Howard Zinn
Guerra
Mientras escribo, parece venir la guerra. Esto, pese a
la obvia falta de entusiasmo que despierta en el país. Las encuestas
que registran "aprobación" o "desaprobación" cuentan únicamente
números, no pueden calar la profundidad del sentimiento. Y hay muchos
signos de que el respaldo a la guerra es ralo, y frágil, y ambivalente...
Por eso las cifras que muestran una aprobación siguen bajando sin
cesar. Al gobierno no es probable que se le detenga, pero sabe que su respaldo
es débil. De hecho, esto explica el por qué de la prisa;
trata de entrar en guerra antes de que el respaldo se caiga todavía
más.
La suposición es que una vez que los soldados entren
en combate, el pueblo estadunidense se unirá en torno a la guerra.
La pantallas de televisión serán dominadas por imágenes
que muestren la explosión de "bombas inteligentes", y el secretario
de Defensa le asegurará al pueblo que las bajas civiles se mantienen
dentro de un margen mínimo. (Estamos en la era de las megamuertes,
así que cualquier cifra de bajas menor a un millón no causa
preocupación.)
Así han sido las cosas: la unidad en torno al presidente
en tiempo de guerra. Pero esta vez puede no ser así. El movimiento
antibélico no parece dispuesto a rendirse ante la atmósfera
marcial. Los cientos de miles que marcharon en Washington, San Francisco,
Nueva York y Boston -y en las comunidades, pueblos y ciudades del país,
de Georgia a Montana- no se retirarán mansamente. Mientras el respaldo
a la guerra es ralo, la oposición a la guerra cala profundo; no
podrá desmantelarse fácilmente ni se le podrá amedrentar
para que calle.
De hecho, los sentimientos antibélicos parecen
volverse más intensos. Ante la demanda "Apoye a nuestros gis
(contracción de infantería general, los soldados)", el movimiento
puede responder: "Sí, apoyamos a nuestros gis, queremos que
vivan, los queremos de regreso a casa. El gobierno no los apoya. Los está
enviando a la muerte, a ser heridos, a ser envenenados por nuestro propio
despliegue de ojivas de uranio".
No, nuestras bajas no serán cuantiosas, pero cada
una será el desperdicio de una vida humana importante. Insistiremos
en que debemos responsabilizar al gobierno por cada una de las muertes,
por cada desmembramiento, por cada caso de enfermedad, por cada caso de
trauma síquico ocasionado por el shock de la guerra.
Y aunque se bloquee el acceso de los medios a los muertos
y heridos de Irak, aunque la tragedia humana que ocurra sea contada en
cifras, con abstracciones, y no mediante relatos de seres humanos reales,
de niños reales, de madres y padres reales, el movimiento hallará
la manera de contar esa historia. Y cuando lo haga, el pueblo, que podrá
ser frío ante la muerte de "los del otro lado", pero que también
podría despertar cuando "el otro lado" sea visto repentinamente
como un hombre, una mujer, un niño -como nosotros-, responderá.
Esto
no es fantasía, no es una vana esperanza. Sucedió en los
años de Vietnam. Por mucho tiempo lo que se le hacía a los
campesinos vietnamitas quedó escondido por las estadísticas,
"la cuenta de los cuerpos", sin que los cuerpos se mostraran, sin rostros
qué mostrar, sin enseñar el dolor, el miedo o la angustia.
Pero luego comenzaron a colarse los relatos de los soldados que regresaban,
la historia de la matanza de My Lai, las atrocidades en las que habían
participado.
Y luego aparecieron las fotografías: la pequeña
quemada con napalm que corre por un camino, con su piel deshilada, las
madres que sostienen a sus bebés en las trincheras mientras los
gis les rocían el cuerpo con balas de sus rifles automáticos.
Cuando aquellos relatos comenzaron a aflorar, cuando se vieron las imágenes,
el pueblo estadunidense no pudo sino conmoverse. La guerra "contra el comunismo"
comenzó a verse como una contra campesinos pobres en un paisito
al otro lado del mundo.
