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Cultura
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DISQUERO
Pablo Espinosa
Vivaldi: más allá de las estaciones
Un hermano menor de Mozart
LA
FAMA DE Antonio Vivaldi (1678-1741) es una paradoja. Suele reducirse
su potencia a Las estaciones, serie paradisiaca de cuatro conciertos
que en realidad pertenecen a un ciclo energético de doce: Il
cimento dell'armonica e dell'inventione y que ejemplifican de cuerpo
entero -y ésta es la contrapartida de la paradoja- su vigor: se
trata en realidad de uno de los compositores más potentes, vitales,
de hondura de alma y elevación de espíritu, siempre untado
a lo erótico y al desenfado solar, italianísimo y sonriente,
un digno hermano menor -en espíritu, por supuesto- de Mozart. Además
de las obligadas novedades de sus Estaciones (las de Gidon Kremer,
que alterna las de Piazzolla son imprescindibles, así como una de
las más recientes, con el cuero alemán Anne-Sophie
Mutter) han aparecido en el horizonte de las novedades discográficas
suculentas una serie de grabaciones hiperrecomendables y en las que aparece
como denominador común el nombre de Fabio Biondi, violinista italiano
que hace música con un instrumento magnífico, construido
en 1697 por el laudero florentino Valentini Siani. Entre estas grabaciones
novísimas elijamos el volumen titulado Cantate italiani e sonate
(Universal), con la participación del contratenor Gérard
Lesne, el agrupamiento instrumental Il Seminario Musicale (dirigido por
el propio Biondi) y ocho partituras de exquisitez suprema, con pasajes
improvisatorios en contratenor (que a muchos harán recordar la imaginería
despertada con una película y una obra de teatro de reciente éxito
con el tema de los castrati) y el torrente de felicidad que aporta
siempre la música de Viva Vivaldi.
Venus naciendo del mar
A
este territorio de lo nuevo y contundente pertenece una joya: Vivaldi.
Stabat Mater, Nisi Dominus, Longe mala (Virgin), con el contratenor,
fuera de serie, David Daniels y nuevamente Fabio Biondi en esta ocasión
dirigiendo al agrupamiento instrumental Europa Galante. Las tres obras
del título son una caricia en cada milímetro de la epidermis,
en cada ventrículo, en todos los poros. El inicial Stabat Mater
se suma a la pléyade de partituras A Toda Mater, entre las
cuales no sólo la conocida de Pergolesi contiene gine-ceos magníficos.
La voz de esferas celestes del contratenor Daniels, el sonido cálido,
casi intrauterino, de Europa Galante y la atmósfera de éxtasis
de todo el disco brillan inclusive en los territorios rilkeanos de Longe
mala, umbrae, terrores, pieza que cierra el disco, pero la obra intermedia,
Nisi Dominus, es todo un jardín de las delicias, en particular
el Cum dederit dilectis (track 13) cuya belleza reproduce
la respiración de la naturaleza, el primer latido, el inicio de
la vida, el nacimiento de Venus en el mar, y los efectos en el alma y en
el cuerpo son inevitablemente saludables. Uno de los pasajes musicales
más hermosos que se hayan escrito en toda la historia de la música,
tan poblada de belleza en estado puro. Eso, una purificación, eso
recibe el escucha con el Cum dederit dilectis vivaldiano.
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