Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 26 de marzo de 2003
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Mundo

Manuel Vázquez Montalbán

El cavaliere Berlusconi ha desaparecido

No estaba Berlusconi. Por más que repasaba la foto estelar de la reunión de las Azores, allí no estaba Berlusconi, aunque el primer ministro italiano había posado en las fotos preliminares del eje Atlántico, esta vez no salió del Mediterráneo y se refugió en una prudente, sabia ambigüedad. Aunque Italia apoye al bando belicista en los próximos meses, nunca quedará constancia emocional de esa complicidad, y en cambio Aznar aparecerá cubierto de sangre de la cabeza a los pies, como el amigo pobre de la familia imperial, al que el emperador acoge a su lado en la fotografía poniéndole un paternal brazo sobre el hombro.

Las potencias del eje Atlántico viven diferentes situaciones interiores condicionadas por su propio pasado y sustrato. Bush ha sido elegido por una minoría de ciudadanos y por tanto los demás estadunidenses o no quieren la guerra o quedan a la expectativa de resultados. Blair ha dividido su partido y ha roto el imaginario europeo mucho más que los antieuropeístas del partido conservador. Aznar sobrevivió en las cortes españolas gracias a su mayoría absoluta y a la disciplina de voto bélico de los 183 diputados del Partido Popular. A poco que se complique la conquista de Irak, de esos 183 diputados tendrán que salir los correctores y sancionadores del aznarismo, tal vez el señor Rato a la cabeza, que públicamente no ha asumido el papel de predicador de la guerra, aunque es uno de los que más saben de los verdaderos motivos para participar en ella, esos motivos o beneficios que proclamó el hermano de Bush durante su visita a España.

kar02-082026-pihBerlusconi no estuvo en la teatral reunión de las Azores. No tuvo que adherirse inquebrantablemente al emperador y podrá contemplar la matanza de iraquíes con cierta distancia estratégica. En las guerras posmodernas, Estados Unidos ha conseguido ocultar los cadáveres, y le fue fácil, tanto en la del Golfo como en la de Yugoslavia, porque contaba con el consensus, y por tanto con la complicidad de sus aliados. Más difícil le será esconder muertos y destrucciones en una guerra tan preventiva como privada, de no contar con la ayuda del Reino Unido y la casi mera presencia testimonial de unos cuantos miembros del ejército aznarita acompañados de la mascota invencible, la cabra de la Legión. Por más que sea evidente el uso de bases españolas como infraestructura aérea de Estados Unidos, lo cierto es que los españoles tenemos la impresión de que la verdadera contribución de Aznar a la matanza de iraquíes es haberle puesto la alfombra a los matarifes. La reunión de las Azores habría que incluirla en una posible Historia universal de la teatralidad política, y sería muy interesante decodificar la poquedad de la balbuciente expresividad de un Bush mal dormido y cerebralmente mal nutrido, del protagonismo verbal y argumental de Blair, crispado, precipitado, pero dotado para expresar lo que necesita pensar. En cuanto a Aznar, volvió a recitar la décima que tantas veces le habíamos escuchado. Días después, en su acorralada intervención en las cortes españolas, cada vez que le echaban encima la sangre de los iraquíes, argumentaba que toda la culpa la tenía Saddam Hussein, y cuando lo acusaron de respaldar una guerra ilegal, el paje del emperador recordó a los socialistas que ellos y el señor Solana, secretario de la OTAN, se habían apuntado a la guerra de Yugoslavia, formalmente nunca declarada.

Aparte de los beneficios prometidos por el hermano del emperador, tal vez uno de los motivos principales de la neurótica obsesión belicista del señor Aznar se deba a que quiere tener su guerrita internacional, como la tuvieron los socialistas de Felipe González, y no estaría muy lejos tampoco de esta disposición el mismísimo emperador, envidioso de su padre, el vencedor de la guerra del Golfo. Estas motivaciones sicológicas, al igual que las religiosas, no enmascaran el carácter de guerra de redivisión que tendrá la de Irak, como consecuencia tardía del final de la guerra fría. Inutilizada la ONU, la OTAN y Europa como bloque estratégico, el imperio dictará un día de estos las nuevas reglas del juego para la estabilidad del orden internacional, tal como él lo entiende.

Si se vieran los cadáveres y las destrucciones, el quinto poder, la sociedad civil antibelicista que se ha echado a la calle y a los espacios de la aldea global, volvería a tener un protagonismo importante, capaz de arruinar la prestancia de cruzados de los señores Bush, Blair y Aznar, y dejarlos para el arrastre político y en la miseria que se merecen. No será el caso de Berlusconi, quien se ha colocado entre bastidores, a ver qué tal caen los decorados y los telones, esperando el momento de decir algo inteligente o simplemente útil.

Los belicistas comparsas de las Azores quedaron para siempre esclavos de sus palabras y ya no serán dueños de sus silencios.

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