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México D.F. Viernes 23 de abril de 2004
RUPTURAS INDESEABLES
Por
si no bastara con la creciente e innecesaria tensión que provocan
funcionarios del gobierno federal -empezando por el propio presidente Vicente
Fox-- en la relación con el Gobierno del Distrito Federal (GDF)
y con el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el diputado
Juan Molinar Horcasitas, al tachar a legisladores perredistas y priístas
de "delincuentes electorales" le abrió un nuevo frente al Ejecutivo
federal y suscitó una confrontación con la diputación
del tricolor, la cual advirtió, por voz de su coordinador,
Emilio Chuayffet, que revisará su relación "con el gobierno,
la Secretaría de Gobernación y la fracción parlamentaria
del PAN".
Una primera consecuencia directa de la confrontación
del gobierno con las principales fuerzas opositoras fue la denegación,
por diputados priístas y perredistas, del permiso para que Fox pudiera
recibir la Medalla al Mérito Agrícola que entrega la Organización
de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Independientemente de las razones objetivas esgrimidas por los legisladores
de oposición para rechazarle al mandatario una autorización
que ya le había sido concedida por el Senado, resultó evidente
que la irritación de priístas y perredistas por las actitudes
arrogantes e intolerantes del gobierno federal fue un factor importante
en la votación. El que Fox se vea impedido de aceptar la condecoración
es poco relevante en sí mismo, pero la prohibición, sin precedente,
es ilustrativa de las fracturas y los enconos que florecen en la clase
política e indicativa de los escenarios que pueden propiciar las
actitudes gubernamentales.
En cualquier circunstancia la tarea principal de un gobierno
es buscar consensos, no alimentar las confrontaciones, entre las fuerzas
políticas. Pero las actitudes rupturistas resultan particularmente
perniciosas, e incluso autodestructivas, cuando el Ejecutivo se encuentra,
como es el caso en el México actual, en situación de minoría
legislativa. Si el foxismo persiste en su intolerancia y en la descalificación
de quienes no comparten sus posturas, el actual gobierno puede quedar reducido
a una función meramente gerencial y a la simple administración
de las oficinas públicas. Por desgracia, en ocasiones da la impresión
de que tal es precisamente la aspiración del mandatario. Pero si
la Presidencia de la República pretende que sus ideas reformadoras
y sus iniciativas de cambio sean tomadas en serio -no aprobadas en automático,
sino simplemente tomadas en serio- tiene que resignarse a dialogar con
fuerzas políticas distintas a la suya, a escuchar a sus adversarios
y a reunirse con ellos.
Ciertamente, la responsabilidad por el grado de crispación
al que ha llegado la vida política del país no puede ser
atribuida exclusivamente al Ejecutivo federal. Es necesario que el conjunto
de los actores políticos reflexionen, consideren los riesgos reales
de inestabilidad e ingobernabilidad, y adopten actitudes más serenas,
mesuradas y propositivas.
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