Juan Arturo Brennan
Músicos invisibles... pero sonoros
Estoy convencido, y siempre lo he estado, de que un gusto saludable y lúdico por la música mecánica no contradice el amor por la música interpretada por manos, pies, gargantas y labios humanos. Después de todo, una parte fundamental de la historia de la música es la que se refiere a sus avances tecnológicos, desde el invento de los pistones para la trompeta hasta la sustitución del rústico, analógico y venerable sintetizador Moog por los imponentes y digitales Kurzweil, Roland y similares. En este contexto, una de las más atractivas experiencias musicales que puede tener el melómano capitalino en estos días es una visita al Museo Franz Mayer, en el que la Fundación Automatia Musica de Bélgica ha montado una fascinante muestra, Músicos invisibles, dedicada a toda clase de aparatos manuales, mecánicos, hidráulicos, neumáticos y eléctricos que hacen música.
En esta divertida exposición, en vez de las manos, pies, labios y gargantas arriba mencionados, los agentes productores del sonido son manivelas, resortes, rodillos, púas, compresoras, bulbos, palancas, transistores y otros mecanismos ingeniosamente aplicados a la creación de música sin músicos. El melómano ilustrado puede acercarse a esta sonora exposición teniendo en mente algunos hitos importantes en la historia de los mecanismos musicales, desde el autómata de Mälzel hasta las pianolas de Conlon Nancarrow, para encontrarse con una inverosímil variedad de aparatos para producir música inorgánica.
ƑQué hay de especialmente llamativo en esta colección de Músicos invisibles? Desde cajas de música con varias rolas hasta la auténtica silla musical. Desde una rueca con música (para aprovechar los pedalazos) hasta el imponente Symphonion, abuelo de la tradicional rockola. (Para más señas, este Symphonion toca una no tan solemne versión de La Brabançonne, himno nacional de Bélgica). Desde un órgano que funciona con base en tarjetas perforadas, como la pleistocénica IBM-360 en la que aprendí mis primeros pasos de computación en los años 70, hasta otro órgano que incluye percusiones para una versión muy melcochosa del Tema de Lara, de Maurice Jarré.
Por ahí hay también varias pianolas, una de las cuales le suelta al público un rollo (literalmente) ''grabado" por el gran pianista y político polaco (suena redundante, pero no es la intención) Ignaz Jan Paderewski, a quien las pianolas le parecían la máxima invención después del hilo negro. La exhibición cuenta también con una espectacular pianola que, además de sus rollos, tiene una serie de pedales para producir una docena de efectos sonoros básicos; es decir, la pianola ideal para musicalizar películas mudas.
Los nostálgicos de la victrola y el disco de 78 rpm hallarán, para su sorpresa mayúscula, el original gramófono del perro que escucha atento la voz de su amo, y muy cerca de ahí, un extraño aparato híbrido de pianola-violinola que, según dicen, salvó la vida porque no pudo ser embarcado a tiempo en el Titanic. Cerca de las cítaras mecánicas y automáticas (uno aprende durante la visita que no es lo mismo lo uno que lo otro) está un espectacular ''órgano de café", megasinfonola sicodélica que acompañaba los bailes populares de los años 50. Ya cerca del fin de la exposición, el melómano curioso se encuentra con un dueto mecánico-neumático de piano y saxofón, con el atractivo de que el tieso monigote del sax ha sido esculpido para parecerse a Sax... a Adolphe Sax, creador de los numerosos e indispensables saxofones.
Si bien no todos los autómatas musicales que tocan estos Músicos invisibles funcionan, los que sí suenan son más que suficientes para hacerse una idea bastante amplia de las posibilidades infinitas del mundo de la música mecánica. Me pregunto si algunos puristas ya habrán levantado su escéptica ceja y cubierto su casto oído afirmando que esto no es música. Mi opinión al respecto: se equivocan. Esta exposición de mecanismos musicales es, además de instructiva y sorprendente, un asunto muy divertido que ningún melómano de orejas abiertas debiera perderse.
En algún instante del recorrido me vino a la memoria uno de los momentos más extraños de la hermética y fascinante película Mulholland drive, de David Lynch. ƑRecuerdan? ''šSilencio! šNo hay banda!" No importa, porque en este caso los instrumentos son autosuficientes.