ACTEAL, CINCO AÑOS
Hace
un lustro, México experimentó el horror y la muerte de una
forma y con una intensidad desconocidas e inquietantes. Hace cinco años,
grupos delictivos paramilitares, tolerados o prohijados por el poder político
en turno, asesinaron a sangre fría a hombres, mujeres y niños
indígenas desamparados e indefensos, y con ello sellaron una de
las fechas más dolorosas de la historia nacional. Los trágicos
sucesos de Acteal siguen vivos en la memoria de los mexicanos como un hecho
que no debió ser y que nunca debe repetirse. Infortunadamente, el
caso permanece sin aclarar a cabalidad y sus responsables últimos
continúan impunes. Mientras la matanza de Acteal no sea completamente
esclarecida y sus ejecutores -materiales e intelectuales- sigan exentos
de la acción de la justicia, la democracia y la vigencia del estado
de derecho en México no serán sino promesas vacías
y la posibilidad de nuevas atrocidades seguirá perturbadoramente
vigente.
Cinco años después de la matanza de Acteal,
la situación de Chiapas y de las etnias del país se mantiene
en un tenso impasse. Adulteradas las reformas constitucionales en
materia de derechos y cultura indígenas y suspendido el diálogo
de paz en Chiapas, el Estado parece haberse replegado en el cinismo y la
displicencia. Los acuerdos de San Andrés, esperanza para la construcción
solidaria de una nación respetuosa y consciente de la importancia
y la dignidad de los pueblos indios de México, siguen sin concretarse
y, por ende, el contexto en el que se ha pretendido enmarcar las soluciones
del conflicto chiapaneco y de la problemática indígena nacional
adolece de parcialidad, insuficiencia y mezquindad.
El actual gobierno, que utilizó -en su primera
etapa- la honda aspiración nacional a una paz justa y digna en Chiapas
para cobrar legitimidad y apuntalar su imagen pública, parece haber
optado por el olvido y el menosprecio y continúa regodeándose
en un discurso hueco que no ofrece alternativas reales a los mexicanos
indígenas. Como muestra la estrategia de desalojo de los asentamientos
campesinos en la región de Montes Azules, las autoridades del país
siguen optando por la represión y la insensibilidad ante los más
débiles y desprotegidos de los mexicanos y pretenden hacer valer
la legalidad sólo para beneficio de los más ricos y no como
un compromiso con quienes, durante siglos, han sido víctimas de
innumerables atropellos y vejaciones. La atención de las legítimas
demandas de las comunidades indígenas de Chiapas continúa
subordinada a los intereses del capital y de los viejos y nuevos oligarcas,
sean éstos caciques políticos, terratenientes, depredadores
de la riqueza natural o, como se ha promocionado en tiempos recientes,
inversionistas del ecoturismo.
A cinco años del crimen de Acteal, es urgente un
cambio drástico del enfoque con el que el gobierno federal ha abordado
la problemática indígena en general y de Chiapas en particular.
Reconocer de una buena vez y a plenitud los derechos de los pueblos indios,
y asumir que ellos son parte insustituible de la historia y el futuro de
México, son compromisos que la nación requiere de sus autoridades
para llevar a cabo una auténtica transformación democrática
y para dar paso a una genuina justicia social.
Al mismo tiempo, esclarecer la matanza de Acteal y castigar
conforme a derecho a todos sus responsables son, también, obligaciones
jurídicas y morales que no deben posponerse más si realmente
se pretende reconocer a las etnias de México la dignidad y la relevancia
que les corresponde como sustrato y porvenir de la nación. Cada
día que pasa sin verdadera justicia para los mexicanos indígenas
es una prórroga que merma y pospone la construcción del país
solidario, generoso y abierto al desarrollo incluyente al que los mexicanos
aspiran y tienen derecho.