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México D.F. Lunes 21 de junio de 2004

Robert Fisk

Cómo despreciamos en Irak las lecciones de la historia

Llegaron como libertadores, pero encontraron feroz resistencia en las afueras de Bagdad. El trato humillante a los prisioneros y la mano dura desplegada en Najaf y Fallujah aisló aún más a la población local. Se planeaba una entrega del poder, pero no funcionó. La ocupación británica de Irak en 1917 guarda misterioso paralelismo con lo que ocurre hoy, y si queremos saber lo que ocurrirá allá más adelante, sólo necesitamos recurrir a los libros de historia

BAGDAD. En vísperas de nuestra "entrega" de "plena soberanía" a Irak, ésta es una historia de tragedia, engaño y negros presagios. Se trata del pasado vuelto presente, y de nuestra capacidad de copiar ciegamente y a la letra las mentiras y delirios de nuestros antepasados. Se trata de la admonición de la antigüedad: si no aprendemos de la historia, estamos condenados a repetirla.

En vez de Irak 1917, léase Irak 2003. En vez de Irak 1920, léase Irak 2004 o 2005. Sí, nos disponemos a entregar "plena soberanía" a Irak. También era eso lo que los británicos afirmaban falsamente hace más de 80 años. Vayamos, entonces, a enfrentarnos al espejo de la historia y veamos lo que Estados Unidos y Gran Bretaña harán en los próximos 12 meses terribles en Irak.

Nuestra historia comienza en marzo de 1917, cuando el soldado raso 11072, Charles Dickens, de 22 años, integrante del regimiento Cheshire, arranca un cartel de un muro en la recién capturada ciudad de Bagdad. Es un punto medular en su vida. Sobrevivió a la desesperada campaña de Galípoli, en la cual se atacó al imperio otomano a escasos 200 kilómetros de su capital, Constantinopla. Luego recorrió toda la extensión de Mesopotamia, combatiendo una vez más a los turcos por la posesión del antiguo califato, y resistiendo la sombría batalla por Bagdad. El ejército invasor británico, de 600 mil hombres, estaba encabezado por el teniente general sir Stanley Maude, y la hoja de papel que llamó la atención del soldado Dickens era la "proclama" de Maude al pueblo de Bagdad, impresa en inglés y árabe.

Ese mismo cartel de 28 por 45 centímetros, enmarcado ahora en negro y oro, cuelga ahora en la pared, a unos metros de mi escritorio, mientras escribo esta historia de imperialismo y negra profecía. Desde hace mucho el papel está manchado por la humedad, tal vez producto de la transpiración del soldado Dickens en el prolongado y caluroso verano iraquí de 1917. Fue doblado muchas veces: prueba, como 86 años después recordaría la hija del militar, Hilda, de su presencia en la mochila militar durante muchos meses.

En una carta que me envió, Hilda lo llamó "el precioso documento de mi padre", y puedo ver por qué. Está lleno de nobles aspiraciones y presentimientos de tragedia futura; con las falsas promesas, compromisos y buenas intenciones del más grande imperio del mundo, y con palabras de honor que serían repetidas en la misma ciudad de Bagdad por el siguiente gran imperio más de dos décadas después de la muerte de Dickens.

Ahora se lee como una oración fúnebre:

"PROCLAMA. Nuestras operaciones militares han tenido como objetivo la derrota del enemigo y su expulsión de estos territorios. Para completar esta tarea, estoy encargado del control supremo y absoluto de todas las regiones en las cuales operan las tropas británicas; pero nuestros ejércitos no vienen a vuestras ciudades y tierras como conquistadores o enemigos, sino como libertadores... Vuestros ciudadanos han estado sujetos a la tiranía de extranjeros... y vuestros padres y vosotros mismos habéis gemido en esas cadenas. Vuestros hijos han sido llevados a guerras que les son ajenas, vuestra riqueza os ha sido arrebatada por hombres injustos y derrochada en diferentes lugares. Es el deseo no sólo de mi Rey y de sus pueblos, sino también de las grandes Naciones de las que él es aliado, que vosotros podáis prosperar incluso como en el pasado, cuando vuestras tierras eran fértiles... Pero vosotros, pueblo de Bagdad... no debéis entender que sea deseo del Gobierno Británico imponer sobre vosotros instituciones extrañas. Es la esperanza del Gobierno Británico que las aspiraciones de vuestros filósofos y escritores sean realidad una vez más, que el pueblo de Bagdad florezca, que disfrute de su riqueza y sustancia con instituciones acordes con sus leyes sagradas y con los ideales de su raza...

