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México D.F. Martes 20 de mayo de 2003

Teresa del Conde

Paisajes de la memoria

En la ciudad de Querétaro existe un espacio de arte contemporáneo que se corresponde en lo básico a un Kunsthaus, por lo menos debido a su amplitud (mil metros cuadrados construidos), a la ausencia allí de una colección permanente, e igualmente al carácter en cierto modo aleatorio de lo que allí se muestra. La primera exposición individual importante que allí se exhibe fue inaugurada el pasado 15 de mayo. Su título se corresponde con el de este artículo y el expositor es José Castro Leñero, quien reunió una selección de obras realizadas en 1998 con la pretensión, lograda hasta cierto punto, de que guardaran coherencia, alternando con otro conjunto más reciente, que en su mayoría se exhibió en la galería Oscar Román hace poco más de un año: son los rostros ''multiestables" a los que ya me he referido en otra ocasión. Algunos parten de iconos del pasado que pueden o no resultar fácilmente reconocibles, como un rostro de Cristo tomado de El Greco que quedó dotado de una especie de vibración y convertido en lienzo de la Verónica.

Dentro del mismo rubro están los Autorretratos con girasoles que en número de 10, ocupando recuadros del mismo tamaño, forman tres hileras de cuatro recuadros cada una. Dos de los mismos son versiones de los conocidos Girasoles de Van Gogh que, como se sabe, cuentan con varias versiones del pintor holandés recordado ahora a 150 años de su nacimiento. Nada complaciente con su propia fisonomía, el autor acentúa o diluye algunos de sus rasgos como si hubiera querido mostrar sus diferentes ''yos". Posiblemente esta pieza sea la más fuerte y la más reciente de toda la muestra.

Las opciones por las que se pronunció José Castro Leñero en el conjunto de 1998 son varias, todas fragmentadas, todas ''tocadas" por ímpetus deconstructivos que a partir de fragmentos, con frecuencia reiterados una y otra vez, van armando otras construcciones. Además de la presencia gráfica, que en este caso se deja sentir en forma más intensa que en otras obras más recientes, las imágenes -desleídas o netas- van formando secuencias que el espectador asocia a sus propios contenidos ya sean conscientes o preconscientes.

Por ejemplo, el par de óleos con encáustica titulados El guerrero doméstico están habitados por imágenes en silueta que pueden aprehenderse de dos maneras: como figuras que gesticulan proyectadas en un soporte oscuro o como las siluetas delineadas en el piso que marcan la postura en la que quedaron los cuerpos de personas asesinadas.

Al hablar de presencia gráfica, me estoy refiriendo a las experimentaciones y logros que este artista ha obtenido mediante la consecución de imágenes digitales, pertenecientes a su propio acervo, sólo que aquí todo está pintado, no hay transposiciones en serigrafía, ni collage ni nada que no haya sido tocado a base de puros pigmentos y hay composiciones que como Tigre rojo I y II, se basan en vibraciones cromáticas, en poco profundos planos anteroposteriores y en un ritmo que se corresponde con el significado que adjudicamos a la palabra ''atigrado".

Ambos cuadros son eminentemente pictóricos, en ellos no ha incidido el recuerdo del efecto gráfico patente; por ejemplo, en el cuadro aparentemente en blanco y negro (en realidad se utilizaron un sinfín de colores) titulado Europa, que desde mi punto de vista rinde un homenaje sesgado a los fotomontajes de Hannah Hoech, artista que estuvo integrada al grupo Dada berlinés.

Cáliz lleva este título debido a algunas siluetas en forma de copa. Aquí el espectador se lleva como primera impresión la idea de que se trata de varias escenas, unas más desleídas que otras, captadas en tarjetas postales de diferentes tamaños que fueron adheridas a un soporte con masking tape. No se trata en sentido estricto de un trompe'oeil, pero si se mira el cuadro con los ojos entrecerrados, la impresión que se recaba es la que he descrito, con la particularidad de que los contenidos de las escenas ofrecen diferentes niveles de saturación, como si de pronto la propia visión se viera de alguna manera borrada (efecto blurred vision).

En otra obra, la idea que sobreviene con mayor intensidad está referida a las fotografías de Edward Muybridge, sólo que las secuencias han sido aisladas de su movimiento virtual y las figuras fantasmáticas, vistas de espaldas, no pretenden dar idea de movimiento, sino de secuencia, como si se estuviera delante de un escenario que Wim Wenders hubiera preparado para filmar una de sus escenas voyeur haciendo asumir a las figuras de Muybridge poses clásicas.

Esta obra ofrece un enorme atractivo, en tanto la titulada Secuencia intriga porque parece armada de pisca de películas viejas que hubieran sido multiplicadas e iluminadas desde afuera con reflectores de seis diferentes colores; las imágenes son prácticamente las mismas, pero no aparecen a la vista en forma idéntica, de modo tal que si uno se queda viendo el cuadro, de pronto se siente atrapado por algo que concibe como un test de percepción temática que hubiera fascinado al desaparecido sir Ernst H. Gombrich.

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