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Iván Restrepo
Incendios y sequías muy anunciados
Malas noticias para el medio ambiente y los recursos naturales del país da a conocer el Sistema Nacional de Protección Civil al señalar que en lo que va del año suman 116 mil las hectáreas de bosques y selvas destruidas por el fuego. El área afectada hasta ahora es más del doble que en 2002, cuando fue de casi 45 mil hectáreas. Los más de 3 mil 500 incendios se han presentado prácticamente en todas partes, a excepción de Baja California, y donde mayores daños han causando es en Oaxaca: más de 25 mil hectáreas fueron arrasadas. Además, murieron cuatro campesinos que vi-vían en el distrito de Tlacolula. Otros dos resultaron seriamente quemados al tratar de apagar un incendio que, según autoridades, fue provocado por algunas personas interesadas en ampliar la frontera agrícola a costa del bosque, a fin de sembrar maíz, frijol y calabaza, productos claves de subsistencia en el campo.
Lo de un mal año en cuanto a incendios se sabía desde tiempo atrás. En diciembre pasado, al hacer un resumen ecológico de 2002, que estaba por terminar, así como de las perspectivas para 2003, advertimos que tendríamos un ambiente muy seco como resultado del fenómeno El Niño, lo que propiciaría escasez de agua en ciertas zonas y mayor número de incendios forestales. Y así ha sido, al grado de que todo el estado de Sinaloa fue declarado en emergencia por la carencia de líquido, mientras en Yucatán los incendios son mayores debido a la cantidad de árboles que tiró el huracán Isidore el año pasado, y que ahora secos son presa fácil del fuego. En Chiapas suman 10 mil las hectáreas afectadas y en Campeche casi son 20 mil, más del triple del récord establecido allí hace cinco años. El calor y los incendios también hacen de las suyas en Veracruz, Hidalgo y Puebla. La situación seguramente será más grave si tomamos en cuenta que entramos a la época de mayor calor y las lluvias no están próximas. Se espera que cuando se presenten, a principios de junio, el número de incendios ascienda a 12 mil, cifra mucho mayor que en años anteriores.
Lo terrible de todo esto es que a pesar de que las autoridades sabían lo que nos esperaba por falta de lluvia y gran sequedad en el ambiente no hicieron todo lo necesario para evitar oportunamente los incendios y enfrentarlos con eficacia antes de que se presentaran.
En algunos estados se han quejado por la falta de equipo y apoyo técnico para combatirlos; en otros se denuncia que los talamontes y los ganaderos, casi con el visto bueno de autoridades y caciques locales, provocan los incendios para aprovechar la madera muerta y luego meter ganado o sembrar maíz. No faltan acusaciones de que los narcos patrocinan las quemas para sus siembras ilegales. Es el caso de Guerrero, Colima y la sierra, así como tierra caliente de Michoacán, Sinaloa y Chihuahua.
Mas la causa principal de los incendios no radica en la presencia de El Niño, ya que la más importante sigue siendo la gente, destacadamente el descuido de los campesinos a la hora de realizar ciertas actividades previas a la siembra, en especial la llamada roza-tumba-quema. Ocurre que muchos no controlan bien esta vieja práctica agrícola por lo que el fuego termina por pasarse a zonas vecinas. Apagarlo resulta después una tarea muy difícil por la falta de equipo, la desorganización y la falta de experiencia de quienes participan en esa tarea.
Precisamente la falta de experiencia en el combate de incendios causó la muerte de cuatro campesinos en Oaxaca, de otro en Tabasco y de uno más en Puebla: el fuego virtualmente los envolvió en unos cuantos minutos, pues no pudieron salir del sitio donde se encontraban debido al humo. El caso recuerda los más de 20 decesos registrados hace cinco años por la misma causa: inexperiencia.
Cada vez que se presenta la temporada de secas y de incendios los especialistas advierten sobre la necesidad de que las autoridades actúen con mayor coordinación, prontitud y decisión, haciendo llegar a los afectados los recursos financieros y técnicos adecuados para cuando se necesiten, no después, con el fin de aminorar los daños. Y algo fundamental: poner en marcha políticas de prevención y de trabajo con las comunidades rurales. Aquí radica el éxito de cualquier campaña para evitar incendios y otros desastres, para controlarlos oportunamente en caso de que se presenten, con o sin El Niño. Algo tan sabido se olvida con las consecuencias que ahora todos lamentamos y pagamos en términos ambientales, sociales y económicos.
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