Alejandro Brito
Bush, la guerra y el sida
El anuncio inesperado del presidente George W. Bush de destinar 15 mil millones de dólares en los próximos cinco años para combatir el VIH/sida en Africa y el Caribe causó gran sorpresa en diferentes ámbitos internacionales. Dicha cifra representa el triple de lo planeado originalmente y supera la cantidad demandada al gobierno de Estados Unidos por organismos de ayuda internacional. Con esos recursos, se calcula prevenir 7 millones de nuevas infecciones, proveer medicamentos antirretrovirales a 2 millones de personas (la mitad del total que los necesita), y atender y cuidar a 10 millones de personas infectadas y de infantes huérfanos. Esta iniciativa de Bush, dada a conocer el mes pasado, resulta sorpresiva porque, como lo reporta la prensa estadunidense, significa un cambio de 180 grados en su política en torno del sida.
Hasta antes del espectacular anuncio, el gobierno de Bush mostró su invariable reticencia a elevar sus aportaciones al Fondo Global para Combatir el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, el fideicomiso impulsado por Kofi Annan, secretario general de la ONU, para conjuntar esfuerzos contra esa triada de enfermedades, las más devastadoras. Baste recordar que el año pasado, en la Conferencia Internacional sobre Sida en Barcelona, el discurso del secretario de Salud estadunidense, Tommy Thompson, fue acallado al grito de "šdinero para el sida, no para la guerra!", en repudio a su negativa de aumentar sus aportaciones al combate global contra la pandemia.
Pero no sólo sorprendió el monto de la multimillonaria cifra: la manera como se dispondrá de ésta también fue motivo de asombro, porque contraviene las políticas seguidas hasta ahora por la Casa Blanca. Según reportan los diarios, una fuerte cantidad del dinero se destinaría a la compra de versiones genéricas de los medicamentos antirretrovirales, lo que contrasta visiblemente con la política tradicional de Estados Unidos de protección a ultranza de las patentes de las compañías farmacéuticas. Recuérdese que el gobierno de ese país llegó incluso a demandar al de Brasil, ante la Organización Mundial de Comercio, por su política de producir genéricos sin respetar patentes para volver más accesibles los medicamentos. Con esta nueva iniciativa, no es descabellado pensar que ahora Estados Unidos podría hasta adquirir genéricos fabricados en Brasil.
Los diarios también informan de otro de los destinos del dinero: un tercio de los 15 mil millones de dólares será usado para promover programas educativos basados en la promoción del condón y la abstinencia, cuando la directriz conservadora de la administración Bush ha sido la de condicionar el apoyo a dichos programas siempre y cuando promuevan, sin cortapisas, su política de "sólo abstinencia".
Por el contexto en que se da este viraje de la política estadunidense sobre VIH/sida, algunos analistas no dudan en ubicar la iniciativa de Bush dentro de su estrategia belicista. De esta manera, Bush estaría utilizando al sida para equilibrar la imagen internacional de su gobierno en vísperas del inminente ataque a Irak. Según esta mirada, el mensaje que se quiere difundir es que Estados Unidos está muy comprometido a combatir los dos mayores males que azotan a la humanidad: el terrorismo y el sida. O como lo expresara el economista Jeffrey D. Sachs, citado por Enrique Goldbard en su columna Sui-Sida del diario Reforma: "Es la noción de la necesidad de desplegar armas de salvación masiva, junto con armas de destrucción masiva".
Visto desde esta perspectiva, las estrategias usadas para combatir ambos males tendrían varios elementos en común: tanto el ataque a Irak como el plan de urgencia para detener el sida en Africa son mostrados como "guerras preventivas". El primero tiene, presumiblemente, el objetivo de prevenir posibles ataques terroristas, con lo que se evitarían miles de muertes. El objetivo del segundo sería el de prevenir millones de infecciones y, por tanto, de muertes futuras. Ambas serían también acciones unilaterales que, de darse, vulnerarían el liderazgo de las Naciones Unidas. El presidente Bush ha manifestado claramente su intención de emprender la acción bélica contra Irak aun sin el respaldo de la ONU. Y directa será también su intervención en el combate al sida en Africa, pues los fondos multimillonarios de ayuda anunciados no se ejercerán por medio del organismo multilateral creado por la ONU para canalizar mayores recursos a los países más afectados por la pandemia, sino mediante proyectos de "cooperación bilateral". Así pues, ninguna de las dos intervenciones involucraría acciones multilaterales. Y aún más, en el caso del sida, la Casa Blanca está presionando a los senadores de ambos partidos para reducir las contribuciones de Estados Unidos al Fondo Global para combatir el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, como lo denunció recientemente la organización Global AIDS Alliance en Washington, con lo que el organismo aglutinador del mayor esfuerzo multilateral contra el sida vería seriamente mermada su capacidad de acción.
Como sea, el plan Bush resulta muy esperanzador para millones de personas afectadas por la pandemia en Africa y el Caribe. Y no hay motivo alguno para no congratularse de la medida, a pesar del motivo que la originó. Sin embargo, ante la inminencia de una guerra de las dimensiones de la que se avecina, uno no puede evitar el ánimo pesimista. De estallar la guerra, el combate global al sida pasará a un muy alejado segundo plano. Y las prioridades que marcará un estado mundial de emergencia bélica quizás provoquen que los anunciados recursos salvadores nunca lleguen a sus destinatarios, que el despliegue de las armas de destrucción masiva desplace a las armas de salvación masiva y toda la intención humanitaria se esfume en pura retórica efectista.