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México D.F. Miércoles 31 de diciembre de 2003

Neil Harvey*

Chiapas es otro

El domingo pasado el presidente Fox comentó que "hoy Chiapas es otro; todo está en paz". Si se hubiera limitado a la primera parte de su declaración, nadie estaría en desacuerdo. La segunda peca de ingenuidad: los desplazados, los crímenes impunes, los paramilitares y el hostigamiento militar siguen allí, tal como fueron denunciados ampliamente en el informe que el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas presentó, en junio pasado, a Rodolfo Stavenhagen, relator especial de Naciones Unidas sobre la Situación de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de los Pueblos Indígenas.

Hoy Chiapas es otro no por la llegada de la paz, sino por la resistencia indígena zapatista. Pero, Ƒqué es lo que han ido resistiendo los y las zapatistas?

Una primera respuesta se refiere a los efectos materiales del libre comercio, sobre todo la caída de los precios pagados a los productores, el retiro de subsidios y el desmantelamiento de apoyos de toda índole. Una de las primeras declaraciones del subcomandante Marcos fue que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) significaba una "sentencia de muerte" para los pueblos indígenas. Los zapatistas se negaron a aceptar esta sentencia y han pasado estos años construyendo sus propias alternativas económicas locales con el apoyo de las redes de solidaridad nacionales e internacionales. No nada más se resisten a los embates económicos: también luchan por el reconocimiento de sus derechos colectivos como pueblos indígenas.

A diferencia de muchos otros movimientos populares, su rebelión no se limita a exigir concesiones del Estado, sino que demanda una profunda reforma del Estado. "Nunca más un México sin nosotros" se ha convertido en la bandera de lucha no sólo del zapatismo, sino del movimiento indígena nacional. La firma en 1996 de los acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura indígenas representa la posibilidad de una reforma nacional, negada por los sucesivos gobiernos, pero puesta en práctica por los zapatistas en sus municipios autónomos y juntas de buen gobierno. Después de sobrevivir a los ataques de policías, militares y paramilitares, estos nuevos gobiernos indígenas han llegado para quedarse.

Asimismo, las mujeres zapatistas ya no son las mismas. Desde antes de 1994 habían empezado a participar en nuevas organizaciones sociales orientadas a la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso y de recuperación de valores comunitarios. El ingreso de mucha jóvenes en las filas zapatistas abrió la posibilidad de que la mujer pudiera asumir los mismos derechos y responsabilidades de los hombres, lo cual sigue siendo una demanda y un desafío para el zapatismo. Las mujeres indígenas han participado activamente en la construcción y defensa de los municipios autónomos: para ellas no hay vuelta de hoja.

El hilo común de estos esfuerzos ha sido el constante cuestionamiento de todas las formas de poder excluyentes. En este sentido, en los próximos años los zapatistas tendrán que crear alternativas viables a los planes oficiales de desarrollo regional. Por ejemplo, en los últimos seis meses el Banco Interamericano de Desarrollo empezó a reorientar el Plan Puebla-Panamá mediante una nueva Iniciativa Mesoamericana de Desarrollo Sostenible (IMDS). Sus objetivos incluyen la armonización de las regulaciones nacionales en materia ambiental entre México y los países centroamericanos, "el aprovechamiento de los recursos naturales con miras a potenciar el valor económico de los mismos", la protección de "la riqueza de la diversidad biológica y cultural" y la promoción de "mecanismos de gestión participativa, especialmente de las comunidades locales y pueblos indígenas".

A diferencia del modelo de desarrollo tradicional, la IMDS busca que las comunidades locales y pueblos indígenas participen activamente en el manejo racional y aprovechamiento comercial de los recursos naturales. Ya no se trata de sacrificar al bosque en nombre del crecimiento económico, sino de preservarlo como reserva constante de bienes y servicios. Esto se llama "capitalismo ecológico". Sin embargo, no hay que olvidar que esta preocupación por la conservación se deriva, no de un compromiso con las comunidades locales y sus necesidades, sino de un deseo de mantener los recursos necesarios para la continuación del modelo económico global. Frente a ello, los zapatistas tendrán que construir nuevas alternativas culturales y económicas que permitan la defensa política de los recursos naturales, no su manejo racional para fines irracionales.

A diez años de la rebelión zapatista podemos afirmar: efectivamente Chiapas es otro, pero su "otredad" depende ahora de la capacidad de crear nuevas realidades sociales y ecológicas, que no estén subordinadas ni al comercio desigual ni a las reinvenciones del poder tecnocrático. Solamente así encontrará respuesta un reclamo que despertó al mundo entero aquella madrugada del Año Nuevo de 1994.

* Autor del libro La rebelión de Chiapas (Ediciones Era, 2000). Pro-fesor de ciencias políticas, Univer-sidad Estatal de Nuevo México, Las Cruces

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