"Es la esperanza y deseo del pueblo británico... que la raza árabe pueda elevarse una vez más a la grandeza y renombre entre los pueblos de la Tierra... Por lo tanto se me ordena invitaros, por conducto de vuestros Nobles y Mayores y Representantes, a participar en la administración de vuestros asuntos civiles en colaboración con el Representante Político de Gran Bretaña... de modo que podáis uniros con vuestros hermanos del Norte, el Oriente, el Sur y el Poniente en realizar las aspiraciones de vuestra Raza. (Firmado) F S. Maude, teniente general, comandante de las fuerzas británicas en Irak."

El soldado Dickens se pasó la Primera Guerra Mundial combatiendo a musulmanes: primero los turcos en la bahía Suvla y en Galípoli, y luego el ejército turco -donde militaban soldados iraquíes- en Mesopotamia. Hablaba "a menudo y con admiración", recuerda su hija, de uno de sus comandantes, el general sir Charles Munro, quien a los 55 años de edad combatió en los meses finales de la campaña de Galípoli y luego llegó a Basora, en el sur de Irak, al principio de la invasión británica.

Pero el liderazgo de Munro no salvó al sobrino político de la hermana de Dickens, Samuel Martin, quien fue muerto por los turcos en Basora. "Mi padre -relata Hilda- me contaba cómo al matar a un turco pensaba que vengaba la muerte de su 'sobrino'. No sé si estaban en el mismo batallón, pero tenían la misma edad, 22 años."

En total, Gran Bretaña perdió 40 mil hombres en la campaña de Mesopotamia. Los británicos se sentían orgullosos de su ocupación inicial de Basora. Más de 80 años después, Shameem Bhatia, musulmán británico cuya familia llegó de Pakistán, me envió una divertida carta, junto con una serie de postales muy antiguas, impresa por The Times of India en Bombay por encargo de la filial de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA, por sus siglas en inglés) en aquel país. En una se veía artillería británica entre palmas datileras en Basora, en otra un soldado vuelto hacia la cámara mientras sus camaradas atan caballos a sus espaldas; en una más la tripulación de una lancha de combate en el río Shatt-al-Arab, y en otra uno de los edificios destruidos por cañones británicos en la ciudad de Kurna, poco después de su rendición a los británicos. Las ruinas de entonces, por supuesto, tenían el mismo aspecto de las ruinas iraquíes de hoy. Hay muchas maneras en las que un proyectil puede desbaratar un hogar.

Ya en aquel lejano 1914, un alto funcionario británico fue informado por "notables locales" (árabes) de que en Bagdad se recibiría a los ocupantes "con la misma cordialidad" (que en el sur de Irak) y que las tropas turcas "opondrían escasa oposición, si es que alguna". Pero la invasión británica de Irak había sido un fracaso en sus inicios. Cuando el mayor general Charles Townshend condujo a 13 mil hombres por las riberas del Tigris hacia Bagdad, fue rodeado y derrotado por tropas turcas en Kut-al-Amara. Su rendición fue el más amplio de los fracasos militares, y concluyó en una marcha de la muerte hacia Turquía para los soldados británicos que no perecieron en la batalla.

Las tumbas de 500 de esos hombres en el cementerio de Kut War se hundieron en aguas negras durante el periodo de las sanciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que siguió a la invasión iraquí de Kuwait, en 1990, durante el cual no se surtieron las refacciones necesarias para las bombas que evitaban que las aguas negras inundaran los sepulcros. De visita en el cementerio, en 1998, mi colega Patrick Cockburn encontró "tumbas... apenas visibles sobre el agua verde limosa. Una cruz de cemento rota sobresale de un matorral. Un pantano en el que miles de ranas verdes pululan como cucarachas, alimentándose de la basura".

Bagdad tenía un aspecto muy parecido cuando el soldado Dickens llegó, en 1917. Menos de dos años antes, un visitante había descrito una ciudad cuyas calles "bostezaban, vacías. Las tiendas estaban cerradas en su mayoría... En el cementerio cristiano, al sur del camino que lleva a Persia, flotaban féretros y esqueletos a medio desmoronar. A causa del cólera que asolaba la ciudad (300 personas morían de ese mal cada día), los cristianos fallecidos eran enterrados en la nueva guarnición del camino, de modo que quienes pasaban a pie o a caballo no sólo tenían que pasar a su lado, sino incluso avanzar entre las tumbas... Ya no había vida en la ciudad".

