Rolando Cordera Campos
La ideología al timón y el barco a encallar
El Presidente exalta las virtudes de una política que permitió a los diputados terminar a tiempo para gozar las posadas, mientras que el jefe de Gobierno del DF lanza su último bando del año y decreta "amor y paz" para lo que resta de 2002. Y todos contentos, salvo buena parte del país que tiene frío y poco pan, y menos empleo del prometido cuando todo era esperanza, aquí y allá.
La política se congratula a sí misma por lo logrado este fin de año, pero esto no será necesariamente para bien del país. Si se observa con cuidado lo ocurrido en el Congreso, los consensos alcanzados gracias a la mano invisible de la pluralidad y a la más visible de los operadores de Hacienda y Gobernación, y de algunos oficiosos diputad@s, no portan buenas nuevas sino la continuidad de panoramas económicos y sociales ominosos que no pueden seguirse achacando a la globalización o a los mercados, sino a una forma de hacer política que ha decidido aceptar sin chistar el imperio de una ideología que ha dado de sí en casi todo el resto del mundo, pero que los grupos que mandan aquí se empeñan en mantener a toda costa y costo.
Lo grave es que esta hegemonía ha adquirido fuerza de ley para los políticos de todo color, que solícitos repiten como cotorras de Samuelson los salmos del secretario de Hacienda y las jaculatorias del Banco de México. Y es este imperio el que hace de la política un triste y nefasto juego de abalorios que sólo de vez en vez se acerca a la realidad para descubrir sus defectos y horrores, como ocurrió el 10 de diciembre en San Lázaro.
Triste política esta, que se somete a creencias y dictados insostenibles con tal de renunciar al riesgo de reconocer las contradicciones y fracturas de una estrategia o "modelo" que hace ya agua por todas partes y que en sus propios centros emisores es sometida a revisión continua. Pero así es como están las cosas y es de aquí que hay que arrancar para intentar, el año que viene, una reflexión que nos saque del marasmo destructivo en que la democracia se ha metido por su pobreza de ideas y el torpor de sus actores principales.
Quizás, sólo para no dejar la agenda en puro caramelo como lo quiere el Peje Volador, valga la pena insistir: la brutal restricción presupuestal a que es sometido México por enésima vez no es el fruto de ninguna ley natural de la economía política, sino de una obsesión enfermiza por la estabilidad que ahora, por desgracia, comparten la mayoría de los grupos políticos dirigentes. No es verdad que la globalización y sus alertas mercados determinen fatalmente un déficit fiscal como el que diputados y senadores por igual le aceptaron a la Secretaría de Hacienda, como tampoco lo es que el placebo adoptado por los diputados de un precio mayor del petróleo vaya a darse gracias a la magia del mercado o de la guerra.
Así, la economía política mexicana iniciará 2003 colgada de alfileres y sin red de protección para la caída. Y con las tijeras del secretario debidamente legitimadas por la obsecuencia del Congreso. Será así que el país afronte sus segundas elecciones del cambio.