José Steinsleger
El infierno más temido
Entre los aspectos señeros del intelectual alienado
destaca su aquiescencia amoral con la barbarie implícita de la "civilización"
anglosajona y eurocéntrica. Por eso deplora a los líderes
del mundo colonial que la critican, tanto como celebra a genocidas como
Winston Churchill y la gesta de Lawrence de Arabia, aquel Che Guevara
al servicio de la corona británica que en 1920 inventó el
reino de Irak (T. E. Lawrence, 1888-1935).
Y por eso también cuando se les recuerda que atletas
del "espíritu universal" como Borges calificaron al general Jorge
Rafael Videla de "caballero", ensayan las más disímiles justificaciones
o voltean la página tal como hizo su amiga Victoria Ocampo al leer
la carta que su admirado Lawrence (de quien tenía una fotografía
dedicada en su escritorio de la editorial Sur) envió al capitán
inglés Liddell Hart:
"¿La reacción de los árabes ante
los bombar-deos?... Hay algo frío, distante, impersonalmente trágico
en un bombardeo aéreo... La RAF (Royal Air Force) reconoce esto
y sólo bombardea a las 24 horas de haber dado aviso... Naturalmente
el procedimiento es infinitamente más misericordioso que una acción
militar o de policía, ya que los muertos son en general mujeres
o niños prescindibles, no los hombres que realmente importan. Claro
que este modo de sentir es demasiado oriental para que lo podamos comprender
con claridad. Un árabe, para expiar un delito civil, ofrecería
a su mujer antes que a sí mismo..." (26 de junio de 1930, "Cartas",
Sur, Buenos Aires, 1944, p. 675).
¿Quién era Liddell Hart (1897-1970)? Ni
más ni menos el estratega militar que suprimió el concepto
de "población civil" sin reconocer diferencia alguna entre soldados
y paisanos. "La guerra moderna -dice- debe empezar con el lanzamiento de
gases contra la población adversaria. Los habitantes de una ciudad
tienen que morir para que el soldado cese de luchar." ¿No suena
familiar este discurso?
El caballero Hart inventó asimismo la blitzkrieg
(guerra relámpago), táctica militar que consiste en usar
los tanques como fuerza de penetración profunda en el campo del
enemigo, cortando las tropas y los suministros. Los antecedentes de la
blitzkrieg son los tiradores montados de Buffalo Bill (que asolaban
los campos de caza de los indios y derribaban los bisontes que se po-nían
a su alcance) y la guerra de secesión, cuando el general Ulysses
Grant se apoderó de la desembocadura del Mississippi, separando
a los estados del sur del abastecimiento que recibían del mar.
En 1941, año en que el general Heinz Guderian,
comandante del Panzergruppe II de la Wehrmacht, aplica la táctica
durante la invasión alemana a Rusia (Operación Barbarroja),
Borges publica El jardín de los senderos que se bifurcan,
dedicado a Victoria Ocampo. Curiosa sincronía. Quien supuestamente
odiaba la política empieza citando a Liddel Hart, autor de la teoría
de que el mando se ejerce en el frente militar, haciendo a un lado la conducción
política de la guerra.
Los senderos del jardín se bifurcaron. La premura
política de Hitler para tomar Moscú hizo que el avance alemán
fuese tan veloz que dejó atrás sus sistemas de apoyo y avituallamiento.
Los nazis quedaron empantanados con 18 divisiones de blindados, 12 mecanizadas,
80 de infantería, 25 divisiones de reserva, 3 mil 200 carros de
combate, 500 mil camiones, 10 mil cañones, 300 mil caballos y 2
millones de soldados.
Algo similar estamos viendo en la caótica estrategia
militar de Estados Unidos en Irak. El genocidio aéreo no da el resultado
esperado y, a más de subestimar la cultura del enemigo, la ocupación
del país mesopotámico avanza sin consolidar la retaguardia
y con la esperanza de que se produzca una suerte de insurrección
agradecida con el invasor.
¿Quién dirige la guerra? ¿Bush, Cheney,
Rumsfeld, el general Tommy Franks, la CNN, Wall Street, la revista Letras
Libres? Esos pobres chicos de la soldadesca yanqui que cayeron en manos
de los iraquíes fueron seguramente convencidos de que la toma de
Bagdad no pasaría de repartir chocolates Hershey's y Chupa-chups".
Un caballero de la filosofía, sir Bertrand Russell,
sostenía que la mayor ferocidad de la guerra moderna es atribuible
a las máquinas, "...las cuales asfixian el lado anárquico,
espontáneo de la naturaleza humana, que actúa en lo más
recóndito del individuo, produciendo un oscuro descontento al que
la idea de la guerra ofrece un positivo alivio" (Sceptical Essays,
1928).
Por eso hoy, cuando en las calles de Basora y Nasiriya
los yanquis se enfrentan al infierno más temido, viéndose
obligados a pelear cuerpo a cuerpo y cuchillo a cuchillo contra los chiítas
que "detestan" a Saddam Hussein (porque así les informaron los genios
del Pentágono), algún bisoño historiador inglés
recordará la carta en la que el 16 de noviembre de 1920 Lawrence
escribe al coronel S. F. Newcombe: "No se puede hacer una guerra apoyándose
en una sublevación".