Adolfo Sánchez Rebolledo

Alianzas

No hubo violencia durante la jornada electoral en Oaxaca. Esa es la buena noticia, sobre todo después de los hechos criminales de Huautla. Pero en otros aspectos, las recientes elecciones nos han devuelto al lenguaje y las prácticas del no muy lejano pretérito que acaso ingenuamente ya dábamos por muerto. No es así.

En Oaxaca pasado y futuro se enlazan en formas insospechadas; las tradiciones más antiguas del viejo caciquismo se montan y confunden con las mañas del reciente clientelismo electoral; coinciden las elecciones por usos y costumbres en la mayoría de los municipios y las fórmulas modernas de la democracia. Pero no hay partidos, no en el sentido estricto de la palabra. Y ésa es la falla más grave del régimen político. Y no solamente en Oaxaca. Por eso se forjan coaliciones que parecen imposibles y alianzas sin escrúpulos, pues únicamente preocupa a los políticos lograr la victoria de un grupo sobre el otro, sin permitir por ningún motivo que el poder escape de las manos del grupo dominante.

La abstención es muy alta; intensa y preocupante la conflictividad latente en varias regiones: en una sociedad tan desigual como la oaxaqueña es difícil creer que la democracia se puede plantear sin remover intereses. Pero eso es lo que realmente ocurre cuando se observa con detalle el discurso de los candidatos. Lo social no existe o es un referente lejano, el horizonte obligado de los discursos, así que el oportunismo es la única ley a la que se atienen los partidos. En esta hora del cambio, al parecer, todo se vale.

El PRD se alía electoralmente con el partido que pretende de mala manera sacar del foro a su candidato presidencial preferido. Y Navarrete se sienta a la mesa con Bravo Mena a denunciar el fraude. Habrá, lo doy por hecho, una y mil justificaciones tácticas para unir fuerzas contra el PRI en Oaxaca, pero hacerlo en el mismo carro que viene empujando la maestra es algo difícil de entender. Se suben a una alianza donde la tajada del león la sacarán los panistas en su pugna con Murat, pero ellos habrán enviado un mensaje incoherente, completamente erróneo a sus potenciales votantes.

En la democracia siempre serán necesarios los acuerdos, la búsqueda de alianzas para alcanzar determinados objetivos, pero no cualquier entendimiento es por sí mismo un paso adelante. La negatividad, en efecto, lleva al aislamiento y a la postre a la pérdida de influencia de los actores políticos, pero la búsqueda de consensos no debería abrir paso a la ideología de la neutralidad, es decir, a la idea de que en la democracia no cuenta la especifidad de las diferencias y la naturaleza de las propuestas de cada formación.

Por el contrario, si no queremos disolver el juego democrático en la competencia mercadotécnica es preciso que los partidos asuman el papel que incluso la ley les otorga, entre ellos ser los portadores de las distintas corrientes ideológicas que dan sentido a la pluralidad. Reconozco, sin embargo, que ésta no es la tendencia en la actualidad.

Véase el caso de Tlaxcala, por ejemplo. Supongo que la esposa del gobernador tiene méritos personales para competir bajo las siglas del PRD, su partido, pero su decisión de hacerlo ahora, en esta elección, desautoriza todo lo que el PRD ha dicho al respecto. Se recurre al argumento de la legalidad, pero no basta. La izquierda ha pagado un precio muy alto en términos históricos por hacer del poder un fin en sí mismo, sin atender, justamente, a las cuestiones hasta cierto punto etéreas de la ética y la trasparencia, esto es, de los principios que la distinguen de otras posturas en la sociedad.

Para avanzar en México y en el mundo la izquierda necesita de partidos dispuestos a construir propuestas que sean capaces de "defenderse" por sus cualidades intrínsecas y no exclusivamente por el carisma de los líderes.