrizaje, recibido con continuos
disparos de rifles semiautomáticos hechos por militantes enmascarados,
pero ma-yormente de guardias uniformados que homenajearon así al
único hom-bre que logró ejercer control unívoco sobre
ellos. Surgieron cantos ya conocidos de la frenética multitud: "Sacrificaremos
nuestra sangre y almas por ti, Abu Ammar".
Pasaron más de 10 minutos an-tes de que las puertas
del helicóptero se abrieran, mientras la multitud empezaba a rodear
el aparato. Mu-chos trataban de tocar el fuselaje; el aterrado conductor
del vehículo negro de las fuerzas de seguridad que debía
recoger el cadáver para llevarlo a la mezquita de la Mukata,
a unos 200 metros de distancia, se echó en reversa y avanzó
a espeluznante velocidad, lo que hizo que dolientes y guardias se desperdigaran
en todas direcciones.
La cabeza calva de Saeb Erekat, ministro del gabinete
palestino, po-día verse saliendo de la puerta, pi-diendo a gritos
a la multitud que hi-ciera espacio para sacar el féretro.
Finalmente, el auto retrocedió para que el ataúd,
con seis agarraderas de bronce y aún cubierto con la bandera palestina
que le colocaron en el aeropuerto de Villacoublay 24 horas antes, fue sacado
por soldados palestinos ataviados con boinas verdes que de alguna forma
lograron abrirse paso.
Desde las azoteas podía verse la bandera negra,
verde, blanca y roja subiendo y bajando, navegando en la multitud contenida
por soldados que usaban bastones de madera.
El ataúd se detenía y en algún momento
empezó a retroceder; fue entonces cuando pudo ocurrir lo que los
israelíes temían: que jóvenes militantes se apropiaran
del cadáver y marcharan con él a la mezquita de Al Aqsa,
en Jerusalén, donde Arafat quería ser sepultado. Pero no
sucedió.
De alguna forma, los soldados que llevaban el féretro,
sudorosos y atemorizados, continuaron el paso seguidos por una maltrecha
banda naval que tocaba un himno fúnebre casi inaudible. Finalmente,
el cortejo alcanzó el automóvil negro estacionado ante el
semidestruido complejo rodeado de sacos de are-na en que Arafat vivió,
planeó y rezó durante dos años y medio.
Escenas de pánico
Momentos más tarde, el vehículo fue el centro
de nuevas escenas de caos y pánico. Guardias de seguridad se pararon
sobre el techo del automóvil al lado de militantes que vestían
túnicas negras y que portaban rifles AK47.
Siguieron apostados ahí mientras el carro fúnebre
avanzaba a vuelta de rueda entre la multitud hacia la profunda y blanca
tumba de mármol que se construyó para el rais durante
los últimos dos días.
Tan ansiosa estaba la muchedumbre de ver el ataúd
dentro de la tumba que uniformados tuvieron que meterse a la fosa para
evitar que saltaran dentro de ella dolientes conmovidos. Se retrasó
mucho el entierro, que se realizó con tierra traída de los
alrededores de Al Aq-sa, lugar que también es sagrado para los judíos
por estar cerca del Templo del Monte.
El primer ministro israelí, Ariel Sharon, se rehusó
férreamente a per-mitir que el cuerpo de Arafat fuera enterrado
en Jerusalén, y exigió que el funeral se realizara en Gaza.
Entre las personas que estuvieron a un lado de la tumba
estaba la suegra de Arafat, Raimonda Tawhil, pero no se vio a la esposa
del presidente, Suha. Como señal de respeto al origen cristiano
de la viu-da, sin embargo, el clérigo griego ortodoxo Attalah Hanna,
también estaba junto a la tumba.
Durante los últimos ritos ante la sepultura, ya
llena de guirnaldas, Yyaqub Kiraish, imán muy cercano a Arafat -encarcelado
y exiliado en el pasado por los israelíes-, lan-zó un mensaje
directo y desafiante. "Juramos respetar tu voluntad y co-locar una bandera
palestina sobre cada casa de seguridad, en sus iglesias y el sus mezquitas.
Continuaremos la lucha. Nuestra sangre correrá como agua por Jerusalén".
No fue difícil captar el mensaje de que cualquier
futuro sucesor de Arafat no podrá conceder nada más allá
de lo que él ofreció para lograr los acuerdos de Oslo. En
otras palabras, ningún otro dirigente palestino podrá hacer
más concesiones, ni en lo referente a Jerusalén ni en lo
de las fronteras entre Israel y un nuevo Estado palestino en las negociaciones
que George W. Bush y Tony Blair prometieron relanzar cuando se reunieron
este viernes en Washington.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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