La ocupación británica estuvo llena de precedentes históricos. Por supuesto, no hubo tal recepción "cordial" a las tropas británicas en Bagdad. De hecho, soldados iraquíes que habían prestado servicio en el ejército turco, pero que "siempre tuvieron simpatía por los ingleses", fueron encarcelados -no en Abu Ghraib, sino en India- y en la prisión fueron "insultados y humillados en todas las formas". Esos mismos prisioneros querían saber si los británicos entregarían Irak al jeque Hussein del Hejaz, a quien los británicos habían hecho plenas y a final de cuentas mendaces promesas de "independencia" para el mundo árabe si se unía a los aliados en la lucha contra los turcos, sobre la base de que "algunas de las capillas sagradas musulmanas están ubicadas en Mesopotamia".

Los oficiales británicos creían que el control de Mesopotamia protegería los intereses petroleros británicos en Persia (la ocupación inicial de Basora se diseñó con ese propósito explícito) y que "es claramente nuestro derecho y nuestro deber, si sacrificamos tanto por la paz del mundo, encargarnos de recibir compensación, o derrotaremos nuestros fines", que no era precisamente la forma en que el teniente general Maude expresó las ambiciones británicas en su famosa proclama de 1917.

El duque de Asquith escribiría en sus memorias que él y sir Edward Grey, ministro británico del exterior, acordaron en 1915 que "la toma de Mesopotamia... significa un gasto de millones en irrigación y desarrollo". Lo cual es precisamente lo que el presidente George W. Bush se vio obligado a hacer pocos meses después de su invasión ilegal a Irak en 2003.

Los que deseen adentrarse en paralelos históricos aún más asombrosos deben acercarse a la magnífica investigación del académico iraquí Ghassan Attiyah, cuyo volumen sobre la ocupación británica fue publicado en Beirut mucho antes de que el régimen de Saddam Hussein se asentara sobre Irak, en un tiempo en que los archivos tanto iraquíes como británicos del periodo aún estaban disponibles. El Irak de Attiyah, 1902-1921, estudio sociológico, escrito 30 años antes de la invasión angloestadunidense, debería ser leído por todos los "estadistas" occidentales que planean ocupar naciones árabes.

Como descubrió Attiyah, los británicos, una vez instalados en Bagdad, decidieron en el invierno de 1917 que Irak debería ser gobernado y reconstruido por un "consejo" formado en parte por asesores británicos "y en parte por miembros representativos no oficiales de entre los habitantes". La versión copiada en 2003 de ese "consejo" fue, por supuesto, el consejo interino de gobierno, que supuestamente fue creación del sucesor estadunidense de Maude, Paul Bremer.

Más tarde, los británicos creyeron que les gustaría "un gabinete la mitad de nativos y la mitad de oficiales británicos, detrás del cual pudiera estar un consejo administrativo, o un cuerpo consultor integrado por entero por nativos prominentes". La viajera y académica Gertrude Bell, quien se volvió "secretaria oriental" de la autoridad militar de la ocupación británica, no abrigaba dudas sobre la opinión pública iraquí. "Mientras más fuerte sea el asidero que mantengamos aquí, más complacidos estarán los habitantes. No pueden concebir un gobierno árabe independiente. Y confieso que yo tampoco. No hay nadie aquí capaz de manejarlo."

Una vez más, esto se alejaba de las nobles aspiraciones de la proclama de Maude, emitida 11 meses antes. Tampoco se habrían sorprendido los iraquíes si se les hubiera dicho (cosa que, por supuesto, no ocurrió) que Maude se oponía con fuerza a la proclama que apareció bajo su firma, la cual, en realidad, fue escrita por sir Mark Skyes: el mismo Skyes que había redactado el borrador del acuerdo secreto de 1916 con Georges Picot para el control francobritánico de buena parte del Medio Oriente de posguerra.

