Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de marzo de 2003
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Sociedad y Justicia

"En el Grupo Beta me volví arrogante; no es que nos dijeran mamones šlo éramos!"

Opiniones divididas de alumnos sobre el plan de alta exigencia de la UNAM

Algunos reconocen que gracias al programa encontraron maestros "muy buenos"

KARINA AVILES

No le sorprendió cuando le dijeron que ella, Rosana, la que desde niña fue sobresaliente y era parte de la escolta de su escuela, había cumplido los requisitos para entrar en el llamado Grupo Beta de su facultad. Era un salón especial para los "mejores", que le hizo creer, recuerda, que "yo era superior a los demás".

Alumna del noveno semestre de la carrera de química en la facultad del mismo nombre en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Rosana Collepardo Guevara fue parte del Programa de Alta Exigencia Académica (PAEA) que continúa en operación en algunas escuelas de la universidad con el propósito de fortalecer las capacidades y habilidades de los alumnos con mejor desempeño curricular.

Los jóvenes que han pertenecido y que actualmente están en dicho programa tienen opiniones encontradas sobre los resultados del proyecto. Para algunos alumnos, sólo les sirvió para ponerles la etiqueta a priori de "superinteligentes", hacerlos "mamones" y sentir "que ya no nos teníamos que esforzar". Pero esta visión no es compartida por otros estudiantes para quienes el PAEA sí les ha ayudado a lograr mejor desempeño en sus estudios o por lo menos a "no dejar caer nuestras capacidades".

Marisol Martínez Fernández, de la preparatoria uno, lleva dos años en el programa de alta exigencia. Tiene 17 años y su promedio es de 10. Para ella, el primer año en que participó en el proyecto fue "desgastante" por la excesiva carga de trabajo. Recuerda que entraba a clases regulares a las 7 de la mañana y por los cursos adicionales de computación, inglés, matemáticas y autoestima salía de la escuela a las 5 de la tarde.

Al siguiente año, cuenta, se hicieron modificaciones y una mejor distribución de los talleres, luego de que los alumnos se quejaron de las "10 o 15 horas extras a la semana". Actualmente, indica, la carga disminuyó de tres a cinco horas extras semanales. Aunque en promedio dedica a los estudios de 10 a 12 horas diarias. Calcula que los alumnos regulares destinan a sus actividades escolares entre siete y ocho horas.

Marisol dice que no es matada ni la típica que trae un libro cargando. De hecho, comenta que muchos de sus compañeros no le creen cuando conocen su promedio porque no corresponde "a la mala imagen de un chavo de 10, que siempre está en la biblioteca".

Ella no es así. En sus ratos libres le encanta ir al cine, patinar, leer novelas románticas, escuchar la radio en las estaciones de pop y rock y estar con sus amigos. Está convencida de que cada quien se etiqueta. "A mí no me han excluido por tener buenas calificaciones", asegura. Y dice que no se considera diferente a los demás. Ayuda a sus compañeros en lo puede o "al revés, yo les pido su apoyo".

Marisol confiesa que sí vive con estrés "no tanto por mantener el 10, sino por tener buenas calificaciones. A veces, cuando hago los trabajos, me histerizo, siento que no voy a acabar y siempre estoy conestudiantes-leen-unam el pendiente de cómo me fue en el examen a pesar de que si sé".

Sobre el programa en el que participa, opina: "No te ayuda a desarrollar más capacidades o habilidades, pero por lo menos te apoya para que no las dejes caer".

Muy diferente piensan Rosana, Rodrigo y Tomás, alumnos de noveno semestre en la Facultad de Química (FQ) y miembros de la última generación que hubo en su escuela de los grupos especiales que se crearon con el programa de alto rendimiento.

Estos fueron cancelados hace tres años en la FQ porque se observó, de acuerdo con Carlos Amador, secretario académico de Docencia de la facultad, que sus efectos académicos no eran importantes. En los orígenes del programa había varios de estos grupos en las distintas escuelas que operan el PAEA, pero con el tiempo fueron desapareciendo para integrar a los alumnos de excelencia en las clases regulares en lugar de aislarlos en grupos especiales. Sin embargo, se conoce que hay planteles, como la Facultad de Medicina, que todavía los tienen.

Tomás Rocha Rinza, de 22 años, estudia química y recuerda que cuando ingresó a la FQ, en 1998, el primer contacto que tuvo con el programa fue mediante una plática introductoria que les dieron a los alumnos que obtuvieron las mejores notas en el examen diagnóstico: "Estábamos en un auditorio y se nos empezó a hablar de unos grupos catalogados como Alfa y Beta. Los primeros eran para los que iban mal y los segundos para los de alto rendimiento".

