DOS SEMANAS DE BARBARIE
Se
cumplen hoy 15 días del inicio de la agresión militar lanzada
por Estados Unidos e Inglaterra contra Irak. El saldo más importante
y catastrófico de este lapso es sin duda el asesinato de cientos
de civiles inocentes -hombres, mujeres, niños y ancianos- por las
tropas invasoras y la inconmensurable destrucción material causada
por ellas en la martirizada nación árabe. Pero en estas dos
semanas han ocurrido además significativas modificaciones en el
panorama político internacional, en la composición del poder
estadunidense, en las percepciones de la opinión pública
global y en los complejos equilibrios de los poderes gubernamentales y
económicos mundiales. Vale la pena ensayar un breve recuento de
esas consecuencias de la guerra atroz y unilateral emprendida por George
W. Bush y Tony Blair.
En primer lugar, el apabullante despliegue de recursos
bélicos por Washington en Irak permite confirmar la absoluta superioridad
tecnológica y numérica del poder militar estadunidense, no
sólo sobre el de Irak, sino también sobre el de cualquier
otro país. Pero, al mismo tiempo, la desproporción entre
esos recursos de destrucción y los relativamente pobres resultados
obtenidos hasta ahora en el país árabe obligan a pensar que
el pensamiento y la planificación militares del gobierno estadunidense
están muy por debajo del nivel de su armamento: tras dos semanas
de bombardeos masivos e inmisericordes por aire y tierra, las fuerzas angloestadunidenses
no han sido capaces de tomar una sola ciudad importante a un enemigo en
evidente inferioridad tecnológica y logística.
A la deficiente planificación militar de Washington
debe agregarse su nula comprensión del contexto político
y social al que envió a combatir a sus tropas. En un gesto característico
de la arrogancia y la ignorancia que imperan en el gobierno de Bush, la
Casa Blanca y el Pentágono pasaron por alto la existencia y el poder
de acción de las fuerzas irregulares iraquíes, imaginaron
que las tropas regulares se rendirían sin combatir ante la sola
exhibición de los artefactos bélicos estadunidenses y que
la población civil se alzaría contra el régimen de
Saddam Hussein y recibiría con flores y aplausos a los agresores.
A lo que puede verse, Washington desconoce el país que pretende
invadir, sus estrategas civiles ponen oídos sordos a los consejos
de los militares y ello se traduce en una inesperada confrontación
en el grupo gobernante.
En otro sentido, la guerra superó muy pronto sus
propios pretextos y se evidenció como una clásica empresa
colonialista de pillaje y rapiña. Hoy las autoridades estadunidenses
ya no hablan de los nexos entre Bagdad y Al Qaeda -acusación fundamental
en los preparativos diplomáticos de la guerra- y los efectivos angloestadunidenses
no han encontrado en tierras iraquíes el menor rastro de las supuestas
armas químicas, biológicas o nucleares que quitaban el sueño
a Bush y a Blair. En cambio, Washington se ha apresurado a repartir contratos
multimillonarios de reconstrucción entre empresas de su propio país,
dejando en claro, así, sus intenciones de proceder a una prolongada
ocupación de Irak.
Por otra parte, los fracasos y empantanamientos militares
experimentados por las fuerzas aliadas de sí mismas en su penoso
avance hacia Bagdad han empujado a los altos mandos estadunidenses a intensificar
los injustificables y mortíferos ataques contra la población
civil, en lo que constituye un obvio esfuerzo por desmoralizar la resistencia
militar de Irak. Si los generales ingleses y estadunidenses no pueden matar
a los soldados iraquíes -o no, al menos, en las cantidades que quisieran-,
ahora proceden a asesinar a sus mujeres, a sus hijos y a sus padres, a
destruir los depósitos de alimentos, a lanzar bombas de racimo contra
zonas habitacionales, a dejar a la población sin agua, luz ni teléfono
y a atacar hospitales de maternidad.
Lo anterior ha contribuido a fortalecer el multitudinario
rechazo a la invasión en el que convergen gobiernos, organizaciones
y ciudadanos de todo el mundo. Lo que hasta el 20 de marzo era percibido
como una guerra injusta e injustificada aparece hoy, 15 días después
de iniciada, como una agresión criminal y genocida, y ha confirmado
que el objetivo de la incursión militar en curso no es la destrucción
del régimen iraquí sino la ocupación y el avasallamiento
de Irak y el robo de sus recursos naturales, el petróleo en primer
lugar. Estos hechos han incrementado la desconfianza del resto de los gobiernos
árabes hacia Washington, incluidos los que hasta hace poco se contaban
entre sus aliados más cercanos.
Finalmente, y aunque estos 15 días de atrocidad
y barbarie han sido, también, días de masivas y esperanzadoras
movilizaciones a favor de la paz en prácticamente todo el mundo,
debe admitirse que la Organización de Naciones Unidas ha sido incapaz
de capitalizar y encabezar ese clamor planetario, de salir del pasmo en
que la sumió la agresión unilateral de Estados Unidos contra
Irak y de colocarse a la altura de sus obligaciones. Hoy, la autoridad
de la ONU y de su Consejo de Seguridad aparece tan devastada por la incursión
estadunidense como la propia Bagdad.
|