Con todo, en septiembre de 1919 hasta los periodistas comenzaban a captar que los planes británicos para Irak estaban fundados sobre ilusiones. "Me imagino", escribió el corresponsal de The Times el 23 de septiembre, "que la visión que tienen muchos ingleses de Mesopotamia es que los pobladores locales nos recibirán bien porque los salvamos de los turcos, y que el país sólo necesita desarrollo para pagar los grandes gastos efectuados en vidas y dinero ingleses. Ninguno de estos ideales resiste mucho análisis. Desde el punto de vista político pedimos a los árabes que cambien su orgullo e independencia por un poco de civilización occidental, cuyos frutos serán absorbidos en su mayor parte por los gastos de la administración".

En el curso de seis meses los británicos estaban combatiendo una insurrección en Irak y David Lloyd George, el primer ministro, enfrentaba reclamos de retirada militar. "¿Acaso no es en beneficio del pueblo de aquel país que sea gobernado para permitirle desarrollar esa tierra que ha sido arrasada y consumida por la opresión? ¿Qué ocurriría si nos retiramos?" Lloyd George advirtió que no abandonaría Irak "a la anarquía y la confusión".

A estas alturas los británicos en Bagdad culpaban de la violencia a "la agitación política local, originada fuera de Irak", sugiriendo que Siria podía estar implicada.

¿Otra vez, por favor? ¿Puede la historia repetirse con tal perfección? En vez de la "anarquía" de Lloyd George, léase cualquier declaración en la que la potencia ocupante estadunidense advierte de una "guerra civil" en caso de una retirada occidental. Y en vez de Siria... bueno, póngase Siria de nuevo.

A.T. Wilson, el más alto funcionario británico en Irak en 1920, adoptó una línea predecible. "No podemos mantener nuestra posición... mediante una política de conciliación con extremistas. Habiendo puesto manos a la obra en la regeneración de Mesopotamia, debemos estar preparados para proveerla de hombres y dinero... Debemos estar preparados... para avanzar muy despacio hacia instituciones constitucionales y democráticas."

Hubo combates en la población chiíta de Kufa y los británicos pusieron sitio a Najaf después que un oficial británico fue asesinado. Los invasores exigieron "la rendición incondicional de los asesinos y otros participantes en la conjura". El principal clérigo chiíta, Sayed Khadum Yazdi, se abstuvo de apoyar la rebelión y se encerró en su casa. Once insurgentes fueron ejecutados. Un jeque local, Badr al-Rumaydh, se volvió objetivo de los ocupantes. "Badr debe ser muerto o capturado, y llevarse a cabo una persecución implacable del hombre hasta que este objetivo sea obtenido", escribió un funcionario político británico.

Entonces los británicos cayeron en cuenta de que habían cometido un gran error político al aislar a un importante grupo político iraquí: los antiguos oficiales y soldados iraquíes del ejército turco. Las filas de los resentidos crecían. En vez de Kufa 1920 léase Kufa 2004. En vez de Najaf 1920, Najaf 2004. En vez de Yazdi, gran ayatola Ali al-Sistani. En vez de Badr, léase Moqtada al-Sadr.

En 1920 surgió otro brote insurgente en la zona de Fallujah, donde el jeque Dhari mató a un oficial británico, el coronel Leachman, y cortó el tráfico de trenes entre esa ciudad y Bagdad. Los británicos avanzaron hacia Fallujah e infligeron "pesado castigo" a la tribu. En vez de Fallujah, claro, léase Fallujah. ¿Y la ubicación del pesado castigo? Hoy se le conoce como Khan Dari... y fue el lugar de la primera muerte de un soldado estadunidense por una bomba plantada al lado del camino, en 2003.

Desesperados, los británicos necesitaban "completar la fachada del gobierno árabe". Y así, con el apoyo entusiasta de Winston Churchill, dieron el trono de Irak al hashemita rey Faisal, hijo del jeque Hussein, premio de consolación para el hombre a quien los franceses acababan de echar de Damasco. París carecía de reyes en el territorio de Siria que estaba bajo su mandato. Por consiguiente, el gobierno británico, privado de fondos para la reconstrucción por una recesión internacional, y confrontado por una soldadesca cada vez menos dispuesta al combate, pues había luchado durante la guerra de 1914-18 y aguardaba la desmovilización, tendría que recurrir al poderío aéreo para imponer sus deseos.

Hoy no hay reyes que imponer a Irak (el antiguo príncipe heredero Hassan de Jordania se salió de la arena poco antes de la invasión), así que hemos instalado a Iyad Allawi, el antiguo "activo" de la CIA, como primer ministro, con la esperanza de que pueda servir a la misma función de papel tapiz soberano que cumplió Faisal alguna vez. Nuestros soldados pueden esconderse en el desierto, ojalá que a salvo de ataques, a menos que se les necesite para apuntalar el tambaleante poder de nuestro "Faisal" actual.

