Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 3 de abril de 2003
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Política

Sergio Zermeño

Guerra interior: la policía de barrio

En el repaso de nuestras guerras interiores ocupa lugar muy destacado la lucha del Gobierno del Distrito Federal contra la delincuencia. Primero, fue consultado Rudolph Giuliani, el duro, el de la Cero tolerancia, sobre el programa que pone el acento en las fuerzas policiacas para impedir que ni siquiera sea rota una ventana. La semana pasada se consultó a Leoluca Orlando, ex alcalde de Palermo, ciudad de un millón de habitantes, emporio de la mafia siciliana. Este personaje, que en 15 años hizo caer la tasa de homicidios de 260 a nueve por año, no niega la utilidad de la dureza policiaca, pero su proyecto se apoya en la participación, al lado de la policía, de todos los miembros de la comunidad (escuelas, medios de comunicación, políticos, empresarios, representantes religiosos, etcétera), centrando el trabajo en los grupos vulnerables, particularmente en niños, jóvenes, prostitutas, desempleados, así como en la restructuración de espacios públicos.

"Simpatizamos mucho con los supuestos básicos del Instituto del Renacimiento Italiano" (el de Leoluca), afirmó Marcelo Ebrard mientras López Obrador declaró que tomaría lo mejor de ambos programas: "el problema de la inseguridad es asunto de todos, cuando hay participación ciudadana funcionan mejor las cosas", y concluyó su información dando el banderazo de salida al programa Policía de Barrio, instaurado en 76 de las mil 352 unidades territoriales de la ciudad de México con mayores índices delictivos, a las cuales se destinaron cerca de mil nuevos policías y 160 patrullas (en ese 5 por ciento del territorio se comete 35 por ciento de los delitos). El objetivo más ambicioso del programa será "restablecer un puente de confianza, comunicación y acercamiento con la comunidad, perdido desde hace años".

El programa, que en México se decidió llamar Policía de Barrio, en Colombia se denominó Misión Bogotá, Policía de Proximidad en Francia y España, y Policía Comunitaria en Estados Unidos. Más allá de la nomenclatura, el hecho es que todos estos ejemplos exitosos tienen algo en común: convierten al ciudadano en agente activo de su propia seguridad.

En el área de Coapa, en Tlalpan, con 50 mil habitantes, durante casi tres años vecinos y asesores de la UNAM hemos trabajado y hecho un diagnóstico en torno a la inseguridad y la delincuencia. Cuando los comités vecinales de esta zona se enteraron de que se activaría una policía de barrio lo celebraron mucho, sobre todo porque hacia allá apuntaba el plan de acción de los estudios y diagnósticos previos.

De las discusiones en estos comités, a partir de que las autoridades propusieran la policía de barrio, se desprende la siguiente modesta contribución para el mejoramiento de este programa: a sabiendas de que la desconfianza entre cuerpos policiacos y ciudadanos es muy alta, no se puede poner frente a frente, sin mediaciones, a estos dos actores (ciudadanos y policías): el nuevo programa se apoya fuertemente en el Código Aguila, implementado en años recientes, consistente en que el policía, casi siempre a bordo de una patrulla, acude a domicilios preconvenidos para que el vecino firme su hoja de servicio, demostrando con esto su presencia activa en el barrio. Sin embargo, recientemente los vecinos ya no quieren que los policías registren su presencia o ausencia, por lo que esta falta de confianza, como dijo Ebrard, puede dar al traste con el programa.

Entre el vecino y el policía debe haber dos figuras de mediación: primero, el comité vecinal (pero más efectivamente la asociación de 10 o 15 comités vecinales, un colectivo que se reúne con regularidad, representa a 30 o 60 mil habitantes, intercambia experiencias y aprende de los otros, y no un pobre coordinador aislado que debe hablar en nombre de 10 o 15 manzanas y firmarle diario unas hojas a un policía que, aunque hace su mejor esfuerzo, está mal preparado); segundo, la figura de un inspector que esté al tanto de todo lo que acontece en ese territorio poblacional de los 30 o 60 mil habitantes, que puede interactuar con los vecinos, gracias a su elevado nivel profesional en el terreno de la previsión de la delincuencia, y que puede coordinar el trabajo de la pluralidad de cuerpos policiacos que tenemos en nuestra ciudad: preventivos, auxiliares, pie-a-tierra, de tránsito, judiciales, bancario-industriales, cóndores... Un inspector capaz de detectar que en las cuadras que rodean a un centro educativo se abrió un nuevo local de venta de bebidas alcohólicas y que, gracias al apoyo de vecinos y comités, cuenta con la fuerza para reclamar la irregularidad ante las autoridades superiores. Hoy los mandos de policía y las coordinaciones de seguridad atienden entre 100 y 200 mil habitantes, quedan demasiado lejos de la población y de sus problemas, detectan un nuevo antro o un changarro de banqueta cuando ya no ha quedado de otra que "llegar a un acuerdo".

Sea como sea, las medidas que se están llevando adelante en nuestra ciudad para prevenir la delincuencia son bienvenidas.

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