Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 22 de febrero de 2003
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Política

Armando Bartra

Del campo viene el rumor

El campo se nos vino encima. Los rústicos se volcaron sobre la ciudad. El 31 de enero de 2003, 100 mil personas, entre agricultores y manifestantes solidarios, tomaron el Centro Histórico de la capital de la esperanza exigiendo un espacio digno en el futuro de México. Venían de todos los rincones del país. Y para los campesinos manifestarse en el vórtice político de la nación es cuesta arriba. Muchos habían empezado la marcha una semana antes, cuando salieron del rancho, por la brecha, a la cabecera municipal, para de ahí agarrar camino a la capital del estado y luego en camiones rentados hasta el Distrito Federal. Todo para desfilar cinco horas con un solo grito: šEl campo no aguanta más!

Porque, en verdad, el campo no aguanta más. Manotea el maizal. Airados murmullos agitan las milpas, donde asambleas de mazorcas maduran su coraje apretando los dientes. Se secó la paciencia del México profundo.

Hace 20 años los teólogos del neoliberalismo tuvieron la revelación de que los campesinos estaban de más. Y armados con la espada del libre comercio y la cruz de las ventajas comparativas emprendieron una cruzada contra las comunidades rurales. A golpes de mercado se impusieron, vaciaron el campo de los rústicos sobrantes. En una nación de milpas, traspatios fecundos, huertas y acahuales, los tecnócratas se propusieron barrer con la dizque ineficiente agricultura campesina desatando el éxodo rural. Pero acabar con la pequeña y mediana producción agropecuaria es sacrificar la seguridad alimentaria y renunciar a la autosuficiencia laboral, y en un país con una población rural de 25 millones garantizar la comida y el empleo en el campo es asunto de seguridad nacional. Sin olvidar que los campesinos no sólo nos alimentan a todos, reproducen socialmente la diversidad biológica sociocultural.

Y en el tercer lustro el movimiento campesino se levantó de entre los muertos. Cuando ya muchos las daban por difuntas y enterradas, las organizaciones gremiales se alzaron de sus cenizas. Los incontables agrupamientos campesinos que el viernes 31 marcharon por las calles de la capital, mostraron su fuerza a la nación y al gobierno rejego. Pero sobre todo se convencieron a sí mismos de que son muchos, de que no están solos y de que el triunfo es posible. Y de pasada mostraron a los chilangos los incontables méxicos que todavía somos. Porque los campesinos están ahí, en el micro y en el Metro, en los altos y en el camellón, comprando y vendiendo. Están ahí, pero no se les ve. Hasta que por fin deciden marchar juntos y pisando fuerte. Hasta que resuelven gritarnos en la cara que el campo no aguanta más, que hace falta un nuevo pacto entre el México urbano y el México rural, que otro futuro es posible. Explicarnos que el país no necesita un cambio de nombre -como propuso Felipe Calderón-, sino que el país necesita un cambio de rumbo.

La presencia de numerosas mujeres muestra que la lucha es de los campesinos y de las campesinas. Frase políticamente correcta y sociológicamente exacta. Porque en los ámbitos de la milpa, el traspatio y la huerta, la separación entre el trabajo doméstico y el "productivo" siempre fue borrosa; además, las mujeres se incorporan masivamente al mercado laboral agropecuario -hay más de un millón de jornaleras- y en los tiempos de diáspora entre 35 y 50 por ciento de los hogares rurales los encabezan señoras, las nuevas "quedadas" del exilio masculino. Llama la atención también que la mayoría de los manifestantes fueran hombres y mujeres que no se cuecen al primer hervor. Y es que el campo, desertado por los jóvenes, se feminiza y envejece. No será fácil revertir el síndrome migratorio. Pero la lucha actual es también porque el agro sea de nueva cuenta reto y oportunidad, no cárcel y condena.

Un fantasma rural recorre las pesadillas de nuestros tecnócratas neoliberales. Pero el reciente movimiento campesino se desató también contra las predicciones de académicos y analistas, que diagnosticaban su declive y sustitución por movimientos novedosos como la lucha autonómica indígena, los estallidos reactivos como el de Atenco y campañas rurales de la sociedad civil como el repudio a los transgénicos y la biopiratería.

Pero no. Cuando se les daba por muertas reaparecen las traqueteadas organizaciones gremiales, tanto las buenas como las malas y las feas. No son las "clases medias rurales", como pontificaron sin sonrojo algunos clasemedieros urbanos. Los que desfilaron el 31 de enero son los pobres del campo. Los viejos pobres y los nuevos pobres. Los que nunca la hicieron y los que creyeron que la iban a hacer pero están tronados. Los caficultores nahuas de la sierra de Puebla con menos de una hectárea, los zapotecos del istmo que tienen dos y los de Guerrero que llegan a cinco. Los milperos de ladera que siembran "al piquete" para comer, los que cultivan algunos surcos y venden el excedente y los comerciales que si no lo pagan van a perder su tractor. Los que aún pelean la tierra y los que trajinan por el crédito. Los indios y los mestizos.

Estaban ahí tanto los que clasificaciones en desuso llamarían campesinos pobres, como los campesinos medios, los de subsistencia y los presuntamente "transicionales". Y estaban ahí -debiéramos saberlo- porque ese es el efecto de la exclusión: convergencias de múltiples sectores en un mismo movimiento de resistencia. Porque cuando los embates marginadores emparejan a los diversos en la pobreza y la desesperanza, las diferencias pasan a segundo plano. Esa es la lección de Argentina, donde confluyen desempleados y ahorradores, y del reciente movimiento campesino mexicano, que reivindica la tierra y los derechos indios, pero también otras políticas agrícolas y distintos tratados comerciales.

Sea cual fuere su desenlace, es difícil exagerar la importancia social, política y simbólica de un movimiento rural que ha roto todos los récords:

La marcha del 31 de enero fue la mayor manifestación campesina en la historia de México. Fue también la más grande movilización contra el modelo basado en la globalización salvaje y el libre comercio. Al concitar el apoyo de la Unión Nacional de Trabajadores y del Frente Sindical Mexicano prefigura una posible alianza campesino-obrera. En dos meses los campesinos sentaron al gobierno a discutir cuestiones cruciales, como la soberanía alimentaria y laboral, la revisión del TLCAN y la propuesta de dejar maíz y frijol fuera de los tratados, cuando para los Diálogos de San Andrés hizo falta una guerra. Es también la primera movilización conducida por "los buenos", en la que participan casi todas las organizaciones, desde las charras y gangsteriles hasta las de tradición combativa. Y es, por último, una movilización en la que las resistencias parciales devienen resistencia general y las demandas particulares se integran en un planteamiento común y estratégico.

Sin embargo, es una lucha que no se puede ganar así nomás. El movimiento por hacer constitucional la ley Cocopa fracasó, mientras que el combate de Atenco triunfó. La confrontación actual no es de ésas. Su causa multidimensional no se resume en un sí o un no, ni siquiera en lo tocante a la revisión del capítulo agropecuario del TLCAN. En este primer llegue posiblemente se logrará algo, no todo. Porque un buen Acuerdo Nacional por el Campo sería decisivo, pero importa aún más la capacidad de hacerlo cumplir. Y es que impulsar un viraje en el modelo de desarrollo mediante movilizaciones y negociación demanda visión estratégica, alianzas y perseverancia.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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