México D.F. Sábado 30 de agosto de 2003
Lucero sigue en Televisa porque hay $50 millones
de por medio
La cantante, "imagen oficial" de próximas fiestas
patrias
JENARO VILLAMIL
Cuentan en el mundo de la farándula que el día
que Lucero daba su imborrable rueda de prensa en la que protagonizó
varios desplantes ante reporteros de espectáculos, su madre y representante,
Lucero León, recibió una llamada de los altos mandos de Televisa
para ordenarle que su hija parara el culebrón. "A mí nadie
va a decirme cómo manejar la carrera de mi hija", respondió
altanera la señora León.
El "canal de las estrellas" demostró días
después, en el noticiario de Joaquín López Dóriga,
que en su firmamento los artistas exclusivos reciben órdenes y deben
cumplirlas. La cantante de Veleta se volvió a colocar el
apuntador e hizo un acto de mea culpa tan poco creíble como
incierto. Calificó de "lamentable" que su guarura haya sacado la
pistola para amenazar a reporteros y declaró con rostro que reflejaba
más ira contenida que arrepentimiento: "Definitivamente sí,
estoy muy apenada y muy triste porque esto no debió darse nunca
y yo me equivoqué". Esa noche Lucero ya no estuvo acompañada
de su madre sino de Bernardo Gómez, vicepresidente del corporativo.
A
partir de entonces, Lucero está en el ojo de un dramatón
y no precisamente de un huracán. Si Andy Warhol viviera se citaría
él mismo para decir que, como en este caso y muchos otros de nuestra
sociedad del espectáculo, la protagonista de Los parientes pobres
ya no vive sus quince minutos de fama sino su cuarto de hora de infamia.
A final de cuentas, el resultado es el mismo: el ensalzamiento o el escarnio
para generar rating.
Y si no, que lo digan los comentaristas de programas especializados
en el arte del escarnio, como La Botana o Ventaneando, donde
la filósofa posmoderna Patricia Chapoy consignó: "Yo me enteré
que un alto mando de Televisa le llamó para hablar fuertemente con
ella, la sentó y le leyó las cartas... La pusieron como chancla
peluda y aplastada, pero por más que la movieron no le quitaron
la mala cara".
Como usted bien recordará, Chapoy es el mismo personaje
que de locutora pasó a tribunal de la Santa Televisión con
clientes cotidianos, como la cantante Gloria Trevi o cualquiera otra estrella
de la competencia que merezca sus comentarios edificantes de la dignidad
humana. Y vaya que ha creado escuela. Ahora se considera periodismo
este estilo peculiar de explotación del morbo, que lo mismo llena
las páginas enteras de revistas, secciones de periódicos,
que tiempo aire en pantalla o en radio. Es exitoso porque genera altos
niveles de audiencia, clientes lectores y hasta para los artistas representa
promoción involuntaria, de lo mismo que Lucero presumía no
necesitar ante los reporteros amagados por su siniestro Chocorrol.
¿Se puede hablar de límites éticos
de respeto a la dignidad profesional en una sociedad del espectáculo
que, como advirtiera hace 30 años Guy Debord, "no es un conjunto
de imágenes sino una relación entre personas mediatizada
por las imágenes"? ¿Qué tipo de valores periodísticos
se pueden manejar en esta sociedad que convierte en mercancías a
personajes del telemarketing y en persecutores de oficio a los reporteros
que, en lugar de pistolas empuñan el micrófono o la cámara
porque así lo ordena el modus operandi de la industria?
Este es, quizá, el falso dilema que se ha planteado
en las encuestas de popularidad o de opinión sobre el dramatón
de Lucero: la cantante versus los reporteros, el desplante o
la libertad de expresión, la pistola intimidatoria contra la grabadora
insistente.
En estricto sentido, ambas son caras de una misma y triste
moneda corriente: la búsqueda del escándalo a toda costa
para generar rating; el morbo como sustituto no de la ausencia de
información sino de exceso de imágenes y ruido; la ronda
de opinadores acreditados desde la pantalla que convierten la opinión
pública en impúdica.
El drama de Lucero fue creerse realmente una artista autónoma
e inmune al escarnio provocado por su propio guarura. Ella es solamente
el retrato de Dorian Gray de la industria televisiva mexicana del momento.
El error de los reporteros intimidados es creer que ellos conducen el espectáculo
cuando, en los hechos, no son más que mera escenografía involuntaria
de una puesta en escena que los convierte en piezas intercambiables del
show business.
En otras palabras, la discusión es aparente, el
dilema planteado es falso. El mundo simbólico de la pantalla pertenece
a un mismo código de poder unilateral: el generado por la dinámica
de los índices de venta y de audiencia. De nuevo, Guy Debord en
su texto recientemente reditado, La sociedad del espectáculo,
subraya: "Las raíces del espectáculo se hunden en la más
antigua de las especializaciones sociales, la del poder. Por ello, el espectáculo
es una actividad especializada, símbolo de todas las demás.
Es la representación diplomática de la sociedad jerárquica
ante sí misma, una sociedad de la que se ha desterrado cualquiera
otra palabra. En este sentido, lo más moderno es también
lo más arcaico".
Se ha informado que Televisa no puede prescindir de Lucero
porque están en juego los 50 millones de pesos que ha invertido
en el espectáculo de las fiestas patrias del próximo septiembre,
cuya "imagen oficial", además de unas papas fritas, es la propia
cantante.
La ironía del dramatón es total.
La digna estrella tuvo que recular para que sus 15 minutos de infamia se
tradujeran en un nuevo espot de papas fritas que de seguro diga: "A que
no puedes comer sólo una".
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