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México D.F. Sábado 15 de noviembre de 2003

Ana María Aragonés

De qué nos asustamos

El encuentro en días recientes del presidente Vicente Fox con el gobernador de Texas, Rick Perry, sin duda pasó por momentos muy desagradables cuando ese personaje expresó su posición en relación con los mexicanos que están en espera de que se les aplique la pena capital en esa entidad estadunidense, expresión que, no nos cabe duda, tenía doble sentido.

El presidente Fox se comportó con extrema debilidad al no oponer de forma inmediata su desacuerdo ante una medida que es claramente violatoria de los más elementales derechos humanos.

Esto habría hecho honor a su supuesta posición como adalid de los derechos humanos, tal como sí trató de demostrar en Naciones Unidas cuando se sancionó el caso de Cuba. Por otro lado, tendría que haber aprovechado y hacer un exhorto directamente a quien tiene en sus manos el destino de nuestros compatriotas y no quedarse con la idea de que ya se ha hecho suficiente con poner el asunto en manos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que si bien es un recurso internacional importante al que hay que acudir, a Estados Unidos, como sabemos, le hace lo que el viento a Juárez.

Era un buen momento para cortar de tajo con la insinuación de que los mexicanos van a Estados Unidos a matar niños, reforzando la idea de que son un peligro para su seguridad nacional, clara expresión que afecta a todos los inmigrantes mexicanos en ese país. No hay por qué "tragar camote", señor Presidente.

No es extraño que se hayan producido esas muestras antinmigrantes frente al presidente Fox, lo que estaba perfectamente calculado para llevar agua al molino del gobernador Perry. Todo esto pone en evidencia lo alejado que se encuentra el gobierno de Estados Unidos en relación con la aplicación de los derechos humanos, una prueba de ello es el trato a los migrantes y su propio sistema de justicia.

Por supuesto que la pena de muerte no se justifica en ningún país democrático que se precie de serlo. Pero además ha quedado demostrado en estudios realizados por sociólogos estadunidenses, que el sistema de prisiones en ese país no sólo se ha convertido en uno de los más grandes, sino que es el más grande del mundo. Y no sólo estos complejos carcelarios se encuentran en expansión, sino que están alejados de todo proceso democrático. Se parte de la idea de que encarcelando e incrementando este sector de la población se da realce a la democracia, lo cual es una gran distorsión de la realidad.

Lo más dramático de la situación es que la población de las prisiones que ha crecido de forma desproporcionada es la de negros e hispanos, en contraste con los blancos. Son los desfavorecidos económica y políticamente, en especial las minorías étnicas, que son juzgadas culpables hasta que no demuestren su inocencia. Y justamente por tratarse de una población desfavorecida no tienen recursos legales y se convierten en víctimas del sistema.

Por tanto, no hay que asustarse. La expresión del señor Perry encuadra perfectamente con algunos de los valores de la sociedad estadunidense, contra los cuales hay que luchar; es decir, más que nunca debemos comprometernos con los derechos humanos, no sólo para la defensa de nuestros connacionales, sino como la única perspectiva que puede proporcionar dignidad a todos los seres humanos.

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