México D.F. Miércoles 31 de diciembre de 2003
Alejandro Nadal
Diez años después
Hace 10 años, en Chiapas, los zapatistas se preparaban para morir. Con la historia de la nación a cuestas, no sabían si su lucha los acercaría a un país más justo. Si de algo podían estar seguros era que el poder buscaría destruirlos por todos los medios a su alcance. Intentaría acabarlos con sus tropas y, si eso no funcionaba, buscaría engañarlos con negociaciones espurias, emboscarlos, asesinarlos, comprarlos, borrarlos del mapa y esperar a que nadie volviera a acordarse de ellos. Ese era el panorama la fría noche del 31 de diciembre de 1993.
Como preveían los zapatistas, el poder lo intentó todo y algunas cosas más, hasta bombardeos con cohetes desde el aire. Le acompañaron los medios de información y su ridículo intento de manipulación. El colmo fue cuando ni siquiera sabían cómo nombrar a los innombrables: insurgentes no, porque el poder sentía que la opinión pública los asimilaría a los héroes de la patria. Prefirieron llamarlos "grupo inconforme". Los medios de información, en el más puro estilo soviético de obediencia al partido de Estado, revelaron su anacronismo y mediocridad. La verdad es que el poder había perdido la guerra política mucho antes de que comenzaran los balazos esa noche del año viejo.
Después, la protesta masiva de la sociedad y la ola de apoyo internacional obligaron al poder a sentarse a la mesa de diálogo en la catedral. Ese fue el primer intento de engaño. Como no fue suficiente, creó la red de paramilitares. Siguió el intento de emboscada de marzo de 1995, ya con un nuevo jefe de la corrupción, remplazando al anterior inquilino de Los Pinos. En aquella famosa conferencia de prensa, Zedillo reveló su propia identidad de personaje grotesco al anunciar triunfal que ya sabía quién era Marcos. Quién lo iba a decir: por esos días al señor Zedillo lo ocupaba el fraude más grande de la historia de México: sus funcionarios en Hacienda y el Banco de México firmaban los pagarés del Fobaproa. Al tiempo que la Presidencia lanzaba la tropa contra los alzados, cancelaba la viabilidad económica del país.
Los diálogos de San Andrés Sakam'chem de los Pobres arrancaron como un nuevo entramado para que el poder hiciera gala de sus talentos de simulación. En realidad sólo buscaba el desgaste y apostaba a la hipocresía y el cansancio. El actual coordinador de los priístas, Emilio Chuayffet, tuvo que recurrir a la memorable excusa de los 18 chinchones para desconocer el principal compromiso político que surgiría de ese ejercicio. Ese episodio constituye la prueba más clara de la enfermedad que marca al régimen de corrupción que prevalece en el país. También fracasó ese plan al estrellarse con la inteligencia política de los zapatistas.
Y después vino Acteal. Los paramilitares ya habían dejado su estela de sangre desde Tila y Chenalhó. Pero la consolidación del movimiento zapatista en los municipios autónomos realmente enardeció al poder. No pudo soportar lo que más molesta a cualquier poder establecido: que su contrincante tenga una base territorial. La respuesta fue la masacre de Acteal, venganza y advertencia a la vez.
Siguió el gobierno de la alternancia y su promesa de resolver el "problema zapatista" en 15 minutos. Fox y sus publicistas revelaron que nunca podrían entender la naturaleza de los problemas que aquejan a este país.
Algo más sucedió a lo largo de los últimos diez años. La crisis económica de diciembre de 1994 dio la razón a los zapatistas y recorrió el mundo como paradigma de la vulnerabilidad de un modelo económico basado en la especulación y la desigualdad. México no volvería a ser el mismo. Y sí, el poder lo intentó todo, tal como suponían los zapatistas: el ejército y los matones, las emboscadas y la traición. Pero a pesar de ello, la influencia política del zapatismo ha seguido extendiéndose. De los municipios autónomos hasta los de buen gobierno, su presencia en todo el país se amplió y profundizó.
Por su parte, en estos diez años, el poder mostró que no tiene la menor intención de enfrentar y resolver los problemas. Su proyecto económico sigue teniendo un solo objetivo: salvaguardar el enriquecimiento de unos cuantos aun a costa de la miseria y el olvido para la mayoría. La especulación y el enriquecimiento ilícito continúan siendo el hilo conductor de su estrategia.
A diez años del levantamiento zapatista una cosa es clara: el país carece de las instancias adecuadas para enderezar el rumbo. Tienen razón los zapatistas: que cada quien y cada comunidad piense, analice y tome sus decisiones para salir de esto. El gobierno y la clase política no lo van a hacer nunca.
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