La muestra en el Museo de Antropología
rompe estereotipos impuestos a esa cultura
Un paseo por la memoria africana
ARTURO GARCIA HERNANDEZ
Cuenta un mito africano que un hombre con un tambor se
internó en un bosque y se metió en el tronco hueco de un
árbol. Ahí dentro, todos los días cantaba mientras
percutía su atabal. Su canto era un reproche triste al Dios Creador:
"Tú que hiciste bien cada cosa, tú que hiciste al ser humano,
los animales y todo, todo, todo lo que existe, ¿por qué hiciste
que los hombres mueran?" Lleno de curiosidad ante el reclamo, el Dios Creador
mandó buscar a quien así lo interpelaba. Cuando lo tuvo enfrente
le preguntó:
-¿Por qué siempre cantas así?
El cantor respondió:
-Porque tú, que hiciste bien cada cosa, hiciste
que los hombres mueran. Yo soy un hombre y tengo que morir.
El Dios Creador le habló de las desgracias y las
alegrías que acompañaban al ser humano, le dijo que éste
a su vez había hecho el cuchillo y la enfermedad, pero también
había inventado la música. Y concluyó: "La vida no
es bella sin la muerte".
La anterior es versión resumida de un relato cosmogónico
que se cuenta en la exposición Africa, del Museo Nacional
de Antropología, en la cual más de 300 objetos -muchos de
extraordinaria belleza- dan cuenta de la riqueza y complejidad de las culturas
africanas, tan estereotipadas en occidente por el prejuicio y su hermana
gemela, la ignorancia.
La
ritualidad es el sello distintivo de las sociedades africanas, en las cuales
la relación del individuo con sus semejantes y con lo trascendente
está regulada por ritos que establecen y mantienen un equilibrio
complementario entre lo múltiple y lo opuesto: vida y muerte, terrenal
y sobrenatural, materia y espíritu, profano y sagrado. Los ritos
marcan y conducen los momentos decisivos en la existencia del individuo:
nacimiento, madurez social, matrimonio, muerte.
Por eso, además de una gratificante experiencia
estética, la muestra Africa también puede traducirse
en una aleccionadora experiencia interna que remite al observador a una
suerte de memoria ancestral colectiva donde se localizan las pautas de
conducta para una convivencia armoniosa de los seres humanos entre sí,
con la naturaleza y con el mundo espiritual.
Una sección de la muestra está dedicada
solamente a la mujer, dado que en muchos pueblos africanos el ciclo de
la existencia gira por completo alrededor de ella, cuyo poder creativo
es temido y venerado a la vez. "La abundancia de esculturas femeninas -informa
una ficha- da cuenta de esta importancia. Refleja no sólo su papel
reproductor, sino su papel central como lazo entre el pasado, representado
por los ancestros, y el futuro, representado por sus hijos".
Otra sección aloja los abalorios de adivinos y
curanderos, "viajeros entre dos mundos", miembros de importancia fundamental
en las pueblos africanos por su capacidad para poner en contacto al mundo
físico, tangible, con el mundo espiritual o sobrenatural.
Es asombro, emoción, admiración conmovida
lo que invade al espectador ante la magnificencia y la exquisita elocuencia
de las esculturas, máscaras, yelmos, bastones de mando, objetos
de poder, vasijas, amuletos, hachas, azadones, concebidos por espíritus
sensibles y elaborados por manos de prodigiosa habilidad. Así, la
madera, el bronce, el marfil, la resina, la porcelana, el hierro, las conchas,
las semillas o el marfil remontan su inmóvil materialidad, su inanimada
consistencia, y adquieren vitalidad persistente en el tiempo. Ahí
está, por ejemplo, el relieve en placa de bronce de una mujer con
un leopardo al hombro; o el ineludible magnetismo de las biiga,
muñecas protectoras, y el abanico ceremonial polícromo de
Osún, la diosa del río.
Enfrentado a esto, el espectador curioso, sensible y atento,
necesariamente habrá de preguntarse si no habrá forma de
recuperar parte de esas formas de vida para atenuar el vertiginoso y áspero
acontecer de nuestros días.
(Africa permanece abierta en el Museo Nacional
de Antropología, inclusive en días festivos)