NO A LA GUERRA PROGRAMADA
Estados
Unidos e Inglaterra, sin tener en cuenta en lo más mínimo
el informe del jefe de inspectores de la ONU, según el cual Irak
se estaba desarmando realmente y se necesitarían meses para completar
ese proceso, declararon que, si de aquí al día 17 el país
asiático no llega al desarme total, harán la guerra con o
sin el permiso del Consejo de Seguridad. Es más, desde hace tiempo,
sin esperar siquiera los resultados de las discusiones en el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, han desplegado cientos de miles de hombres
y enorme cantidad de armamento en torno a Irak. Para colmo, pisoteando
la soberanía y la legalidad de Italia y de Turquía, hacen
aterrizar aviones de guerra y desfilar tanques sin permiso de los parlamentos
respectivos.
El presidente George W. Bush en una conferencia de prensa
dijo el jueves que quiere reforzar la capacidad de decisión de la
ONU, pero que Estados Unidos prescindirá del organismo en todo lo
que Washington juzgue que afecta la seguridad nacional del país.
Como ésta no es definida y podría consistir incluso en la
renegociación del rubro agrícola del TLC, Estados Unidos
declara tener mano libre para aplicar su teoría de la llamada guerra
preventiva, que consiste en atacar a quien considere un peligro potencial
aunque, como en el caso de Irak, esté demasiado lejos y carezca
de armas lo suficientemente poderosas como para amenazarlo. A pesar de
que los inspectores de la ONU certifican que el régimen de Bagdad
se está desarmando y de que no hay ninguna prueba de la reactivación
de un programa nuclear, Washington y Londres exigen así un desarme,
según ellos total (¿cuándo se llega a éste?
¿cuando el último policía entrega su pistola?) y han
establecido 10 días para que se cumpla ese objetivo, cosa que rechazan
la mayoría de los otros miembros del Consejo de Seguridad. Pero,
según Bush, aquél puede resolver o vetar lo que quiera: para
él los dados están echados y en esa fecha lanzará
su guerra contra Irak y contra el mundo.
Estamos así ante los últimos días
de un sistema multilateral, nacido de la Segunda Guerra Mundial, y de la
ficción de la legalidad internacional y la igualdad entre los países.
Estamos ante la quiebra de un sistema de equlibrio entre los bloques (Japón
y el sudeste asiático, China, la Unión Europea y Estados
Unidos y sus vasallos). Estamos ante la agonía de la legislación
internacional y de la Corte de La Haya y ante la pena de muerte (en suspenso)
para la soberanía de todos los países, cuyos dirigentes,
según la Casa Blanca, pueden ser derrocados y sustituidos por virreyes
si no gustan al presidente Bush (quien, como se recordará, ganó
la presidencia estadunidense sólo con un apoyo minoritario y cuenta
con un repudio mayoritario a su política bélica).
El racismo implícito en las posiciones de Bush
(representaría el mandato divino y Estados Unidos, el país
elegido por Jehová, Dios de los ejércitos, debería
civilizar al mundo) y el fundamentalismo de un gabinete que ora colectivamente
antes de cometer genocidos sólo engendrarán fundamentalismos
y nacionalismos opuestos. Los nuevos cruzados, tarde o temprano, terminarán
como sus antecesores. Resulta por lo tanto lamentable que el secretario
de Relaciones Exteriores de México no haya encontrado nada mejor
que deprecar la supuesta poca voluntad de Irak de desarmarse en vez de
defender el derecho a la autodeterminación de los pueblos. ¿Olvida
acaso la historia: las guerras de intervención estadunidenses y
el robo de la mitad del territorio mexicano fueron acaso obra de los iraquíes
y las bombas contra Hiroshima y Nagasaki, por puro terrorismo y racismo,
las lanzó Saddam Hussein?