BERNALEJO: BOTON DE MUESTRA
El
problema agrario en la zona de Bernalejo, limítrofe entre Durango
y Zacatecas, que sembró en 1997 Ernesto Zedillo y que reventó
este mes con el desalojo de los ejidatarios del área por indígenas
tepehuanos, es un preocupante ejemplo de la explosividad y los conflictos
agrarios que persisten en el campo mexicano, problemas que los grupos gobernantes
y los políticos no sólo no han resuelto, sino que los han
capitalizado y exacerbado en provecho propio. Además, el caso de
Bernalejo ha puesto en evidencia la desidia y la ineptitud, si no es que
los intereses electoreros, de todas las instancias oficiales involucradas
en él, que son muchas: las secretarías de Gobernación
y de la Reforma Agraria, la Procuraduría Agraria, los gobiernos
de Zacatecas y Durango, así como el Poder Judicial Federal y el
local zacatecano.
Ciertamente la primera torpeza, y la más grave,
la cometió Zedillo, cuando expropió las tierras que los ejidatarios
zacatecanos habían ocupado desde mediados del siglo pasado para
entregárselas a comunidades tepehuanas duranguenses. Si existía,
entre las motivaciones de la medida, algún afán de justicia
para los tepehuanos, se hubiera ofrecido alternativas y soluciones para
las tres decenas de familias que resultarían expropiadas de sus
medios de subsistencia y desplazadas de sus hogares. Pero, como ha ocurrido
casi siempre, en esa ocasión las cosas se hicieron a medias y, en
vez de resolver un problema, se sembró un conflicto cuyas consecuencias
están ahora a la vista.
Por su parte, los gobernadores de Zacatecas y Durango,
Ricardo Monreal y Angel Sergio Guerrero Mier, en vez de facilitar un arreglo,
se han encargado, por lo que puede verse, de incendiar los ánimos,
de sembrar enconos adicionales entre ejidatarios e indígenas y de
convertir el conflicto en una falsa bandera de soberanías estatales.
Hace tres años la Suprema Corte de Justicia de
la Nación se negó a hacerse cargo del problema -que ya venía
siendo litigado en un tribunal federal de Zacatecas y en tribunales agrarios-
con el pretexto de que el asunto carecía de "importancia y trascendencia
excepcionales". Formalmente el diferendo fue asumido por el gobierno federal,
por medio de la Secretaría de la Reforma Agraria, en julio del año
pasado, según el acuerdo alcanzado entonces por los gobernadores
de ambos estados y el secretario de Gobernación, Santiago Creel.
Pero el Ejecutivo federal no hizo nada de entonces hasta principios de
esta semana, cuando los ejidatarios fueron desalojados por las comunidades.
Ahora la Secretaría de la Reforma Agraria se desentiende
del problema, la de Gobernación echa la culpa a los mandatarios
estatales y éstos, sin ninguna contención, se dedican a atizar
un conflicto que podría degenerar, si no es atendido con la habilidad
y sensibilidad política que se requieren, en enfrentamientos violentos,
en pérdida de vidas y en una innecesaria y absurda raíz de
odio entre zacatecanos y duranguenses.
Salta, pues, a la vista, la necesidad de que las instancias
de gobierno involucradas en el asunto hagan acopio de voluntad política
para negociar una solución aceptable a ambas partes, evitar cualquier
tentación represiva y restablecer la tranquilidad en la zona. En
términos generales, es necesario que las autoridades agrarias se
aboquen a resolver los miles de problemas de tenencia de la tierra que
contribuyen, junto con la apertura comercial, la miseria, la marginación
y el descuido, a que el campo mexicano esté convertido en un barril
de pólvora.