México D.F. Sábado 30 de agosto de 2003
Jorge Ismael Rodríguez relata sus experiencias
en la trienal Echigo-Tsumari
''Si el arte no se conecta con el hombre, con el pueblo,
terminará por extinguirse''
ANGEL VARGAS
Una visión nada halagüeña sobre el
futuro del arte pervive en el ánimo del escultor e instalacionista
Jorge Ismael Rodríguez, quien acaba de regresar de Japón
tras representar a México en la Trienal Echigo-Tsumari.
''Si el arte no consigue conectarse con el hombre común,
con el pueblo, terminará por extinguirse'', sostiene. "Si el arte
no se vuelve humano, si los objetos no se transforman en sujetos, morirá''.
De
allí que el quehacer de este artista oriundo de la ciudad de México
tenga como finalidad redefinir el objeto artístico y los elementos
que lo constituyen, para darles un sentido útil y hacerlos inherentes
a la vida común de las personas.
''Arte real'' es el término con el que Jorge Ismael
Rodríguez denomina a su serie de planteamientos, con los cuales
renueva una añeja idea conceptualista de que "todo objeto puede
ser arte si el artista así lo considera", y recrea los conceptos
de utilitarismo, funcionalidad y desacralización de la plástica
para ofrecer, a partir de ellos, obra utilitaria, funcional y sagrada,
según describe la especialista española Nélida Vidal.
En la mencionada trienal japonesa, el artista mexicano
recurrió a esos valores y diseñó una propuesta con
sentido social, político y ritual dirigida a ayudar a resolver una
creciente problemática que padece la región de Echigo-Tsumari.
Dicha zona es la más importante productora de arroz
de Japón; sin embargo, sus habitantes están emigrando hacia
las ciudades, lo cual no sólo repercute negativamente en la vida
económica, sino también la subsistencia de costumbres, tradiciones
y prácticas culturales del lugar.
Luego de estudiar el fenómeno de la emigración
de mexicanos hacia Estados Unidos, Jorge Ismael Rodríguez desarrolló
su proyecto, una instalación escultórica intitulada Conector
natura-cultura o La montaña mágica de Murono, cuyo proceso
de creación involucró directamente la cooperación
y la participación de casi la totalidad de las 100 familias que
integran ese pueblo.
La obra fue concebida y realizada con una idea "refundacional"
y sirve como "unificadora de buenas voluntades". A través de ella
los pobladores de esa pequeña villa enterraron en sentido figurado
su ombligo para así comprometerse a continuar arraigados a su tierra
y a sus costumbres.
La instalación consta de un espejo esférico
de obsidiana; varias placas de cerámica elaboradas por los niños
del pueblo que representan a los cuatro elementos naturales y el tiempo;
y cuatro bancas de madera labradas hechas por "los viejos sabios", en las
que se depositan los buenos deseos.
Además, alrededor de esos elementos se encuentran
cinco esculturas en bronce del tamaño de un hombre que evocan a
seres fantásticos, como tengus (criaturas mitológicas
orientales), duendes y chaneques, que tienen la finalidad "de velar por
la tierra y los hombres que la habitan".
Se trata, según su creador, de una creación
colectiva muy cercana en propósito a un centro ceremonial, cargada
de diversos elementos simbólicos y en la que concentran mitos, ritos,
tradiciones y cultura.
"Es
un sistema de estructuras interconectadas que ligan a la tierra con el
hombre, al hombre con la familia, a la familia con la comunidad y a ésta
con la sociedad que, a su vez, habita la tierra.''
Esta obra de Jorge Ismael Rodríguez -quien prepara
ya una exposición para montarla en Vancouver, Canadá- fue
una de las 150 que se desarrollaron en la segunda Trienal de Echigo-Tsumari,
que se efectuó en el transcurso de este verano y en la cual participaron
artistas de 32 países, entre ellos el también mexicano Pedro
Reyes.
Esta fue la cuarta ocasión que el escultor visitó
por motivos de trabajo aquel país oriental. Antes ha montado exposiciones
e impartido talleres y cursos. Sin embargo, antes de este proyecto, adquirió
renombre por representar a México, con una obra, en un paseo escultórico
que se construyó en tierras niponas con motivo de la Copa Mundial
de Futbol Corea-Japón, en 2002.
|