Rosana Collepardo Guevara añade que aquellas pláticas tenían el sentido de que "existen los buenos y los malos. A los buenos los vamos a juntar, dar ciertos privilegios, educarlos mejor, y a los malos, a ver qué se puede hacer con ellos".

En la FQ existieron dos Grupos Beta de primer semestre en el periodo de agosto a diciembre de 1998. En el ambiente, dice Rosana, "había un aire de superioridad, de 'somos los más inteligentes de la escuela'".

Rodrigo Ledesma Aguilar, quien también estuvo en uno de los Grupos Beta, considera que ahí se formaba una "idea a priori de que 'tú eres inteligente y te va a ir mejor'". Tomás expresa que entre los compañeros de su clase "dominaban los muchachos de estrato social y económico alto que venían de escuelas particulares". Incluso, afirma que estos últimos llamaron "los del Bronx" a los alumnos del grupo que no estaban en su misma condición económica.

Rosana confiesa que al estar en "el Grupo Beta me volví muy arrogante, sentí que era superinteligente. No es que dijeran que éramos mamones. šSí lo éramos! Después de que acabó ese primer semestre, ingresamos a las clases regulares junto con todos los demás. Entre nosotros nos reconocíamos y nos agrupábamos en los equipos con gente de nuestra clase". A lo que Tomás añade: "Eramos como los perritos".

Pero más allá de los sentimientos de superioridad, consideran que en términos estrictamente académicos el programa no los impulsó a obtener un mejor rendimiento. "A mí no me ponía ni en estrés ni a estudiar más", expresa Rosana. "Cuando sientes que estás en un lugar muy bueno ya no te esfuerzas", comenta Tomás. Y Rodrigo dice que no sintió un nivel de exigencia altísimo: "Después, no encontré diferencias abismales entre los del PAEA y los grupos regulares".

Lo cierto es que con o sin PAEA estos alumnos continúan teniendo algunos de los mejores promedios de la FQ. Tomás tiene 9.8; Rosana 9.5, y Rodrigo 9. Ahora, a punto de concluir sus carreras, consideran que el programa tiene más desventajas que ventajas pues piensan que "son muy costosos el inflar egos y la segregación". Además de que, de acuerdo con Tomás, "es nocivo para los que no estuvieron porque se percibe un sentimiento de desventaja". Sin embargo, reconocen que gracias al programa encontraron maestros "muy buenos".

Beneficio de la segregación

En un análisis titulado "La enseñanza en grupos homogéneos y heterogéneos" del investigador español Rafael Feito, se establece que el supuesto de que los alumnos aprenden mejor en grupos homogéneos y de que se retrasará el aprendizaje de los brillantes si se mezclan con los menos académicos no es cierto y la mayor parte de los estudios no demuestran que se aprenda más en estas condiciones.

"En lo que se refiere al pretendido beneficio de la segregación para los alumnos menos académicos, lo que en realidad sucede es que una vez que determinados alumnos son situados en los grupos lentos son contemplados por los demás como tontos y se desarrollan autopercepciones negativas. Estos estudiantes tienen menos aspiraciones que los demás".

En la Facultad de Arquitectura la única diferencia que tienen los alumnos del PAEA respecto de los estudiantes regulares es que los primeros tienen tutores, quienes se hacen responsables del cuidado y la orientación del alumno, señala Carmen Quiñones, coordinadora de Apoyo a la Docencia.

Tania Saracho Rosales, Edgar Iván Mora Anguiano, Carlos Honorato Dorantes y Fátima Chavarría Cifuentes, alumnos de arquitectura integrantes del PAEA, expresan que su convivencia con sus compañeros es buena y en ocasiones éstos se les acercan para pedirles ayuda.

Tania, cuyo promedio es de 9.5, dice que "tiene ventajas (ser inteligente) pero a veces resulta desesperante, porque te puede tocar con alguien (en un grupo) que no sabe nada y está bien. Pero la carrera exige mucho en poco tiempo". Carlos piensa que topar con compañeros de "menor capacidad a la tuya es algo que no te limita".

Todos dedican la mayoría de las horas del día y una buena parte de la noche a las actividades y trabajos escolares y, en un futuro, quieren ser arquitectos que marquen diferencias en su país.

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