En algún punto de la guerra que viene, nadie puede
decir cuándo, comenzarán a desmoronarse las mentiras que
el gobierno nos vuelca: "la muerte de esta familia fue un accidente", "pedimos
disculpas por el desmembramiento de ese niño", "éste fue
un error de los servicios de inteligencia", "fue una disfunción
del radar". Qué tan pronto suceda esto depende no sólo de
los millones que participan ya en el movimiento antibélico -activa
o silenciosamente- sino también de la emergencia de quienes dentro
del sistema comiencen a dar el pitazo, comiencen a hablar; de los periodistas
que, cansados de ser manipulados por el gobierno, empiecen a escribir la
verdad. Y de los soldados disidentes, enfermos de guerra, pues no es sino
una matanza. ¿Hay acaso otra manera de nombrar el cataclismo provocado
por la más poderosa maquinaria militar, que hace llover miles de
bombas sobre una potencia militar de quinta categoría, ya de por
sí reducida a la pobreza por dos guerras y 10 años de sanciones
económicas?
El movimiento contra la guerra tiene la responsabilidad
de alentar las deserciones al interior de la maquinaria bélica.
Logra esto con el simple hecho de existir, con su ejemplo, por su persistencia,
haciendo que sus voces traspasen los muros del control gubernamental, dirigiéndose
a la conciencia de la gente. Esas voces se vuelven un coro al que se unen
estadunidenses de todas las edades, de todas partes del país.
Hay una debilidad básica en todos los gobiernos,
no importa qué tan enorme sean sus ejércitos, qué
tanto dinero tengan, qué tanto controlen la información que
difunden al público, porque su poder depende de la obediencia de
los ciudadanos, de los soldados, de los servidores públicos, de
los periodistas, escritores, maestros y artistas. Cuando esta gente comienza
a sospechar que ha sido engañada, y retiran su respaldo, el gobierno
pierde su legitimidad y su poder.
Hemos visto en años recientes cómo ocurre
esto por todo el mundo. Líderes que parecían todopoderosos,
rodeados de sus generales, que de pronto se ven confrontados con la rabia
de un pueblo levantado, los cientos de miles en las calles y la renuencia
de los soldados a disparar, y entonces aquellos líderes huyen apresurados
hacia el aeropuerto, con su maleta de dinero en la mano.
Ya comenzó el proceso de deslegitimación
de este gobierno. Hay un gusano que ha estado corroyendo las entrañas
de su complacencia, todo el tiempo: es la certeza del pueblo estadunidense,
enterrada, pero en una tumba muy superficial, pronta a aflorar ahora, de
que esta administración se hizo del poder político mediante
un golpe de Estado, no por voluntad popular. El movimiento antibélico
debe insistir en que esto no se olvide. Ya se dan los primeros pasos para
deslegitimar este gobierno, son pequeños pero significativos. La
esposa del presidente tuvo que cancelar una reunión de poetas en
la Casa Blanca porque éstos se rebelaron, porque ven en el camino
de la guerra una violación a los más sagrados principios
mantenidos por los poetas de todos los tiempos.
Los generales que condujeron la Guerra del Golfo, en 1991,
hablan en contra de la guerra que vienen diciendo que es insensata, innecesaria,
peligrosa. La CIA contradice al presidente alegando que no es probable
que Hussein use su armamento, a menos que se le ataque. Por todo el país,
no sólo en los centros metropolitanos como Chicago sino en lugares
como Boesman, Montana; Des Moines, Iowa; San Luis Obispo, California; Nederland,
Colorado; Tacoma, Washington; York, Pennsylvania; Santa Fe, Nuevo México;
Gary, Indiana; Carboro, Carolina del Norte -57 ciudades y condados en total-
que se pronunciaron públicamente contra la guerra, en respuesta
a sus ciudadanos.
Las acciones se multiplicarán, una vez que comience
la guerra. Los riesgos serán mayores. La gente morirá todos
los días. La responsabilidad del movimiento por la paz será
enorme: hablar de lo que la gente siente pero duda expresar. Decir que
ésta es una guerra por petróleo, por negocios. Saquemos de
nuevo el cartel de la era de Vietnam: "La guerra es buena para los negocios:
invierta un hijo". (En la edición matutina del Boston Globe
reza un encabezado: "Ganancias extras por 15 mil millones invertidos en
lo militar beneficiarían a firmas de Nueva Inglaterra"). Sí,
no más sangre por petróleo, por Bush, por Rumsfeld o Cheney
o Powell. No más sangre por la ambición política,
por los grandiosos designios de un imperio.
No debemos pensar que alguna acción sea muy inútil;
ninguna acción no violenta es demasiado extrema. Se deben multiplicar
las exigencias de que Bush sea impugnado. El requisito constitucional "crímenes
y fecho-rías graves" ciertamente se aplica a quien envía
a jóvenes al otro lado del mundo a morir y matar en una guerra de
agresión contra un pueblo que no nos ha atacado.
