Luis González Souza
Política exterior foxibushiana
Parecía imposible pero quizás no lo sea. Fueron tales los desaciertos y sumisiones del ex canciller Castañeda que pensábamos imposible un mayor deterioro de nuestra política exterior. Pero probablemente nos equivocamos. Todavía hay margen para pasar de Cutzamala a Cutzapeor. A la cancillería mexicana llegó un relevo, Luis Ernesto Derbez, que en cualquier descuido puede darle la puntilla a dicha política, mercantilizándola por completo, confundiéndola con un asunto de pesos y centavos.
Por lo pronto, Derbez ya confundió la Doctrina Estrada con el conocido apotegma de Juárez sobre el respeto al derecho ajeno y la paz. Ciertamente no se trata de una pifia menor. Es como si un jugador de futbol lo hace sin saber lo que es un autogol. Seguramente Derbez, por sus antecedentes de economista y de empleado del BM, nunca confundiría el índice Dow Jones con el Nikkei. Pero en fin, pensemos que sólo fue un pago de noviciado. No hagamos juicios concluyentes tan temprano. Hoy mismo tiene una gran oportunidad de aprobar el examen de canciller si asume una postura digna ante la guerra de Bush contra Irak. Sólo esperemos que esta vez Derbez no confunda el Tratado de Tlatelolco -pionero en la lucha latinoamericana por el desarme y la paz- con la matanza del 2 de octubre. Digamos que la moneda está en el aire. México puede y debe asumir una postura no ambigua ni neutral (como desatinadamente todavía dijera ayer Aguilar Zinser en el Consejo de Seguridad de la ONU), sino una abierta e inequívoca postura de lucha por la paz.
Más allá de claudicaciones disfrazadas de realismo pragmático, esa postura de abierta defensa de la paz es la única consecuente con las mejores tradiciones históricas de la política exterior de México. Este es uno de esos casos y uno de esos momentos en que no caben las medias tintas: o defendemos el derecho absoluto de la humanidad a la paz o nos alineamos con el capricho belicista de baby Hitler. Es uno de esos momentos donde las disidencias pueden hacerse tan históricas como valientes. Tal como pudieron ser las de algunos senadores mexicanos de cara a la aprobación de la repugnante ley antiindígena con que dieron una puñalada en la espalda a la histórica caravana del EZLN. Ese fue uno de esos momentos en que la ética y hasta el pragmatismo politiquero aconsejaban recurrir no sólo a la abstención sino a la abierta y valiente disidencia. Lamentablemente, como sabemos, ningún senador, ni siquiera Lázaro Cárdenas Batel, se atrevió a disentir y, en consecuencia, la paz en México todavía vive al borde del precipicio, del mismo modo en que la dignidad indígena se preserva en la cima de las dignidades globales.
La tradición marcadamente pacifista y constructiva de México frente al mundo no se reduce al Tratado de Tlatelolco. Es una tradición tan firme como larga. A la desnuclearización pionera de nuestra América, que ocurrió en 1967 gracias a dicho tratado y que ameritó el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al mexicano Alfonso García Robles, por lo menos habría que agregar -en un apretado recuento del pacifismo mexicano- los denodados trabajos del grupo Contadora (México, Panamá, Colombia y Venezuela) para evitar la vietnamización de Centroamérica, cuando ese grupo todavía no era desfondado por el gobierno de Reagan hasta convertirlo en un cínico "lavatorio de Pilatos". También habría que agregar, en la misma época, el heroico Grupo de los Seis, en el que otra vez México, junto a Argentina, Suecia, Grecia, India y Tanzania, jugó un papel central en la exigencia de desarme de las dos potencias de la época.
Por todo eso y más para México no hay escapatoria. Siempre ha sido un abierto y valiente abanderado de las causas de la paz. Nuestra propia Constitución, gracias a una sabia enmienda delamadridista, ya consagra en su artículo 89 fracción X los principios torales que deben regir la conducción de la política exterior de México. Entre ellos claramente se establece que México, con Fox o sin Fox, siempre deberá promover "la solución pacífica de las controversias, la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales y la lucha por la paz y la seguridad internacionales".
Si el nuevo canciller Derbez y su patrón Fox todavía conocen y respetan nuestra carta magna no tienen más remedio que evitar las ambigüedades y las neutralidades y decir abiertamente "no a la guerra de Bush". Ese "no a la guerra" debe emanar más claro y fuerte que nunca de la propia sociedad, tal como ocurrió el sábado pasado en una marcha casi histórica por la paz (choncha y festiva como pocas), y así como comenzó a hacerlo, en una notable conferencia de prensa el pasado 13 de febrero, la comunidad de creadores, artistas e intelectuales (CAI). La misma comunidad que ha jugado un destacado papel en la búsqueda de una paz justa y digna para Chiapas. Todo lo que el CAI ahora tendrá que hacer es ensanchar muchísimo esa comunidad, y promover ese tipo de paz ya no sólo para Chiapas sino para el mundo entero.
En fin, a nadie sino a la sociedad mexicana, con más y mejores luchas y reasumiendo como suya una postura digna ante el mundo, le tocará evitar que el nuevo canciller Derbez nos lleve de Cutzamala a Cutzapeor.
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