Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 12 de marzo de 2003
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Política

Arnoldo Kraus

ƑEs posible morir mejor?

Algunos dicen que envidian a quien murió "sin darse cuenta", como sería el caso de quien cae fulminado por un infarto. Hay otros que han pensado su propia muerte y buscan apoyo "a tiempo", redactando un testamento en vida o apoyándose en un apoderado para que la muerte no interrumpa "demasiado" la vida. Hay quienes encuentran que la vida no es una obligación sino un derecho y optan por suicidarse. Otros están convencidos de que la eutanasia activa es una vía valida. Algunos dejan que Dios o sus médicos tomen todas las decisiones acerca de su vida; hay quienes cohabitan bien con su enfermedad por tiempos prolongados y saludan la muerte cuando la carga y las mermas impuestas por la cronicidad son muchas. Y también hay quienes confrontan la muerte por medio del silencio. En fin, en torno de la muerte, un amplio caleidoscopio intenta definir las distintas opciones del ser humano.

Hace algunos días me comentaba una paciente de 45 años, tras haber sido operada y reoperada seis meses atrás de un tumor abdominal y haberse sometido a los sinsabores de la quimioterapia, que si no mejoraba del cáncer, o si tenía que transitar por el mismo camino "otra vez", preferiría morir. "Mi vida está erosionada... el presente duele... mi cuerpo llora cuando recuerda lo sucedido", fueron algunas de sus reflexiones. "Y, por si eso fuese poco, mis familiares rehúsan confrontar el problema y han intentado mitigar mi dolor evadiéndome y escapando por medio del silencio".

Semanas después, en su cuarto en el hospital, se percibía el olor de la muerte, la carga del silencio, el peso de la distancia. Un cuarto limpio, semioscuro, callado, ordenado. Al fondo, sus hijos, sentados y cubiertos con batas y cubrebocas, apenas respiraban, apenas se movían. Al lado de la enferma, en un sillón, una mujer que también portaba una bata apenas levantó la vista. La enferma, recostada, sin abrir los ojos, juntaba las piernas con el abdomen -para paliar el dolor- y apenas respondía. Todo era lúgubre. Todo presagiaba que la batalla se había perdido. Esos días, y los siguientes, fueron similares: el silencio se hacía cómplice de la muerte, y el sufrimiento de unos y otros, antesala de la soledad. De la soledad que más duele: la que aleja a los enfermos terminales de los vivos. El cuarto, literalmente, olía y sabía a muerte. El silencio asfixiaba. El silencio en torno del evento final era el resumen de esa mala práctica familiar y médica que evita el habla y que sume en la peor de las soledades a quien parte. La cultura del mutismo describe bien esta situación.

En estos tiempos, el aislamiento al que se somete erróneamente al enfermo, "por no querer dañarlo", y la "conspiración del silencio" son las actitudes que con mayor frecuencia adquieren las personas que rodean a muchos pacientes. Norbert Elias lo dice magistralmente: "en la actualidad, las personas allegadas o vinculadas con los moribundos se ven muchas veces imposibilitadas de ofrecerles apoyo y consuelo mostrándoles su ternura y su afecto. Les resulta difícil cogerles la mano o acariciarlos a fin de hacerles sentir una sensación de cobijo y de que siguen perteneciendo al mundo de los vivos".

"ƑCuándo moriré, doctor?", es pregunta frecuente en pacientes que padecen enfermedades cuyo curso produce, irremediablemente, la alteración permanente de los órganos vitales. Borges decía que "cada tarde es un puerto". En efecto, cada día, cada pregunta y cada petición de quien confronta su muerte es una puerta abierta para dialogar.

La comunicación y el contacto estrecho con el enfermo no son mera retórica, sino pócima terapéutica. Sin embargo, la mayoría del personal médico y paramédico carece de esa capacidad y de esa sensibilidad. La razón es obvia: en las escuelas de medicina no "se entrena" a los estudiantes a lidiar con esas vivencias y en la mayoría de los currículos escolares no se incluyen las materias que fomenten ese tipo de diálogos inteligentes.

"Cada día muero un poquito", me dijo la enferma. "ƑMueres más por el silencio, la lejanía o la enfermedad?", inquirí. El mapa social de nuestros tiempos, el excesivo tabú que la civilización impone a los sentimientos, el deseo de "esterilizar la muerte" y así alejarla del mundo de los vivos, impide que se acompañe al moribundo cuando más lo necesita. No cabe la menor duda de que los versos de Andrew Marvell: "La tumba es un lugar privado y hermoso/ pero nadie, que yo sepa, allí se abraza" son ciertos.

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