José Cueli
La personalidad
Existe en la lidia de los toros bravos, además de la técnica que deriva en la expresión artística, un algo indefinible. Esa nota emotiva, profunda, insinuante, hechicera. Esa que se apreció la tarde de ayer en la México, en Ignacio Garibay. Esa nota que le permitió nulificar la falta de casta de los toros de los hermanos Vaca que le tocaron en suerte -bien presentados, débiles y algunos muy deslucidos, sin definición- y aprovechar la cálida embestida de su primer enemigo. Pero no basta ese algo; se requiere de una técnica para que surja la creación torera, infundida por la magia y la liturgia que es la torería, capaz de transmitir al tendido, las palpitaciones y el sello propio del torero.
Mas el problema de la personalidad, la originalidad en los toreros, la provoca el contraste entre lo íntimo y lo externo de su persona. Más que el problema; el misterio, el sentimiento de su identidad personal. La lucha del torero con el "personaje" aprendido que acaba por desaparecer el íntimo. Ese personaje aprendido termina por generar una serie de toreros, calca uno de otro, sin un decir propio. Ya no se diga, si de contra, lo aprendido está mal aprendido.
Ese "personaje aprendido" pegadizo y pasajero que lleva a los toreros a suponer quiénes son sin captar quienes son en la realidad. A esto se agrega que traten de hacer lo que se espera de ellos, que los lleva a ser como los demás quieren. Dando por resultado la arterioesclerosis, convirtiéndose en robots desalentados, lo opuesto a la emoción en el toreo. Por eso fue una agradable sorpresa el visualizar que Ignacio Garibay empieza a definir una personalidad torera, tarde a tarde. Esa que le hubiera significado un triunfo resonante, la tarde de ayer. Pero de cualquier manera, Garibay va hacia delante.