Aquellos poetas perturbaron a Laura Bush porque traer
la guerra a su ceremonia era hacer algo "inapropiado". Esa puede ser la
clave; que la gente siga haciendo cosas "inapropiadas", porque eso atrae
la atención: rechazar lo apropiado, negarse a ser "profesional"
(que comúnmente significa no saltar de la caja en la que te colocan
tu negocio o tu profesión). El absurdo de esta guerra es tan diáfano
que gente que nunca se había involucrado en alguna manifestación
antibélica se presenta en los mítines en grandes cantidades.
Cualquiera que haya estado en alguna puede atestiguar el enorme número
de jóvenes presentes, obviamente, por vez primera.
Los argumentos en favor de la guerra son como delgado
papel que se deshace al primer roce. ¿Armas de destrucción
masiva? Irak puede desarrollar una bomba nuclear (pese a que los inspectores
de la ONU no hayan encontrado signo alguno de su desarrollo), pero Israel
cuenta con 200 armas nucleares y Estados Unidos tiene 20 mil y seis otros
países cuentan con un número no revelado aún. ¿Hussein
es un tirano? Sin duda, ¿como cuantos otros en el mundo? ¿Una
amenaza mundial? Entonces, ¿por qué el resto del mundo, mucho
más cercano a Irak, no quiere la guerra? ¿Defendernos? La
aseveración más increíble de todas. ¿Luchar
contra el terrorismo? No se han encontrado vínculos entre Irak y
los sucesos del 11 de septiembre.
Creo que es la obvia vacuidad de la posición gubernamental
la responsable del rápido crecimiento, algo sin precedente, del
movimiento antibélico. Emergen nuevas voces, que no habíamos
oído antes, que hablan "inapropiadamente", fuera de los límites
de su profesión. Mil 500 historiadores firmaron un alegato contra
la guerra. Hay hombres de negocios, clérigos, que pagan desplegados
a plana completa en los periódicos. Todos se niegan a mantenerse
dentro de su "profesión" y en cambio profesan que son humanos primero
que nada.
Pienso en Sean Penn, que viaja a Bagdad aunque se murmure
de su patriotismo. O en Jessica Lange, que en un festival de cine en España
dijo: "Desprecio a Bush y su gobierno". O la actriz Renee Zellweger, que
le dijo a un reportero del Boston Globe: "la opinión pública
está manipulada por lo que nos dicen. Lo vemos todo el tiempo, especialmente
ahora... La buena voluntad del pueblo estadunidense se manipula. Me da
escalofrío... así que, ¡voy a ir a la cárcel
este año!"
Los artistas del rap hablan de la guerra, de la injusticia.
El rapero Mr. Lif dice: "Pienso que la gente ha estado de vacaciones y
que ya es hora de despertar. Necesitamos ahondar en nuestras políticas
económicas, sociales y exteriores, y no azonzarnos creyendo todo
lo que viene del gobierno y los medios".
En la caricatura "The Boondocks" que llega diario a 20
millones de lectores, el cartonista Aaron Magruder hace que su personaje,
un joven negro llamado Huey Freedman, diga lo siguiente: "En estos momentos
de guerra contra Osama Bin Laden y el opresivo régimen talibán,
damos gracias de que NUESTRO líder no es el hijo malcriado de un
poderoso político, no proviene de una acaudalada familia petrolera,
ni lo apoyan fundamentalistas religiosos, no opera por medio de organizaciones
clandestinas, no tiene respeto alguno por el proceso electoral democrático,
no bombardea inocentes y no utiliza la guerra para negarle a su pueblo
sus libertades civiles, amén".
Las voces se multiplicarán. Las acciones, de vigilias
silenciosas a acciones de desobediencia civil (tres monjas enfrentan sentencias
de cárcel prolongadas por haber vaciado su sangre en unos silos
de cohetes, en Colorado) se multiplicarán. Si Bush emprende una
guerra, será responsable por la pérdida de vidas, por los
niños baldados, por aterrorizar a millones de personas comunes,
por los soldados estadunidenses que no retornen con sus familias. Y todos
nosotros seremos responsables de frenarlo. Se apoderaron de nuestro hermoso
país hombres que no tienen respeto por la vida humana ni por la
libertad o la justicia. El pueblo estadunidense tiene la responsabilidad
de recuperarlo.
El doctor Howard Zinn es profesor emérito de
la Universidad de Boston. Publicado el jueves 27 de febrero de 2003 por
commondreams.org