Samuel Ponce de León R.
Carlo Urbani encuentra una epidemia y su destino
Desde hace casi dos décadas, las organizaciones médicas internacionales vienen advirtiendo a la comunidad médica sobre la posible ocurrencia de una nueva pandemia de influenza. Se conoce bien el patrón temporal de la influenza y la Organización Mundial de la Salud (OMS) mantiene un sistema de vigilancia mundial que permite identificar las características de los virus que circulan y que son siempre cambiantes. Por esto la necesidad de vacunarse anualmente. Este sistema permitió identificar con rapidez hace pocos años la aparición en humanos de una cepa (influenza H5N1) que causaba alta mortalidad, afortunadamente muy poco contagiosa. La aparición de este virus fortaleció la preocupación y los sistemas de vigilancia, aún más reforzada después de septiembre de 2001, cuando la posibilidad de ataques de bioterrorismo se hizo real. Por lo anterior, no es de sorprender que en el curso de las últimas semanas hallamos visto con detalle cómo nace y se disemina, desde su principio, una nueva epidemia.
La historia parece iniciarse en Guangdong, provincia de China continental, donde ocurrieron entre noviembre y febrero pasados aproximadamente 500 casos de neumonía y murieron cinco personas. Un médico que estuvo expuesto a esa epidemia viajó días después a Hong Kong y se hospedó por una noche el 21 de febrero en el hotel Metropole, para asistir a una boda. En el hotel contagió al menos a 12 personas, que después viajaron a Singapur, Hanoi, Irlanda, Canadá y a otras áreas de Hong Kong. El 25 de febrero en Hanoi, Vietnam, ingresó al hospital un hombre de negocios estadunidense -que se había hospedado en el Metropol-, con un cuadro respiratorio de rápida evolución, y finalmente falleció. Uno de los médicos que lo atendieron en el hospital de Hanoi era Carlo Urbani, epidemiólogo italiano de 46 años, consultor de la OMS, quien envió una alerta epidemiológica ante lo que pensó, correctamente, que se trataba de una neumonía atípica de muy fácil transmisión y posiblemente una epidemia.
El doctor Urbani era experto en enfermedades transmisibles y presidente de Médicos sin Fronteras en Italia; fue también uno de los contagiados en Hanoi durante la atención del caso proveniente de Hong Kong y murió a consecuencia de esta infección. Su atinado aviso ha permitido establecer tempranamente medidas preventivas y un rápido inicio de la investigación sobre los agentes causales.
El crecimiento de la epidemia ha sido rápido y conforme se extiende lo será más. Afortunadamente ya se cuenta con firmes evidencias de que se trata de un virus, y se desarrollan métodos de diagnóstico rápido y eventualmente se tendrá una vacuna. Sin embargo, la transmisión del nuevo agente infeccioso es muy fácil: del 21 de febrero a la fecha se han reconocido casi 2 mil casos con una mortalidad de aproximadamente 3.5 por ciento. Es sobresaliente una infección respiratoria tan contagiosa con esa tasa de mortalidad: de los primeros 100 mil casos habrán ocurrido 3 mil 500 muertes. Por el momento no se cuenta con medicamentos útiles para su tratamiento, pero se conocen bien las medidas para evitar o limitar su transmisión y deben implementarse en todos los servicios de salud.
Es importante reconocer que la mayoría de los primeros casos han ocurrido entre trabajadores de salud contagiados por sus pacientes, como ocurrió con Urbani, lo que hace urgente evitar el contagio dentro de esos servicios. No es difícil predecir que esta epidemia seguirá creciendo en las semanas que vienen y lo mejor será reforzar las recomendaciones de prevención. En este momento, en el que la locura y la violencia predominan en nuestras vidas, la muerte de Carlo Urbani debe ser un recordatorio de que los hombres podemos tener mejores aspiraciones.