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México D.F. Jueves 24 de junio de 2004

Olga Harmony

Quien mal anda en mal acaba

Supongamos que un excelente maestro envía a sus alumnos a presenciar una obra de Juan Ruiz de Alarcón. Les explica la tesis de Alfonso Reyes de que sus dramas muestran su mexicanidad, que los diferencia de los autores españoles de los Siglos de Oro, en muchas alusiones, pero sobre todo en las muestras de cortesía que aun los criollos como nuestro autor han abrevado de las raíces indígenas. Sus alumnos, que conocen así no sea a profundidad el mundo prehispánico, entienden y aun recuerdan muchas de las fórmulas (''salía yo de su pobre casa...") que han sobrevivido y que llaman la atención de los extranjeros, a pesar de las limitaciones del lenguaje (''Ƒte fijas, güey'') de los jóvenes actuales avalados por algunos insulsos aunque perversos programas de la televisión. También pueden entender lo que es el barroco porque conocen el desarrollo de los pueblos y su arte desde los más remotos tiempos.

Todo esto sería imposible, entre muchas otras cosas, en el futuro de triunfar la inaceptable reforma que se quiere imponer a los planes de estudio de la secundaria. Por dotados que sean profesores y alumnos, pocas cosas se pueden explicar sin conocer los antecedentes de ellas. Juan Ruiz de Alarcón sería un excelente ejemplo. Y por ello, Quien mal anda en mal acaba puede resultar peligrosa, por lo que me atrevería a sugerir -aunado a mi felicitación por dar a conocer una de las obras más olvidadas del autor- a la talentosa Marta Verduzco que añada una mínima explicación a su montaje, en el entendido de que las obras clásicas atrasen a numerosos estudiantes enviados por maestros que no siempre son tan excelentes como el de mi ejemplo. Me explico. En estos momentos precisos de la situación mundial, en las mentes juveniles no debe quedar la idea de que el musulmán es capaz de todo, hasta de hacer pactos diabólicos, con tal de lograr sus fines. Para el indiano que deseaba hacer carrera en la corte madrileña, a muy pocos años de haberse fundado la Santa Inquisición tanto en Europa como en la Nueva España (y aunque por mucho tiempo Quien mal anda en mal acaba fue obra sólo atribuida a Ruiz de Alarcón, estudios posteriores la ubican en los periodos que el dramaturgo pasó entre Madrid y la Nueva España) el moro era un hereje y el precipitado final del drama no requería mayor explicación, pero en la actualidad el prejuicio racial y religioso ha cobrado nuevos sentidos con las estúpidas embestidas bushianas. Una precisión en este sentido no estaría de más.

Por otra parte, Verduzco logra que la comedia de enredos alarconiana -todavía muy alejada de aquellas otras que le dan al autor taxqueño su lugar como iniciador de la comedia de costumbres- reviva en escena, entretenga, deje escuchar el verso bien dicho. En un espacio diseñado por Gabriel Pascal que podría ser una calleja embaldosada, o el atrio de una iglesia barroca, con un panel en que se proyectarán los cambios del día a la noche -con una luna y estrellas muy lejanas del realismo-, con el apoyo de contados muebles y con el muy buen vestuario diseñado por Luz del Amo, la directora, quien también interviene como actriz en el papel de Leonor, mueve con trazo acertado y con muy buen ritmo, respetando apartes y tonos, a sus actores y a los músicos en vivo (Mario Eduardo D'León, Georgina Sotelo, Ricardo Zárraga y Adla Cano Castillo). Antonio Israel Rojas encarna con acierto al protagónico, David Verduzco muy intencionado como Tristán -todavía los criados de Alarcón se sostienen como el gracioso en esta obra-, Arturo Reyes como un Demonio más bien cómico, Manuel Sevilla como el galante don Juan, Gonzalo Deschamps que actúa a don Pedro y es músico cuando toca el laúd, Renée Versi es una encantadora Doña Aldonza y Marta Verduzco, con toda su sapiencia escénica se reservó el papel de Leonor.

La escenificación se hace como un homenaje al llorado Carlos Roces, el encantador hombre, el sabio economista y el talentoso vestuarista. En el vestíbulo del teatro Jiménez Rueda se presenta una exposición con algunos diseños suyos que incluyen algún suntuoso vestuario realizado proporcionados ambos, vestidos y diseños, por la propia Marta y por el INBA. El día del estreno Mario Espinosa, David Olguín y Enrique Singer dedicaron sentidas palabras al vestuarista fallecido. Pienso que todo el gremio se hace eco de lo allí expresado.

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