José Blanco
Globalización ciudadana
Las ocho columnas de The Seattle Times del pasado domingo fueron similares a la de gran número de órganos de prensa del mundo: "Millions march against war". El diario da cuenta de los millones que marcharon en el planeta en contra de los procaces, inicuos propósitos de los bushies que quieren gobernar al planeta con el revólver puesto en la nuca de cada ciudadano del globo. Registra, también, la mayor marcha en la historia de Seattle misma, así como las demandas de los ciudadanos expresadas en pancartas y gritos colectivos. Más allá del "No a la guerra. No en nuestro nombre", que ha sido el clamor globalizado, muchas consignas fueron las mismas en todas las ciudades, que quizá resuma adecuadamente el grito profundo y vehemente de "no al petróleo a cambio de sangre".
En otros términos, los negros propósitos de Bush y su camarilla para liquidar al dictador de Irak han sido absolutamente desenmascarados y derrotados en el mundo. Nadie se traga las ruedas de molino que cotidianamente repiten tantos medios de comunicación haciéndose eco de la pueril e hipócrita propaganda de esa camarilla, según la cual la guerra de Estados Unidos contra Irak tiene como objetivo resguardar al mundo del terrorismo, desarmando a Irak, despojándolo de sus armas de destrucción masiva, nucleares, químicas o biológicas.
No, no es una guerra entre Estados Unidos e Irak: es una descomunalmente abusiva masacre que Estados Unidos va a cometer contra un pueblo pobre y desharrapado -en embargo internacional desde 1991-, con el propósito imperialista de controlar su petróleo, asegurar más fuentes de abastecimiento del energético (del que Estados Unidos consume la cuarta parte del que se produce en el mundo), probablemente hacer negocios personales de la familia Bush, y de paso añadir así una palanca más de control sobre la propia Europa y territorios asiáticos que dependen del crudo de Medio Oriente. Eso lo sabe el mundo y por eso ninguna agresión militar estuvo tan profundamente deslegitimada en el planeta como ésta, aún antes de su inicio. La "solidaridad" de Blair no expresa nada más que la profunda asociación de intereses entre las empresas del petróleo estadunidenses e inglesas. Es decir, los objetivos del gobierno británico son exactamente los mismos que los de los bushies.
La posición del gobierno de Aznar está totalmente fuera del juego de esos intereses angloestadunidenses. Se trata en su caso sólo de agachar la cerviz frente al garrote del amo. Miedo frente al big stick del imperio.
Ahora resulta que a partir de mañana estará aquí para cabildear con Fox, en relación con la postura de México en el Consejo de Seguridad. Aznar acaba de declarar que su gobierno "está actuando de acuerdo con el interés mundial y de España en lo tocante a la crisis iraquí" y acusó a la oposición de usar el tema para tratar de ganar votos. Lo único que nos faltaba: que México variara su posición en el consejo, persuadido por Aznar, para actuar "de acuerdo con el interés mundial", que el gobernante español quiere hacer creer que confunde con el interés de las multinacionales del petróleo.
El sábado pasado la globalización mostró plenamente una cara que había empezado a mostrar la marcha de 50 mil ciudadanos de Seattle protestando frente a la Conferencia Ministerial de la OMC en noviembre de 1999: multitudes que ahora se miden en millones gritando airadamente en las calles que no son imbéciles que acepten el dedo en la boca del imperio más agresivo y avasallador que haya conocido la humanidad. No hay duda: el pasado sábado hubo un salto cualitativo y millones empiezan a sentirse también ciudadanos del mundo. Pronto querrán un gobierno del mundo, elegido por el mundo (que no implica la abolición de los gobiernos nacionales).
Un gobierno imperial mundial de facto, al margen del derecho, reclamando por la producción de armas de destrucción masiva de otros países mientras él mismo las produce y las usa cuando le viene en gana (ningún otro lo ha hecho), no será tolerado por sociedades crecientemente cosmopolitas. Los ciudadanos terrícolas están hallando otro sentido a sus vidas. Defenderlas, en primer lugar, del ogro estupidizado, y crear las instituciones de un gobierno del planeta al servicio de todos. Sólo así, digamos al paso, podrán enfrentarse con éxito las lacras del mundo: la injusticia social, la desigualdad, la ignorancia, la insalubridad, la vida cuasi animal de la mayor parte de los habitantes del globo.
Para hablar de nuevas instituciones para un gobierno de un mundo globalizado, la ocasión puede presentarse cuando Estados Unidos pisotee la precaria legalidad internacional encarnada por la ONU, al empezar los bombardeos. Es claro que el Consejo de Seguridad es un instrumento extremadamente frágil y antidemocrático, inútil como última instancia para las decisiones del futuro humano.