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México D.F. Viernes 23 de mayo de 2003
Intérprete por antonomasia del compositor
finlandés y director huésped
Berglund desarrolló un doctorado en Sibelius
con la Filarmónica de Berlín
Programa exigente para batuta, orquesta y público
en la sala Philarmonie
Confirman que el agrupamiento se presentará en
el Palacio de Bellas Artes, en 2005
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Berlin, 22 de mayo. Con la batuta de marfil en
la mano izquierda, el director de orquesta finlandés Paavo Berglund
ofreció una interpretación de relevancia histórica,
dedicada por entero a la música de su compatriota Jan Sibelius (1865-1957).
Con un programa hiperespecializado, que desarrolló durante tres
noches consecutivas al frente del agrupamiento, se demostró por
qué la Filarmónica de Berlín es la mejor orquesta
del mundo.
Distintas
razones confieren la categoría de histórico a este programa,
entre ellas que el director Berglund es la máxima autoridad en la
música que integra este cartel de antología. Varias generaciones
de melómanos debemos a Berglund el conocimiento del universo fascinante
de Sibelius. Otro factor que hace único este concierto es la selección
de las partituras: una obra orquestal, Rakastava, muy poco conocida
en general y menos en las salas de concierto, al inicio del programa, además
del Concierto para violín, ejecutado con maestría
asombrosa por otro experto en Sibelius, el griego Leonidas Kavakos, que
a sus 36 años y con su violín Stradivarius construido en
1692 hizo su debut con la Filarmónica de Berlín, luego de
conformar una discografía impresionante que lo ubica como uno de
los mejores intérpretes sibelianos de la actualidad. Y en la segunda
parte del programa las dos últimas sinfonías, las números
6 y 7, de Sibelius.
Todo esto sucedió en la Meca de la Música,
la sala Philarmonie, sede de la Filarmónica de Berlín y de
la cual también existe un consenso irrebatible, que de nuevo quedó
demostrado aquí: se trata de la mejor sala de conciertos del planeta.
Llena hasta la última butaca, abierta inclusive
la sección más privilegiada entre el butaquerío en
todos sitios de privilegio: las bancadas ubicadas atrás de la orquesta,
juntito a ella y en pleno escenario, la Sala Philarmonie lució también
sus mejores galas sónicas con su sistema de terrazas y su proscenio
poligonal que semeja una cámara acústica ''enterrada" al
centro de los muchos planos que forman las secciones de butacas y en tratándose
de una música tan rara por su exquisitez, tan refinada, resultaba
sobrecogedor el repentino crecer del oleaje de contrabajos, alientos-maderas
con tronido de timbales y metales que caracterizan la música sinfónica
de Sibelius.
Dream team en continuo crecimiento
En
el centro del oleaje, la mano izquierda, sabia y vigorosa de Paavo Berglund
dejó constancia para las generaciones de lo que significa ser el
intérprete por antonomasia de un autor, en este caso de Sibelius,
pues además de la calidad de testigos que adquirieron los circunstantes
en las butacas, el sistema de micrófonos completo estuvo todo el
tiempo conectado para el registro magnetofónico del concierto entero,
para el archivo sonoro de la Filarmónica de Berlín en su
sede, para ese tesoro que tiene en sus arcas inagotables joyas, como las
grabaciones de temporadas enteras con su antiguo director, antes de la
fundación de la sala Philarmonie, Wilhelm Furtwaengler, y después
Herbert von Karajan, Claudio Abbado y la pléyade de directores huéspedes
de esta orquesta y de esta sala. Un dream team en continuo crecimiento.
La mera presencia en el podio de Paavo Berglund hubiera
agotado las localidades con cualquiera que fuese el programa elegido. Pero
sucede que no se trató de ninguna complacencia, ninguna concesión,
cero facilismos. En realidad fue un programa complicado, exigente para
la batuta, la orquesta y el público involucrados. Fue, a final de
cuentas, un doctorado en Sibelius para todos. A sala llena.
A su entrada edad, el finlandés Berglund, contemporáneo
de sir John Barbiroli, sir Thomas Beechman, sir Georg Solti, entre otras
figuras legendarias de finales del siglo XX, está en la etapa culminante
de su carrera. Dirige sentado y con todas las partituras sobre el atril
debido a problemas motrices. Camina con dificultad y para subir al podio
realiza esfuerzos muy notorios. Sin embargo, su vigor es asombroso, su
fraseo una exquisitez y la profundidad de sus pensamientos se escucha con
una nitidez pocas veces registrada en la historia de la música.
La peculiar mirada de Berglund, de aparente fiereza pero
en realidad de una serena calidez, semejante al estilo de Karl Bohm, aquel
tigre bondadoso experto en Mozart, se tiende sobre los atrilistas de manera
totalizadora que produce resultados alucinantes. Un mínimo gesto
de Berglund con los ojos y la sección entera de contrabajos hace
gemir los cimientos mismos de la sala Philarmonie con el desgajamiento
de moles de sonido abrumadoras, reproducidas con una fidelidad colosal
y amplificadas por el diseño acústico de la sala, que forma
recovecos, curvas, meandros y pleamares que hacen única la acústica
en el mundo entero. Un sonido esférico, cálido, perfecto.
Los muchos clímax orquestales, las sinuosidades
sonoras, el balance orquestal, la maestría de la mano izquierda
de Paavo Berglund, la acústica, todos los elementos privilegiados,
toda esta miriada de maravillas hacen latir el corazón en armonía.
Una experiencia totalizante, irrepetible, plena. Una felicidad extrema.
Abbado retorna como director huésped
Por
lo pronto, se confirmó aquí que la Filarmónica de
Berlín viajará a la ciudad de México en 2005 para
presentarse en el Palacio de Bellas Artes, dirigida por su titular, sir
Simon Rattle. Antes, en los andenes de las estaciones del Metro de Berlín
lucen los amplios carteles con su programación 2003-2004 en su sede,
la sala Phi-lharmonie, y entre otras sesiones paradisiacas figura el retorno,
ahora como huésped, del anterior director titular, Claudio Abbado,
para continuar su gesta mahleriana dirigiendo, dentro de un par de semanas,
la Sexta sinfonía de Mahler. Mientras tanto, las noches del
martes, miércoles y jueves sonó la Orquesta Filarmónica
de Berlín en uno de sus momentos más sublimes, llenos de
belleza más allá de las palabras y de las lágrimas
de felicidad. Un concierto de dimensiones colosales.
Para los amantes de la belleza, es decir para los amantes
de la música, en un primer instante pareciera que no habría
en el mundo algo superior a un concierto de la Filarmónica de Berlín
en su sala sede. Pero luego de escucharla con Paavo Berglund dirigiendo
Sibelius en esta sala y con esta orquesta y con estas sinfonías
de plenitud, las respuestas se desgranan como una clara epifanía:
hay vida después de la vida, hay más allá del non
plus ultra, hay mucho y mayor de lo infinito, hay la felicidad entera.
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