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Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 3 de abril de 2003
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Editorial
 
DOS SEMANAS DE BARBARIE

sol-2Se cumplen hoy 15 días del inicio de la agresión militar lanzada por Estados Unidos e Inglaterra contra Irak. El saldo más importante y catastrófico de este lapso es sin duda el asesinato de cientos de civiles inocentes -hombres, mujeres, niños y ancianos- por las tropas invasoras y la inconmensurable destrucción material causada por ellas en la martirizada nación árabe. Pero en estas dos semanas han ocurrido además significativas modificaciones en el panorama político internacional, en la composición del poder estadunidense, en las percepciones de la opinión pública global y en los complejos equilibrios de los poderes gubernamentales y económicos mundiales. Vale la pena ensayar un breve recuento de esas consecuencias de la guerra atroz y unilateral emprendida por George W. Bush y Tony Blair.

En primer lugar, el apabullante despliegue de recursos bélicos por Washington en Irak permite confirmar la absoluta superioridad tecnológica y numérica del poder militar estadunidense, no sólo sobre el de Irak, sino también sobre el de cualquier otro país. Pero, al mismo tiempo, la desproporción entre esos recursos de destrucción y los relativamente pobres resultados obtenidos hasta ahora en el país árabe obligan a pensar que el pensamiento y la planificación militares del gobierno estadunidense están muy por debajo del nivel de su armamento: tras dos semanas de bombardeos masivos e inmisericordes por aire y tierra, las fuerzas angloestadunidenses no han sido capaces de tomar una sola ciudad importante a un enemigo en evidente inferioridad tecnológica y logística.

A la deficiente planificación militar de Washington debe agregarse su nula comprensión del contexto político y social al que envió a combatir a sus tropas. En un gesto característico de la arrogancia y la ignorancia que imperan en el gobierno de Bush, la Casa Blanca y el Pentágono pasaron por alto la existencia y el poder de acción de las fuerzas irregulares iraquíes, imaginaron que las tropas regulares se rendirían sin combatir ante la sola exhibición de los artefactos bélicos estadunidenses y que la población civil se alzaría contra el régimen de Saddam Hussein y recibiría con flores y aplausos a los agresores. A lo que puede verse, Washington desconoce el país que pretende invadir, sus estrategas civiles ponen oídos sordos a los consejos de los militares y ello se traduce en una inesperada confrontación en el grupo gobernante.

En otro sentido, la guerra superó muy pronto sus propios pretextos y se evidenció como una clásica empresa colonialista de pillaje y rapiña. Hoy las autoridades estadunidenses ya no hablan de los nexos entre Bagdad y Al Qaeda -acusación fundamental en los preparativos diplomáticos de la guerra- y los efectivos angloestadunidenses no han encontrado en tierras iraquíes el menor rastro de las supuestas armas químicas, biológicas o nucleares que quitaban el sueño a Bush y a Blair. En cambio, Washington se ha apresurado a repartir contratos multimillonarios de reconstrucción entre empresas de su propio país, dejando en claro, así, sus intenciones de proceder a una prolongada ocupación de Irak.

Por otra parte, los fracasos y empantanamientos militares experimentados por las fuerzas aliadas de sí mismas en su penoso avance hacia Bagdad han empujado a los altos mandos estadunidenses a intensificar los injustificables y mortíferos ataques contra la población civil, en lo que constituye un obvio esfuerzo por desmoralizar la resistencia militar de Irak. Si los generales ingleses y estadunidenses no pueden matar a los soldados iraquíes -o no, al menos, en las cantidades que quisieran-, ahora proceden a asesinar a sus mujeres, a sus hijos y a sus padres, a destruir los depósitos de alimentos, a lanzar bombas de racimo contra zonas habitacionales, a dejar a la población sin agua, luz ni teléfono y a atacar hospitales de maternidad.

Lo anterior ha contribuido a fortalecer el multitudinario rechazo a la invasión en el que convergen gobiernos, organizaciones y ciudadanos de todo el mundo. Lo que hasta el 20 de marzo era percibido como una guerra injusta e injustificada aparece hoy, 15 días después de iniciada, como una agresión criminal y genocida, y ha confirmado que el objetivo de la incursión militar en curso no es la destrucción del régimen iraquí sino la ocupación y el avasallamiento de Irak y el robo de sus recursos naturales, el petróleo en primer lugar. Estos hechos han incrementado la desconfianza del resto de los gobiernos árabes hacia Washington, incluidos los que hasta hace poco se contaban entre sus aliados más cercanos.

Finalmente, y aunque estos 15 días de atrocidad y barbarie han sido, también, días de masivas y esperanzadoras movilizaciones a favor de la paz en prácticamente todo el mundo, debe admitirse que la Organización de Naciones Unidas ha sido incapaz de capitalizar y encabezar ese clamor planetario, de salir del pasmo en que la sumió la agresión unilateral de Estados Unidos contra Irak y de colocarse a la altura de sus obligaciones. Hoy, la autoridad de la ONU y de su Consejo de Seguridad aparece tan devastada por la incursión estadunidense como la propia Bagdad.
 

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