Y así llegamos al futuro inmediato de Irak. ¿Cómo vamos a "controlar" el país si afirmamos que le hemos entregado "plena soberanía"? De nuevo los archivos vienen en nuestro rescate. La Real Fuerza Aérea (RAF, por sus siglas en inglés), una vez más con apoyo de Churchill, bombardeó aldeas rebeldes y a tribeños disidentes. Churchill instó a utilizar gas mostaza, que se había empleado contra rebeldes chiítas en 1920.

El jefe de escruadrón Arthur Harris, más tarde mariscal de la RAF y el hombre que perfeccionó la destrucción de Hamburgo, Dresde y otras ciudades alemanas mediante bombardeos aéreos durante la Segunda Guerra Mundial, fue llamado para refinar el bombardeo de los insurgentes iraquíes. La RAF descubrió, escribió Harris mucho después, que "al quemar sus aldeas de carrizo, después de advertirles que salieran, los poníamos en la mayor inconveniencia, sin daño físico (sic), y pronto dejaban de atacar y saquear..."

Eso fue lo que, en su mutilación de la lengua inglesa, el Pentágono llamaría war lite (guerra ligera). Pero el bombardeo no fue tan quirúrgico como daba a entender el biógrafo oficial de Harris. En 1924 el militar reconoció que "ellos (árabes y kurdos) saben ahora lo que es un verdadero bombardeo, en bajas y daño; saben que en cuestión de 45 minutos una aldea completa puede ser prácticamente borrada y la tercera parte de sus pobladores muertos o heridos".

T.E. Lawrence -Lawrence de Arabia- señaló en una carta de 1920 a The Observer que "es extraño que no usáramos gas venenoso en aquellas ocasiones". El comodoro del aire Lionel Charlton estaba tan abatido por las bajas causadas a aldeanos inocentes, que renunció a su puesto en el estado mayor del aire en Irak, porque ya no podía "mantener la política de intimidación con bombas". Había visitado un hospital iraquí y lo descubrió repleto de tribeños heridos. Después que la RAF bombardeó la ciudad kurda rebelde de Sulaymaniyah, Charlton "conoció la ajetreada vida de esos asentamientos y se pintó con horror la caída de una bomba, sin previo aviso, en medio de un mercado o de un bazar. Hombres, mujeres y niños padecerían por igual".

Una vez más, hemos visto el uso casi indiscriminado del poderío aéreo por las fuerzas estadunidenses en Irak: la destrucción de hogares en aldeas "disidentes", el bombardeo de mezquitas, donde se afirma que se ocultan armas, la matanza desde el aire de "terroristas" cerca de la frontera con Siria, los cuales resultaron ser los convidados a un banquete de bodas. Mucha de esa misma política ha sido adoptada en la ya abandonada "democracia" de Afganistán.

En cuanto a los soldados, el calor de Medio Oriente nos impidió enviar sus cuerpos a la patria hace 80 años, así que los sepultamos en el gran Cementerio del Muro Norte en Bagdad, donde permanecen hasta hoy, la mayoría jóvenes de menos de 20 a menos de 30 años de edad. No ocultamos sus tumbas. El lugar de su último reposo está allí hoy para que todos lo vean, frente a las ruinas de la embajada turca atacada con bombas por suicidas.

La tumba de Samuel Martin duró años en el cementerio de guerra británico con la siguiente inscripción: "En memoria del soldado Samuel Martin 24384, 8° Bt., regimiento Cheshire, quien murió el domingo 9 de abril de 1916. El soldado Martin era hijo de George y Sarah Martin, de Beech Tree Inn, Barnton, Nortwich, Cheshire".

En las tormentas de fuego de artillería que se abatieron sobre Basora durante la guerra de 1980-88 con Irán, el cementerio fue destruido y saqueado, y muchas tumbas quedaron despedazadas. Cuando lo visité, en los meses de caos que siguieron a la invasión estadunidense de 2003, encontré perros salvajes merodeando entre las tumbas destruidas. Hasta las guarniciones de bronce del monumento central habían sido robadas. Sic transit gloria.

The Great War for Civilisation: the conquest of the Middle East, de Robert Fisk, será publicado por la editorial Fourth State a principios del año próximo.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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