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México D.F. Jueves 10 de julio de 2003
BUSH Y BLAIR: EL PRECIO DE LAS MENTIRAS
De
visita por Sudáfrica, el presidente de Estados Unidos, George W.
Bush, fue alcanzado por sus propias mentiras sobre los supuestos esfuerzos
del derrocado régimen de Saddam Hussein por dotarse de armas nucleares,
falsedad que desempeñó un papel central en la argumentación
angloestadunidense para justificar la guerra contra Irak en marzo pasado.
Bush y su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, hubieron de aceptar públicamente
que los supuestos "informes de inteligencia" sobre imaginarias compras
de uranio por Bagdad a Níger eran, en realidad, documentos falsificados
--por los servicios de inteligencia israelíes, cabría agregar.
En días pasados, el premier británico, Tony
Blair, hubo de confesar a su vez que pasajes enteros de un informe de presuntas
armas de destrucción masiva iraquíes, presentado por su gobierno
a la opinión pública antes de la incursión militar,
fueron plagiados de una tesis de licenciatura "bajada" de Internet.
Por si fuera poco, ayer la agrupación civil Conteo
de Cadáveres en Irak (IBC, por sus siglas en inglés) estimó
que las fuerzas invasoras angloestadunidenses provocaron entre 6 mil y
7 mil 700 muertes de civiles iraquíes, cifra que echa por tierra
los alegatos de las potencias agresoras que durante la invasión
trataron de minimizar las "bajas colaterales", como llaman Londres y Washington
el asesinato de no combatientes.
Es poco probable que, a pesar de las falsedades sistemáticamente
divulgadas por ambos gobernantes, sus respectivas sociedades hayan llegado
a descubrir lo que el resto del mundo sabe perfectamente: que el arrasamiento
de Irak no tenía por propósito prevenir ataques terroristas
sino apoderarse de los recursos petroleros de ese infortunado país.
Hasta ahora Bush y Blair apuestan a minimizar sus embustes afirmando que
se trata de pequeñas imprecisiones que no afectan el balance global
de la argumentación ni la carnicería que perpetraron en Irak.
Sin embargo, la credibilidad de los dos gobiernos acusa
ya un pronunciado deterioro. El 54 por ciento de los británicos
dice no sentir "ninguna confianza" en su primer ministro y el índice
de aprobación popular de Bush ha caído de 74 por ciento,
cuando declaró el cese de las operaciones militares en Irak, hace
dos meses, a 60 por ciento, y sigue bajando. Tras la caída de Bagdad
en manos de los agresores extranjeros, 90 por ciento de los estadunidenses
tenía una impresión positiva de la evolución del conflicto
bélico; hoy, sólo 23 por ciento de los encuestados mantiene
una percepción optimista al respecto. En otros terrenos, 62 de cada
100 estadunidenses piensan que el ocupante de la Casa Blanca no hace lo
suficiente para impulsar la economía y siete de cada 10 piensan
que Bush no es capaz de enfrentar los crecientes problemas de la administración
de salud en el país.
Ojalá que esos movimientos de opinión sean
el principio del fin para dos políticos que tanto daño han
causado a la estabilidad y la paz mundiales, que han exacerbado los odios
históricos auspiciadores del terrorismo y que, en esa medida, han
sembrado nuevas amenazas, mucho más reales que sus mentirosos "informes
de inteligencia", para la seguridad nacional de sus países y para
la integridad física de los ciudadanos estadunidenses e ingleses.
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