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México D.F. Martes 3 de agosto de 2004

 


Oaxaca: destrucción de la política

La contienda electoral del domingo pasado en Oaxaca, cuyas secuelas introducen un claro riesgo de desestabilización en esa entidad, son muestra paradójica de una pluralidad partidaria que es, en realidad, cobertura del priísmo bicéfalo que predomina en ese lugar y que ahora dirimió sus pugnas internas con el auxilio de las autoridades electorales y, lo más deprimente, del resto de los partidos.

No debe omitirse, de hecho, que los candidatos principales a la gubernatura, Ulises Ruiz y Gabino Cué, son representantes de las dos corrientes facciosas enfrentadas en la cúpula del tricolor: la del presidente nacional del partido, Roberto Madrazo Pintado, y la que encabeza la secretaria general priísta, Elba Esther Gordillo Morales, que tiene en Oaxaca al ex gobernador y ex secretario de Gobernación, Diódoro Carrasco, como su principal dirigente furtivo.

Desde esta perspectiva, los alineamientos del conjunto de las fuerzas políticas nacionales en torno a las candidaturas referidas -Acción Nacional, el Partido de la Revolución Democrática y Convergencia, con Cué; el Partido del Trabajo y el Verde Ecologista de México, más el PRI local, al lado de Ruiz, el aspirante del gobernador José Murat- constituyó una simulación deplorable y evidenció la falta de programas, ideas y propuestas de los institutos partidarios. El presidente Vicente Fox y el gobernador Murat, por su parte, no tuvieron empacho en participar, cada uno en un bando, en las respectivas campañas.

Ante este significado real de los comicios estatales del domingo -una disputa ajena a los idearios y los principios, centrada únicamente en la obtención de cuotas de poder-, la sociedad respondió con una abstención cercana a 50 por ciento de los votantes. La mitad de los ciudadanos oaxaqueños expresó, en su ausencia de las urnas, su escepticismo y su desencanto ante semejante forma de pervertir y desvirtuar los procesos políticos y electorales. Por si la degradación cívica no fuera suficiente, los bandos en pugna ya han causado, con su irresponsabilidad, la pérdida de vidas humanas, y ahora amagan a los oaxaqueños con llevarlos a un conflicto poselectoral a la vieja usanza.

Por desgracia, el proceso comicial de Oaxaca no es una excepción en el país. En otras entidades los partidos también han optado por guardar principios y programas y han emprendido una danza de coaliciones que convierte la vida republicana del país en una suerte de partida de naipes en la que ninguna alianza coyuntural resulta ya impensable, y que produce resultados tan ominosos como el retorno del hankismo, en la figura del notorio Jorge Hank Rhon en la alcaldía de Tijuana.

Una de las razones de esta práctica política desvirtuada es la postergación, por cálculos pragmáticos, de las redefiniciones partidarias que debieron ocurrir tras la sucesión presidencial de 2000. Si la presidencia priísta había sido un punto de referencia nodal -positivo o negativo- en la construcción de las distintas identidades políticas, la derrota del tricolor desdibujó tales identidades y habría debido conducir a una restructuración de los partidos. Estos, en cambio, optaron por un inmovilismo formal y han venido pagando, por ello, una pronunciada descomposición real que se expresa ahora en procesos como el oaxaqueño.

Los partidos y los políticos tienen ante sí el desafío de reformular posturas ideológicas definitorias y de restituir la ética en el ámbito de la vida partidista. De otra manera corren el riesgo de que la ciudadanía decida no asistir a la cita electoral de 2006 o, peor aún, que asista con un espíritu tan frívolo y cínico como el que ostenta hoy el conjunto de la clase política.


 

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