Angel Guerra Cabrera
América Latina y la guerra
La dramática recomposición que estamos viendo de la correlación de fuerzas entre las grandes po-tencias exige analizar los cambios que ocasionará en la palestra internacional. El hecho de que Francia, coaligada con Alemania, Rusia y China, y contando con el apoyo del inmenso poder espiritual del Vaticano, desafíe frontalmente el designio principal e inaplazable de agredir a Irak de la superpotencia estadunidense es absolutamente inédito e invita a un necesario debate sobre la eventual influencia que podría ejercer en la configuración de un equilibrio mundial, que será muy distinto al bipolar posterior a 1945 y al unipolar que sucedió a la guerra fría.
Pero también resulta urgente que el movimiento popular en América Latina evalúe autocríticamente su contribución al surgimiento de la nueva coyuntura para sacarle el mayor partido y no ser arrastrado por los acontecimientos. No hay duda de que ha sido favorecida por una agudización de las contradicciones interimperialistas y por las graves discrepancias entre las grandes potencias, sacadas a flote por la torpe y arrogante obsesión de Washington por atacar a Irak, que lo ha colocado en una situación de descrédito y aislamiento político sin precedente. Pero existen otros dos factores acaso más importantes para explicarla.
Uno es el fracaso de la globalización neoliberal capitaneada por Estados Unidos, patentizado en la recesión de la economía mundial y en una profunda crisis moral, política, institucional y de legitimidad del actual sistema de dominación mundial. El otro -muy conectado con el anterior- es la extraordinaria movilización popular, ahora aumentada y concentrada en la oposición a la guerra, pero que desde hace casi una década combate el orden mundial unipolar y el intento de perpetuarlo a la eternidad codificado en el Consenso de Washington. Todos estos factores juntos ponen de relieve la extrema debilidad económica y política de la potencia del norte, que la llevan a jugar como única carta sus incomparable poder militar y reduce la estrategia del grupo fundamentalista y faccioso de George W. Bush a la aplicación de la guerra y el terror para acometer el irrealizable propósito de convertir en esclavos a sus conciudadanos y a todas las naciones. La disparatada idea de consagrar como un derecho de Estados Unidos el recurso a la "guerra preventiva" -algo que no se le ocurrió ni a Adolfo Hi-tler en su momento de mayor delirio- sólo puede ser entendida en este contexto.
Debe considerarse que la ola de rebeldía contra la globalización neoliberal comenzó a expresarse organizadamente en un rincón de América Latina en 1994 con el levantamiento indígena en Chiapas, precedente y aliento hasta hoy de las multitudinarias protestas que a partir de Seattle han conmovido a los países capitalistas desarrollados hasta devenir en el formidable y plural clamor por la paz y contra la guerra en Irak que atraviesa el mundo. Igualmente, es indispensable valorar el ascendiente moral que a escala latinoamericana e internacional -en medio del apogeo neoliberal y frente a colosales embates- ha significado la permanencia y remozamiento del proyecto socialista en Cuba para el avance de aquella ola, que ya ha marcado hitos en nuestra región. Entre ellos destacan: el ascenso al gobierno en Venezuela del torrente popular encabezado por Hugo Chávez, las transformaciones políticas y sociales que ha conseguido, así como su prolongada y exitosa resistencia al golpismo fascista orquestado por Washington; el derrocamiento de go-biernos neoliberales en Ecuador y Argentina; el freno a privatizaciones en Perú, Paraguay y El Salvador; la elección en Bolivia de una nutrida bancada indígena al Parlamento, y la victoria electoral de Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil.
Estos acontecimientos han sido impulsados por potentes y creativos movimientos de masas en los que tienen un papel protagónico grupos marginados de la sociedad que han atraído a otros sectores y ganado espacio e influencia políticos considerables en sus países, donde son y serán actores de primer orden, aunque sufran derrotas momentáneas. A ello hay que añadir la persistencia de la insurgencia armada campesina en Colombia frente a uno de los estados más opresivos del continente y a la masiva ayuda militar de Estados Unidos mediante el Plan Colombia, preludio en América Latina de la misma guerra colonial, hoy contra el pueblo de Irak, pero que mañana podría abalanzarse contra los nuestros.
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