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México D.F. Lunes 6 de octubre de 2003

Gonzalo Martínez Corbalá

Tres revoluciones en América Latina*

Hubo tres revoluciones en América Latina que buscaron originalmente el progreso económico y el desarrollo social de las mayorías de los pueblos de México, Cuba y Chile, por diferentes caminos. Sus orígenes fueron también distintos, al igual que las épocas en las que se lanzaron.

En México, Lázaro Cárdenas asume la presidencia en 1934 y de inmediato emprende la restauración de las instituciones y de los principios de la Revolución de 1910. Durante su mandato llevó a cabo un ambicioso programa económico y social en el que destacan la nacionalización de los ferrocarriles y la industria petrolera; el reparto de tierras (fundamentalmente los latifundios del sureste en las tierras henequeneras de Yucatán; del norte en la región de la Laguna; del centro en la zona arrocera de Lombardía y Nueva Italia, en su propio estado, Michoacán), así como el apoyo a las organizaciones obreras y campesinas con la creación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), centrales sindicales que incorporó al Partido Nacional Revolucionario (formado a iniciativa de Calles en 1929), el cual reformó y designó con el nombre de Partido de la Revolución Mexicana, antecesor del hoy Partido Revolucionario Institucional. En materia de política exterior, apoyó militarmente a la República Española -acogiendo después de su caída a decenas de miles de refugiados españoles- y se opuso a la expansión del fascismo en otros países.

Durante el primer año de su gestión, el apoyo de la Presidencia de la República a los movimientos de huelga de los sindicatos creó una situación de conflicto con Plutarco Elías Calles, quien había instituido el periodo conocido como maximato -aquí vive el presidente, y el que manda vive enfrente, decía el dicho popular refiriéndose a Emilio Portes Gil (1928-1930), a Pascual Ortiz Rubio (1930-1932) y a Abelardo Rodríguez (1932-1934). Este conflicto se resuelve con el "rompimiento Calles-Cárdenas" (1935-1936) y el jefe máximo es expulsado del país, con lo que se quebró en su base la estructura del poder construida por el general Calles.

En pocas palabras, la Revolución Mexicana encuentra un nuevo aliento durante el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas (1934-1940), a través del fortalecimiento de las instituciones.

En otro momento histórico y en un marco de referencia internacional radicalmente diferente, Fidel Castro inicia la revolución armada en la Sierra Maestra -después del ataque al cuartel Moncada y de su exilio en México- por la vía que los teóricos clásicos llamarían de la violencia revolucionaria, la cual triunfa y toma el poder el primero de enero de 1959.

En el extremo sur del continente americano, Salvador Allende llega al poder en 1970, por la vía electoral democrática, en un triunfo calificado por la propia oposición (la Democracia Cristiana, el Partido Nacional y la Izquierda cristiana) y despertando grandes expectativas -especialmente en América Latina- fundadas en la tercera vía o la vía democrática al socialismo.

Así, La historia que viví trata de mis experiencias personales al lado de tres de los más notables líderes revolucionarios de nuestra América. Quede aquí mi testimonio y derive el lector las semejanzas o diferencias que en los hombres y los procesos se pueden encontrar.

Supongo -fundadamente- que no he podido ocultar las diferencias en el trato que tuve con los tres personajes; no fue tampoco mi intención hacerlo, y espero haberlo logrado.

A Cárdenas lo conozco a los 18 años en circunstancias especialmente difíciles para mí, cuando mi padre, quien sirvió desde la Comisión Nacional de Irrigación al país durante el régimen que él presidió durante 1934-1940, muere trágicamente en 1946.

El general Cárdenas me brindó un apoyo moral que fue para mí fundamental para terminar mi carrera, así como el estímulo y el afecto familiar que recibí en su casa, el cual nunca agradeceré lo bastante. Al igual que mi familia.

A Salvador Allende lo conozco y lo trato en el marco inicialmente solemne como embajador de México en Chile, la patria de O'Higgins, lo que muy pronto se convirtió en una grata y muy honrosa relación amistosa que me llevó hasta el momento del golpe de Estado, al trágico desenlace, en el cual el embajador de México tuvo la oportunidad de hacer valer el Tratado de Caracas de 1954, y de brindar protección a los perseguidos, cuya libertad y vida pusieron en peligro los generales golpistas, muy destacadamente a esa gran mujer luchadora, inestimable, que es Tencha, su compañera con quien mantenemos una grata relación de amistad hasta ahora; a Isabel, distinguida parlamentaria presidenta de la Cámara de Diputados actualmente, así como a Carmen Paz y a sus hijos, y a Gonzalo Meza Allende. A todos ellos les envío desde aquí un saludo cariñoso.

Hubo otros chilenos muy distinguidos que pudieron disfrutar de la hospitalidad del pueblo y del gobierno mexicano que encarnó señaladamente doña María Es-ther Echeverría.

Con Fidel Castro, casi 10 años después, mantuve siempre, en el marco de las obligaciones protocolarias de un embajador de México, y en el estricto cumplimiento de la doctrina Estrada y de las mejores tradiciones de la política exterior mexicana una también muy grata, para mí y para mi familia, relación igualmente amistosa que se conserva hasta la fecha, con las naturales limitaciones de la distancia geográfica, sin que se pierda para nada la amplia amistad forjada en el mutuo respeto; de mi parte, sin perder de vista la dimensión que corresponde al presidente del Consejo de Estado y de Ministros de la República hermana de Cuba, ni su posición en la historia de América Latina.

Así sometemos a la consideración de los lectores, al análisis y a la crítica de los estudiosos estas páginas que tratan de reflejar nada más que una experiencia privilegiada en la que quizás no se ha podido evitar la influencia de las emociones, esperando que el investigador científico de la historia de América Latina pueda aprovecharlas con mayor objetividad.

*Síntesis de la presentación del libro La historia que viví, de Gonzalo Martínez Corbalá, Ediciones La Jornada, 19 aniversario

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