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México D.F. Jueves 5 de agosto de 2004 |
Coalición torturadora
El
testimonio de tres ciudadanos británicos
que permanecieron más de dos años secuestrados en la base
militar estadunidense de Guantánamo y que fueron víctimas,
en ese lapso, de torturas y humillaciones sexuales y religiosas, permite
confirmar que las atrocidades perpetradas por las tropas estadunidenses
en las cárceles del Irak ocupado no han sido hechos aislados, sino
que se inscriben en un patrón sistemático de violaciones
a los derechos humanos que es, a su vez, parte integrante de la estrategia
de Washington y sus aliados menores en eso que han denominado "guerra contra
el terrorismo" pero que es, en realidad, una reformulación de hegemonías
imperiales.
El primer atropello cometido contra Asif Iqbal, Ruhal
Ahmed y Shafiq Rsul fue la misma detención a que estuvieron sujetos,
sin haber sido nunca sometidos a un proceso legal y sin que existiera ninguna
razón jurídica contra ellos: a fin de cuentas sus secuestradores
los liberaron sin haberles formulado cargo alguno. Sin embargo, esos más
de dos años de cautiverio -de noviembre de 2001 a marzo de este
año- fueron lo de menos comparados con los golpes, los enjaulamientos
al aire libre, los constantes hostigamientos, las inyecciones forzadas
de drogas y las "inspecciones médicas" oprobiosas. Esas prácticas
infames fueron confirmadas por individuos de nacionalidad española
y francesa que permanecieron recluidos en Guantánamo por el simple
hecho de ser árabes o de profesar la fe islámica.
Si hiciera falta algún indicio de que la tortura
regular forma parte de los lineamientos bélicos de Estados Unidos
y sus amigos contra el mundo árabe y musulmán, a principios
de esta semana el Ministerio de Defensa de Dinamarca reconoció que
algunos de sus efectivos desplegados en el sur de Irak enfrentan acusaciones
por maltratos contra prisioneros de Irak.
Más allá de la indignante violación
regular de los derechos humanos que implica la cruzada occidental en curso,
la cual constituye un retroceso trágico con respecto a los avances
civilizatorios conseguidos en las últimas décadas del siglo
pasado, resulta dolorosamente paradójico que el recurso a la tortura
incremente la patética desorientación de los gobiernos occidentales
ante un "enemigo" escurridizo e inasible. Como informó Asif Iqbal,
la violencia de los interrogatorios lo obligó a asumirse, en falso,
como un lugarteniente de Osama bin Laden, lo que a su vez desorientó
a los servicios de inteligencia de Estados Unidos.
La abundancia de indicios de maltratos, torturas y violaciones
a los derechos humanos por Estados Unidos, Gran Bretaña y otros
integrantes de menor escala de la coalición refiere, en suma,
que tales prácticas no son resultado de efectivos individuales descarriados,
como el Pentágono ha querido presentar ante los medios a Lynndie
England y otros ex cancerberos que operaron en el pasado reciente en la
cárcel iraquí de Abu Ghraib -y cuyos abusos contra presos
indefensos han causado una indignación de escala mundial-, sino
que responden a estrategias de Estado que necesariamente han recibido el
visto bueno de los más altos mandos políticos de gobiernos
que se dicen civilizados, democráticos y observantes de los derechos
humanos.
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