Rolando Cordera Campos
Democracia sin jinetes ni cabeza
Mientras que para importantes personeros de la empresa las mesas para el campo se demuestran "inservibles" (El Economista, 21 de febrero, p. 1), para los actores directos del supuesto diálogo se han vuelto perniciosas. La agresividad vocal de que reales o supuestos campesinos hicieron gala el jueves pasado, durante y después de la presentación del secretario de Hacienda en el Archivo General de la Nación no confirman el dicho patronal, tan proclive a la claridad siempre y cuando sirva a sus intereses, pero ilustran a un costo muy alto la complejidad de un diálogo carente de cauce y compromiso efectivos entre los interlocutores.
Del abucheo y la majadería pudo pasarse a los hechos, pero basta y sobra con los gritos y sombrerazos asestados a Gil Díaz para registrar la violencia que acosa hoy a todo ejercicio de concertación que se adopte sobre la marcha, sin objetivos claros y, como es el caso del actual diálogo sobre el campo, sin actores definidos, aunque siempre, neciamente, instalados en más de tres pistas. Pueden los expertos devanarse los sesos para encontrar los motivos de fondo del movimiento y de quienes lo encabezan, pero los motivos pasaron ya a segundo plano: lo que está en el centro es la facilidad con que la política puede despeñarse por el insulto y la agresión verbal, la procacidad o el amago físico, con caballos o no, para luego pasar no al acuerdo sino a un brutal proceso de regresión política y en la conducta colectiva.
Estas revueltas, todavía de opereta, ponen sin embargo contra la pared al entramado con el que se juzgó que podía intentarse la consolidación de la democracia mexicana. Aceptado ya, hasta por el gobierno del cambio, que la transición terminó, lo que parecía estar por delante era lo que se ha dado en llamar la consolidación democrática, sin que nadie se atreva a precisar sus contenidos y significados. Todos sospechan que algo falta y falla y muchos han empezado a temer que no será fácil de alcanzar por la vía simplista de los votos y las posibles mayorías que los votos produzcan. Pero por desgracia, la forma y el camino para subsanar estas carencias no aparecen por ningún rincón del escenario que permitió la alternancia. Para los partidos, nada de esto forma parte de su agenda real o, incluso, retórica: ahí, todo son votos y puestos y uno que otro berrinche.
Una situación como esta no puede sino llevar a la inacción política, fruto del tedio y la confusión pública, así como de la resignación colectiva ante lo que amenaza configurarse como un mercado político de incompetencia perfecta pero, eso sí, superblindado. El más probable resultado de una circunstancia como esta sería un gobierno de notables elegidos por notables, tal vez santificados por una democracia de salón y gente buena. Tentadora como puede parecer a muchos patrones desesperados, esta no es una salida cierta para el descontento democrático en ascenso, porque quienes con más furia lo portan son muchos y plebeyos, renuentes a aceptar un orden que no les ofrece nada y sí les pide paciencia de más, después de 20 años de espera.
Al secretario Gil le tocó la ingrata tarea de poner al desnudo la enorme carencia de reflejos y voluntad políticos que caracteriza nuestra democracia infantil. Sus argumentos y razones, centrados en la evidente penuria fiscal de México, no encontraron sino reclamos airados, exigencias disparadas fuera de tiempo y de lugar, y desde luego majadería y procacidad recurrentes, que se están convirtiendo peligrosamente en la lingua franca de nuestro intercambio democrático. Y, junto con eso, otra vez, exhibiciones grotescas de brutalidad física y dilapidación material: ahora litros de leche regados en la calle; ayer, reses sacrificadas en San Lázaro o el Zócalo; antier, la carga de los jinetes sin cabeza y machetes por doquier.
No hay lenguaje democrático que pueda cohabitar con la agresión verbal permanente, la befa, la amenaza poco velada. En esas condiciones, la democracia pierde y el autoritarismo avanza, aunque se haga acompañar de una libertad de expresión bien calculada mientras los medios mercantiles de información hacen su agosto con las transferencias fiscales y se preparan para darnos el espectáculo más grande del mundo en materia de banalidad electoral. Pero es en esa dirección por la que vamos, mientras los partidos, encargados de darle racionalidad a la ira y el descontento, se disputan las migajas del subsidio, instalan cadalsos para los chivos expiatorios del momento y se aprestan a poner en la picota nada menos que al IFE, la única institución novedosa y eficaz en esta democracia nacida al anochecer de un régimen.
Sin partidos no hay democracia moderna, pero la calidad de ésta depende en gran medida de lo que aquéllos hagan, piensen y digan... y ahí está todavía el detalle, para nosotros.