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México D.F. Martes 3 de agosto de 2004
Teresa del Conde
Sodio y asfalto
Al recordar aquella muestra británica que armé con Andrew Dempsey, con apoyo del Consejo Británico y sobre todo con el eficaz interés y profesionalismo de las entonces encargadas de relaciones internacionales del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Alejandra de la Paz y Julieta Giménez Cacho, fui al museo Tamayo a ver esta muestra pensando que ofrecería continuidad a la anterior.
Aquella, La mirada fuerte, fue presentada en el Museo de Arte Moderno. Resultó no sólo fuerte, sino ajena a la moda ''cachivache". Todavía retengo los cuadros de Euan Uglow, único de los ocho participantes que desconocía y que me resultaron inolvidables.
Uglow, londinense nacido en 1932, murió el día que Dempsey y yo presentamos la mesa de prensa el 3 de abril de 2000. Otros participantes eran Kossoff, Auerbach, Bacon, Lucien Freud, etcétera.
Sodio y asfalto ofrece contraste absoluto. Las inquietudes actuales van por otro lado, tienen que ver más que nada con la moda (algo inevitable: moderno viene de moda) y por desgracia envejecen a ojos vistas tan pronto como los ojos se topan con ellas. La pintura no está de moda y una de las personas que en fecha reciente se ha atrevido a aludir a piezas pictóricas únicas, estableciendo diálogo consigo mismo y con un supuesto maestro suyo es el escritor Héctor Manjarres en un libro de reciente aparición, La maldita pintura (Era).
Sí, la pintura es maldita porque si una vez viste un cuadro y te dijiste: ''esto es", la moción de seguir viendo se repite en progresión geométrica, te acompaña toda la vida, te roba el tiempo cotidiano y te sobreviene el ansia (banal y estúpida quizá) por intentar que otros se prendan de ella como te sucedió a ti. Felizmente la mayoría de mis alumnos están tan inoculados de esa situación como yo misma, algo que contribuye a ofrecer contrapunto a exposiciones como Sodio y asfalto.
No es que esté mal, pero sucede que -salvo un par de piezas- hay muy poco allí que ofrezca la oportunidad de reflexionar, contemplar o educar. Los objetos funcionan porque se encuentran en ese espacio magnífico diseñado por Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky (+) , después pueden ir a dar por décadas a una bodega o simplemente desaparecer, como sucede, por ejemplo, con la mampara empapelada de Anne Gallagher, o con las patinetas cubiertas con vinílica de colores planos, de Martín Boyce. Ciertas secciones del conjunto pueden divertir, pero de allí a que hagan pensar en los ''aspectos fenomenológicos y formales de la urbe", hay un abismo.
Deseo destacar la obra Princeps que a mi juicio justifica la visita a la muestra. Es un óleo que de primer envite se percibe como fotografía, valga la paradoja, y el autor es Niguel Cooke. También él se siente ''anticuado" persiguiendo la pintura, motivo por el que la tituló Sing the Pumpkin Song. El cuadro tiene línea de horizonte, es un paisaje devastado (me recuerda atmósferas de la película Stalker) que el artista congeló mediante formas aleatorias interpretables como ruinas posmodernas. Lo que puede verse como un muro es al mismo tiempo el ''paisaje", atravesado por un arco de luz.
Hay que regocijarse o maldecir a quien tuvo la ocurrencia de incluir la instalación Venta de garage en Glasgow. Y si el espectador ha visitado en fechas anteriores la galería OMR, podrá darse cuenta de que las piezas de Melanie Smith, que por su gestalt apreció porque le atraparon en una o dos ocasiones, ahora se convirtieron en material de relleno propositivamente devaluado, integradas a configurar un espacio intrascendente y aleatorio. De eso se trata, no pueden ser más intrascendentes los objetos chatarra adquiribles en cualquier mercado de pulgas.
No sucede así con los dibujos minuciosísimos, tipo ciencia ficción de Paul Noble, que ofrecen además la posibilidad de verse en animación, como fondos para el desarrollo de un cartoon. Mientras se observan las tornamesas cubiertas de diamantina de las que cuelgan diademas de plástico, hay que deambular por las tiras de cinta industrial reflejante, ideadas por Jun Lambie. Se tiene entonces la impresión de que es posible pisotear sin problema una enorme serigrafía o litografía. Entonces hay que regresar al cuadro de Niguel y de paso detenerse en la caja de luz de David Batchelor que ofrece dos oportunidades: ver sus tripas como una obra aberrante más o tomarla como un afortunado vitral. Y si uno ya leyó en otra ocasión las bien rotuladas frases de Lawrence Weiner: Covered by Clouds (el rotulista es casi una institución: Cruz Rodríguez), que ocupan la gran sala adjunta, no hay más que abandonar el recinto con el convencimiento (siempre a medias) de que efectivamente, nos encontramos en la era del ''fin del arte".
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