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México D.F. Miércoles 31 de diciembre de 2003
Olga Harmony
In memoriam
Termina el año enlutando a la dramaturgia y por ende al teatro con la muerte de varios autores, quizás la menos conocida sea la dramaturga veracruzana Norma Barroso a pesar de tener algunas obras publicadas, algunas agrupadas en el tomo Por no ir a Michigan. Casi desapercibida fue también la defunción de Oscar Villegas, uno de los primeros autores que rompieron del todo con los modelos artistotélicos, al extremo de que el investigador Armando Partida habla de un ''antes y un después" de La paz de la buena gente, su primera obra (1967) y antecedente de lo que se llamaría la Nueva dramaturgia -que rompió con muchas de las formas hasta entonces prevalecientes en nuestro teatro- estructurada de modo fragmentario y sin conflicto visible, modelo que siguió en algunas de sus obras representativas, como El señor de la señora o Mucho gusto en conocerlo. Su placer por la innovación, la exploración de lo que podían dar de sí las estructuras dramatúrgicas, se unía y a veces se confrontaba con modelos más tradicionales -aunque no se aparta del todo de la alegoría- en que describía muchos de los usos de las hoy casi extintas barriadas capitalinas, como en Atlántida, varias veces llevada a escena y recordada sobre todo por la escenificación que le hiciera Julio Castillo. Sus últimas obras quizás sean las menos logradas, sin publicar algunas, otras acogidas a las generosas páginas de Tramoya y duele que las nuevas generaciones desconozcan las aportaciones de Oscar (ceramista también y miembro del Sistema Nacional de Creadores Artísticos) a la libertad de que goza la escritura teatral. Oscar tenía una gran belleza que se antojaba diabólica, lo que era desmentido por su trato gentil y afectuoso.
Carlos Olmos pertenece fundamentalmente a la escuela realista, a pesar de que su primer texto, Lenguas muertas sea una mixtura de realismo mágico y realismo social. Los textos de su Tríptico de juegos, Juegos profanos, Juegos impuros y Juegos fatuos -se han montado en varias ocasiones, siendo la primera una de las escenificaciones que Olmos tuvo en los postreros años de su vida, si se descuenta la malograda por múltiples razones- Después del terremoto. Olmos tuvo un gran éxito con El eclipse dirigida por Xavier Rojas (quien dirigió también sus Juegos fatuos nada menos que con María Douglas y Virginia Manzano, para regocijado pasmo del entonces joven autor provinciano) y como guionista de televisión obtuvo varios premios, al llegar sus conocimientos teatrales a las telenovelas: su personaje Catalina Creel de Cuna de lobos es ya parte del imaginario popular e incluso se ha prestado a un mal chiste entre políticos. Carlos Olmos tenía, en lo personal, un rápido ingenio y una gracia muy peculiares, lo que lo convertía en una persona muy querida por el gremio.
El más conocido de todos ellos fue Hugo Argüelles, el introductor del humor negro en nuestra dramaturgia (y aunque muchos sostenemos, pensando en Swift y sus semejantes, que el verdadero humor es siempre negro, la peculiar manera de Hugo lo hizo único). Barroquísimo, cada vez más y más violento en sus propuestas, fue uno de esos autores que parten de los caracteres -sobre todo esa galería de mujeres argüellianas tan definidas y definitivas en sus obras- para elaborar sus textos casi siempre metafóricos de la realidad social, cuya hipocresía combatió desde su primer texto conocido, Los cuervos están de luto. Creo que fue uno de los últimos defensores a capa y espada de la construcción aristotélica y me consta porque me lo dijo, que, aun en personajes muy secundarios trató de que tuvieran la anagnórisis antes del cambio de fortuna. Fue también un maestro de otros reconocidos dramaturgos de una generación posterior, como Sabina Berman, Víctor Hugo Rascón Banda o Jesús González Dávila y hay que acreditarle que los mejores de ellos no intentaron andar por el camino del maestro, si bien en muchos está presente esa ambigüedad de los mejores textos de Argüelles, a quien me unió una larga amistad no exenta de las rispideces de casi todas sus relaciones.
Juan García Ponce vio representada por última vez una obra suya en 1989, Catálogo razonado, bajo la dirección de Juan José Gurrola. En este texto, como en Doce y una trece la influencia pictórica es muy grande, más en la primera -Balthus, Klossowski- que en la segunda -Matisse. Más conocido como novelista y traductor, además de ensayista de primer orden en el campo de las artes plásticas, la mayoría de sus textos dramáticos no han sido escenificados.
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